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Ve perfectamente cómo empieza a moverse el balón, casi siente el golpe en su propia piel, lo ve elevarse rápido y caer. Extrañamente puede verse a sí mismo enmarcado por ése fondo de hilos en cuadrícula, haciéndolo parecer un figura vaga, como el diseño de una herramienta extraña en una tarea de dibujo industrial de un estudiante torpe e inexperto. Y la ve a ella también, llegando al campo justo cuando el balón toca el suelo y le es pasado al volante derecho del equipo contrario.

Ella, con esa blusa sport y escotada, usando los shorts, demasiado cortos, azul marino de lycra o spandex, que apenas forran sus nalgas redondas y muestran con descaro sus piernas largas y tremendas, como hechas por un ebanista loco de lujuria.

A final de cuentas nada importa, ni el balón ni ella y la situación es en verdad de lo más estúpida. El juego, los uniformes, el día soleado no tienen que ver con nada, todos esos detalles no se relacionan. Cumbre de lo arbitrario y el absurdo, correr tras la pelota llena de aire y helio o el meter el pene duro en la vagina de una mujer. “Simulacros” pensó, cosas sin ninguna profundidad que uno carga con emociones, o significados, pero que en realidad no llegan nunca a cambiar nada.

La defensa barre provocando el retroceso hacia el medio campo, sigue la acción y junto con la finta al número 13 lo ve a él, su enemigo, y se acomoda mejor en la portería sonriendo, relajando los músculos pero a la vez tensándolos como una araña que esta inexplicablemente tranquila y totalmente al acecho.

Pocos minutos, evitar el gol y entonces estará seguro en la empresa, ya sea como operario en la ensambladora o como jefe de mecánicos. Él es cachirul, los dos equipos son de la empresa automotriz y el gerente de recursos humanos, capitán (y director técnico y entrenador y autoimpuesto delantero) le ha prometido empleo ahí. Borracho hace dos semanas después de un juego y luego sobrio la semana pasada, con algo más de formalidad, le pidió su curriculum y una solicitud. Ahora todo depende de que no empaten. Ganar y con la euforia al recibir los papeles él le responderá con un abrazo diciendo que no se preocupe, que se presente el lunes, no en la ensambladora sino en el taller. Eso mismo pensó el gerente de recursos justo antes de mirar con odio al defensa que le arrebató el esférico.

Arrogante, sin sudar, con la cara roja por no estar acostumbrado al sol, el director del departamento de ventas, su enemigo y esposo de la jovencita que entro mostrando la mitad de las nalgas va por el centro del campo con el balón. A ese todo le llego caído del cielo: el don de pegarle al balón, el cargo por el apellido paterno, el Audi por ser director y esa inexperta ex secretaria, ahora su esposa, caminando hacia las gradas.

Ajustándose los guantes sigue los movimientos de ella, que esta parada a un lado de las gradas, semi oculta para los demás jugadores pero de tres cuartos hacia la portería, ella mira fijo al guardameta y sonriéndole descaradamente se alisa el short de en una forma que es más bien acariciarse las nalgas y se toca el pelo subiendo su mano derecha, rozando su pezón, al tiempo que la sonrisa evoluciona a morderse el labio inferior con deseo.

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Dejar pasar el gol, que el infante director se vaya con sus lacayos a festejar a un steak house, o a cualquier franquicia, coqueteándole a las meseras hasta después de las once y él, mientras tanto, podría quitarse ese disfraz de portero para disfrutar de una tarde de sexo, risas y room service con esa recién esposa olvidada.

La vio en la calle frente a la empresa, conoció su nombre gracias al gerente de recursos humanos, y en la escuela comunitaria mientras ella buscaba una clase, la que fuera, de cualquier cosa para no aparecer estúpida ante los amigos de su esposo, ella entró por error a su salón mientras les explicaba la combustión interna a sus jóvenes alumnos. Hablaron, entre clases, al salir, antes de iniciar, en la cafetería, en los pasillos. Y todo fue lo mismo: es un pesado, se va de parranda hasta la medianoche, tiene mucho dinero, me siento abandonada; sólo hacía unos días había sido diferente: me gustas, voy al juego, te dejas golear, él se va feliz con ellos, nos vamos juntos y te prometo que me portaré muy bien contigo toda una tarde.

Y nada con sentido, ni esos ademanes de deseo motivados por una razón equivocada o por la razón correcta en un espacio equivocado, o en un tiempo incorrecto en un mal espacio, o por un tiempo-espacio perfecto pero en una realidad errónea. Y el balón que ya viaja por la banda, sobre las líneas de un rectángulo hecho de sueños, de cal y frustraciones. Energía desperdiciada en un segundo tiempo que no marca la sucesión ni la anterioridad de absolutamente nada, útil sólo para segmentar un agotamiento. El segundo round de una pelea con una sombra enorme y desfigurada que nace horrorosamente de los propios pies.

Y el balón está bajo los tacos del delantero/dueño de mujer trofeo/pieza 1.3.41-A y avanza con un toque para quedar en línea con su esposa/adorno/juguetesexual modelo porno hardcore ante la desesperación del capitán contrario/gerente/bandera de arcoíris, simplemente para viajar adelantado justo al frente y ser pateado hacia el portero/desempleado/máquina de penetrar modelo BFG-3500 parado en la línea de meta.

Sucesión de puntos que lo separa de, detrás de la cuál y frente a la que se encuentra el empleo que probablemente tras unos meses se volverá un fastidio, que no proporciona ninguna carrera a futuro debido a que el gerente maricón y le va a truncar los ascensos hasta que le de sexo, convirtiéndolo en el novio del desviado/protegido/ bueno para nada. Y línea también que augura si se rebasa la metamorfosis en simple sancho/parkour desnudo/desempleado permanente. Además está la certeza de que la mujer de la que se va a ir enamorando en cada cogida es sodomizada por otro hombre, uno que le repugna por no saber luchar por nada. No podrá pedir nada si pasa la raya, ni cariño ni respeto, no se le puede pedir eso a una mujer comprada hace algún tiempo ni tampoco a un sujeto que usa su cargo para conseguir sexo con hombres. La línea es el lugar que lo separa de la nada verdadera, del centro del universo del absurdo y de la desesperación de no encontrar ya, además de sentido, propósito o realidad alguna que sea válida y viable.

El balón viaja veloz rumbo a la portería y detrás o delante, según, se cuadriculan múltiples infiernos que dependen de las líneas solamente.

El golpe es seco y en el torso, lo hace arrodillarse sofocado, el balón bota dramático frente a él y se mueve hacia adelante. El esférico se detiene a mitad de la línea pero está vivo todavía.

Adrián Chávez

Adrián Chávez

Nací en la ciudad de Torreón en el año de 1985 y, como muchos por aquí, pasé mis primeros años entre el campo y la ciudad, entre casas de adobe y edificios. Egresé hace ya algunos años de la Escuela de escritores de La Laguna "José Carlos Becerra" y hace algunos años menos estudié Psicología y una maestría en Sexualidad. Creo que escribir es un placer y una necesidad. Los géneros literarios que prefiero son el cuento y la poesía porque, pienso, tienen un mayor potencial para la comunicación, aunque desafortunadamente están casi olvidados en esta época de novelas.