La chica iba enfundada en un breve y sensual vestido de raso escarlata, salía tranquilamente de su edificio e iba hacia su auto. Sin que ella se percatara un tipo se deslizó hasta su espalda, la mujer sólo pudo ver la estopa antes de quedar inconsciente. El hombre trabajó rápido, en menos de dos minutos la chica ya estaba amordazada y en el portaequipajes.
El auto arrancó con un rechinido y dejó tras de sí una humareda blanca. Media hora después el auto se detuvo frente a una casa mientras el conductor abría, desconsoladamente, las hojas chirriantes de un portón.
Cuando la chica despertó se dio cuenta de que no podía moverse y no podía ver. Su cuerpo se acalambró al sentir una mano áspera recorriéndole la entrepierna. El secuestrador la tenía desnuda y había atado los brazos y las piernas a las cuatro patas de la cama de fierro en que la acostó; el cuerpo de la chica formaba una equis cargada de deseo.
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Él seguía tocándola y la desesperación de la mujer iba creciendo, se mordió los labios y a los pocos minutos su respiración se tornó agitada y luego apareció el gemido. Ella, al principio, pedía que la dejara en paz, luego ya totalmente excitada, que le acariciara los senos, que los mordiera, que no parara de hacerlo y le apretara las nalgas hasta reventárselas. El secuestrador permaneció callado y obedeciéndola. Ella pidió que la penetrara, y al sentir a su secuestrador dentro de ella le suplico que le descubriera los ojos para verlo y el raptor, estúpidamente, lo hizo.
—¡Desátame! ¡Esto ya valió madres! ¿Eres pendejo o qué? ¿Qué parte de la frase: salir totalmente de la rutina, no entiendes Gustavo?
