(Teatro Nazas. 25 de febrero de 2014)

De las expectativas

Luego que entregó el proyecto 7 pecados a la comarca lagunera, Otto Minera monta La tectónica de las nubes de José Rivera, con actores locales, quizá en un esfuerzo por continuar con su aportación a nuestra escena. Las expectativas han sido mesuradas. Nos mantuvimos en una espera parecida a la que ocurre cuando el maestro, de cualquier arte, se dispone a ejercer toda su creatividad. Además, la obra es autoría de un discípulo de García Márquez, promotor del realismo mágico y guionista de Diarios de motocicleta, On the road y Cartas a Julieta, según se nos informa en el programa de mano.

El interés se dirige hacia Otto Minera y a José Rivera por separado. Por un lado, ¿mostrará Minera algo de sí que pudiéramos encontrar en los directores de los 7 pecados? Por otro lado, ¿qué puede ofrecernos un autor que promueve el realismo mágico al que pocos dramaturgos recurren en nuestros tiempos? Al ver la obra y repensarla encontramos que hay una disparidad: el efecto teatral, su eficacia y su posible trascendencia recae en el director y no en el dramaturgo.

De cuando la anécdota es interesante y punto.

Celestina del Sol está embarazada y vaga en medio de la lluvia. Aníbal de la Luna, de profesión taxista, la auxilia y la lleva a su casa para resguardarla. Se descubre, conforme el desarrollo de la obra, que el embarazo de aquella ha durado dos años y que cualquiera que entre a su órbita se contamina, por así decirlo, de atemporalidad. El tiempo se detiene precisamente en la hora en la que entra a la casa de Aníbal y se reanuda en cuanto ella escapa. Hasta aquí podemos ver el realismo mágico y un cierto interés.

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Pero la acción dramática es frágil y se difumina. La atemporalidad, entendida como carencia o pausa indefinida del transcurso del tiempo, se reduce a una infección y no a una situación metafísica puesta en términos dramáticos. Además, la forma de plantear la suspensión del tiempo es facilona: el autor hace que Nelson, hermano de Aníbal, entre a escena, se enamore de Celestina, luego que se vaya para hacerlo regresar más tarde, mucho tiempo después, para mostrar, en sus palabras, que en realidad no ha transcurrido una noche, sino más tiempo, meses quizá.

El diálogo, construido en base a antecedentes, con groserías ocasionales para divertir, aleja de la frágil acción y hace que la obra se cuelgue. Y, como final innecesario, Celestina abandona a Aníbal, pasan muchos años, por fin ella se alivia de su embarazo y lo encuentra ya anciano, sin que pueda reconocerla a pesar de que se amaron durante una eternidad.

De cuando el director rescata la obra

Con frecuencia el director resuelve algunos aspectos de las obra. En mejores ocasiones le da un nuevo sentido a las mismas potenciando aún más lo escrito, siempre y cuando exista material para lograrlo. Bajo esta condición, podemos ver un gran espectáculo, equilibrado en propuesta escénica y dramatúrgica. Pero este no es el caso.

Sin embargo, Otto Minera se sobrepone al dramaturgo al mostrar un lenguaje escénico basado principalmente en colores y luz que literalmente nos deslumbra. Utiliza a la perfección las capacidades técnicas del Teatro Nazas, con creatividad. Da un tono nuevo a los actores que ya habíamos visto con anterioridad en otros montajes. Aunque, no era necesario tomarse tantos minutos en realizar una escena de sexo.

Ciertamente, no se puede ver su influencia en los directores de los 7 pecados, pero sí se muestra un trabajo visual y escénico exhaustivo, que puede explotarse y que no vendría mal enseñar a nuestros directores en otros proyectos.