(Teatro de cámara Jorge Méndez 25 de enero 2014)
Permanencia del dolor
El teatro de cámara —que reduce al mínimo el número de personajes y de espectadores para fijar la acción en un pequeño universo—, en ocasiones se permite experimentar con la lamentación, como en Conmemorantes, adaptación a un texto de Emilio Carballido, con Judith Abadié Ávalos y Carlos Amador.
La obra presenta dos personajes que padecen su propio limbo: un hijo secuestrado y muerto tiempo atrás, y la madre, quien lo busca desde que le fue arrebatado. Ambos son fantasmas lastimeros en pena que, cuando por fin se encuentran, producen la acción dramática: el hijo da razón de su tortura y su muerte, y en un acto de valentía, pide a su madre que lo olvide para que ambos puedan descansar (“¡Vive por los dos! ¡Aquí va un beso!”). Pero ella se aferra al recuerdo de su hijo y permanece en el dolor que ha sentido desde su desaparición.
Más allá de la técnica
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Actores, directores, dramaturgos, público, casi todos hemos hecho uso, mal uso y abuso del teatro experimental (entendido como yuxtaposición del uso del movimiento del cuerpo, el grito, la oscuridad, el discurso críptico-poético, etc.) con el que queremos resolver toda obra, sin darnos cuenta que el teatro es y se entiende por la calidad e intensidad de la acción dramática, y que para ello, por necesidad, hay que discriminar los elementos teatrales que puedan expresarla en términos verdaderamente artísticos.
Discriminar significa saber elegir los elementos que a la propuesta teatral le resulten necesarios para expresarse, y en esto tiene efectividad Conmemorantes. Hay una sola acción dramática, revestida de miseria, que plantea la atmósfera precisa para evocar a aquellos que han partido abruptamente.
Llanto, grito, oscuridad, la música de una guitarra que acompaña cada movimiento de los actores, se combinan para establecer un campo semántico en equilibrio, en el que ninguno de los elementos mencionados está demás, con todo y los problemas que acarrea esta forma de hacer teatro. Por ejemplo, en los discursos de los personajes –que no son diálogos, estrictamente hablando– el espectador se pierde entre la gesticulación y el escándalo de la misma; hace un gran esfuerzo para retener algo de lo que se dice, pero, a fin de cuentas, le queda clara la acción principal.
Más allá de la técnica, que puede gustar o no, Conmemorantes logró algo importante en lo que duró su temporada: ya habló al público de la violencia que hemos padecido en años recientes –no obstante que es una obra que se refiere claramente a los hechos del 68. Aún mejor, lo preparó para que, actores, dramaturgos y directores, generemos una técnica dramática que le hable más de cerca y con intensidad. Ahí está el reto y la tarea.