Luis Carlos García

COLUMNA

Ensayar la noche

Por Luis Carlos García

Columna

Sobre las acciones poéticas (parte II)

Seguramente muchos de los lectores habrán leído algunas de las frases sorpresivas sobre bardas, puertas, comercios o anuncios.

Acción poética es un movimiento que ha alcanzado dimensiones multinacionales y hasta donde entiendo, hay un dirigente o líder de acción poética en cada ciudad, al menos, las más importantes.

Acerca de la historia del movimiento carezco de información y no es la intención de esta columna. Lo que queremos hacer ahora es una valoración, una apreciación del movimiento social o activismo artístico que intenta ser Acción Poética.

Es muy loable, en primera instancia, un movimiento social, seguramente juvenil, porque indica una vena atenta de la sociedad que promueve un buen gesto, buena vibra y el aprovechamiento de espacios para una salida creativa a los abundantes señalamientos de tránsito, y permite a los ciudadanos de a pie un respiro de los atiborrantes anuncios comerciales.

Se agradece enorme y gratamente el descanso visual, el relajamiento de los impactos simbólicos que sólo intentan el posicionamiento de marcas a través de la sobre exposición, que ofrecen estos espacios, por lo general en fondo blanco, con un mensaje altamente optimista, espontáneo.

En el sentido anterior el activismo de Acción Poética es no sólo un ejemplo de la recuperación de espacios sino una oportunidad para la introspección tan necesaria para los individuos-masa que pueblan las ciudades.

Pero hemos de decir que Acción Poética, a través de su noble intención, no promueve del todo a que el espectador se enfrente a un mensaje y deje su paseo solipsista. El ciudadano de a pie, el individuo moderno, apenas puede escapar al solipsismo egoísta, al monólogo vacío, o la enajenante distracción del celular o revistas de chismes televisivos.

Un activismo que carezca de sentido o desconozca su finalidad es superficial, intrascendente, y por ello, vano e inútil. Todo activismo social remite siempre un servicio al otro y, dependiendo de su finalidad, un medio adecuado para darlo.

El activismo social debe estar fundado en valores, para este caso valores estéticos. No podemos decir sino que Acción poética carece de valores estéticos universales y se precia sólo de frases que apenas llaman la atención cuando no caen en el ridículo.

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Acción Poética ha saltado a las calles con el anhelo de la espontaneidad pero le ha faltado mucho de creatividad. En muchos de los casos no escapa siquiera al cliché. Debemos notar la asombrosa influencia que ha ejercido en ellos la verborrea cibernética que significan las redes sociales como Facebook o Twitter donde hay que saber arponear a los intermitentes lectores con frases “sorprendentes” o “ingeniosas” o “inteligentes”. Muchas veces son frases hechas que caen en una cursilería disfrazada de pretendido intelectualismo o de una inocencia que no supera la sensiblería quinceañera.

Así, las frases – no podemos decir versos – que Acción Poética usa para pintar bardas, no remiten a un llamado de conciencia, no quieren ni conmover al espectador, dado su mensaje intrascendente, sino dejarlo en su mismo estado de conciencia, en su misma condición emocional. Algo que la poesía no puede sino combatir, en todo momento y menor o mayor grado.

El manifiesto Dadaísta es en primera instancia a que el arte y la poesía sean un grito en el oído del que escucha. Una agresión fundada en lo incorrecto de los márgenes trazados por lo políticamente incorrecto, lo inmoral, lo aliterario o anti-literario y lo grotesco. Manifestaciones todavía sin salida artística para un siglo XX que iniciaba libertario, a contracorriente o vanguardista.

Era entonces, el movimiento Dadaísta, o al menos lo intentaba, una transformación radical de los esquemas intelectuales y estéticos de la época. La modernidad, la tecnología, el crecimiento poblacional; imponían condiciones que el artista no debía ignorar.

Acción Poética no tiene un sustento intelectual ni artístico como tal, no hay un manifiesto. Sin embargo, por la utilización de las frases pintadas en las paredes podemos ver que no lo tiene y no le importa tenerlo.

¿Por qué utilizar una frase, que sí algunas veces ingeniosas, y no utilizar versos poéticos logrados, de gran expresión y emotividad? ¿por qué no dar oportunidad de que el espectador-lector-ciudadano pueda preguntarse quién escribió tal verso o que lo remita a buscar el poema completo? ¿por qué no simplemente asechar al lector con versos de calidad, golpearlo con la belleza de un buen verso? ¿por qué no poner el nombre de quién lo ha escrito?

Hay muchos ejemplos que se pueden tomar para pintar una barda. Tal vez pondría uno romántico pero del mejor romanticisimo: “kiss me, so long, but as a kiss may live” de P. B. Shelley. O si queremos versos menos románticos tal vez uno apocalíptico y profético de Eliot: “this is the way the world ends / not with a bang but a whimper”. O uno de belleza incalculable que condensa la teoría imagista de Pound: “tree you are, moss you are / You are violets with wind above them”

O si nos estamos viendo muy angloamericanos entonces tomemos versos en lengua española, que en el siglo XX dio tanta expresividad. Como el verso de gran acción de Neruda: “Hago girar mis brazos como dos aspas locas / en la noche toda ella de metales azules” O uno de Huidobro: “Los verdaderos poemas son incendios.” O uno de Federico Lorca encantado de los gitanos: “Sobre lo verde, verde, / que te acompaño yo.” O del renegado Blas de Otero: “¿Dónde está Blas de Otero? / Está debajo del mar con los ojos abiertos.” También habría que ejemplificar algo de mexicanos, como las nostálgicas canciones para las barcas de José Gorostiza: “cuando me dan ganas de llorar / Las suple el mar”.

En fin, que esto no es un índice de autores, ni lo que queremos es la promoción de versos y sí de la poesía. Lo anterior fue una ejemplificación de posibilidades para inundar la ciudad con buena poesía, porque la hay. Lo que faltan son lectores, y tú, lector, siempre has sido un hipócrita.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.