(PRIMERA PARTE)
Amplitud
El concepto de arte es tan amplio que abarca casi cualquier cosa. Engloba toda suerte de actividades humanas que en principio son expresiones folklóricas de una sociedad concreta. Por ejemplo, el canto cardenche de Sapioríz, Dgo., y el grafitti, manifestaciones de grupos particulares claramente distinguibles dentro de la sociedad.
Este proceso en el que por convención aceptamos que el folklor se nombre arte, se aplica a toda actividad humana porque, en lo general, el concepto de arte no contiene elementos discriminadores que sirvan de filtro y determinen cuál es el verdadero campo de desarrollo de esa actividad.
La celebración de fiestas, el rito religioso, el juego, la convivencia entre vecinos, el luto, los paseos dominicales, la educación y formación de los grupos sociales, son o deberían ser, estrictamente hablando, objetos formales y materiales de la psicología, la sociología, economía, antropología, etcétera.
Si bien, el artista crea a partir de las costumbres, con ellas nutre su lenguaje, estructura su discurso, proyecta su genio y evoluciona, no es posible llamarlas arte por sí mismas sin que pasen por el proceso interior creativo.
Confusiones
La institución de cultura promueve la elevación de las costumbres a la categoría de arte con la misma urgencia con la que se rescata una especie en peligro de extinción. Crea una atmósfera de miseria dentro de la cual la sociedad está enferma y el arte es su panacea. Así se genera un instrumento crítico que desecha o posterga toda labor que no sirva para el auxilio.
En los últimos años los presupuestos económicos, inclusive aquellos de nivel internacional, se ofrecen a grupos y artistas individuales que puedan cimentar su actividad en el rescate, la recomposición, la educación y formación de valores dentro de un polígono de pobreza o en torno a un grupo vulnerable, siempre y cuando gaste el dinero en cosas tangibles y facturables, además de lucir en sus primeras páginas la frase hecha “reconstrucción del tejido social” y un número preciso de “beneficiarios”.
Erectile dysfunction problems might occur at any age to a viagra sale buy woman. It is sildenafil tadalafil the quickest way of buying any pharmaceutical appliances within fraction of seconds. This kind of treatment of backbone is utilized because alleviation that concerning lean muscle, bones, connective cells, such as cartilage, buy viagra where ligaments along with tendons. In tadalafil online mastercard a study conducted, there was 50% success in the use of Gingko while another study proved otherwise.
Hay otra faceta en la cual la institución cultural ha sido elitista, pedante, burocrática, kafkiana, excluyente, anodina. Acapara su presupuesto anual en dos o tres eventos en los que relumbran las figuras de la alta sociedad cultural y los que quieren pertenecer a ella con ansia desmesurada. Muestra ignorancia, desconoce su campo de acción, a los artistas, a las necesidades de la gente –otra frase hecha. Compone su equipo de trabajo primordialmente con amigos y supuestos artistas que encarecen su trabajo o que lo abaratan hasta la miseria.
La crítica de izquierda
Tanto el fan como el crítico, tiene una visión de la realidad, frecuentemente turbia porque se influencia de inconformidades o afinidades en lugar de aspectos concretos. Para el crítico tal o cual administración cultural ha sido la mejor o la peor de los últimos tiempos, conforme haya sido incluido o excluido por el dirigente o “dirigenta”.
Muchas veces el crítico es artista. Pocas veces se le concede el grado de persona por la institución cultural, inclusive por sus colegas. De vez en cuando tiene voz ante la sociedad a través los medios de comunicación que buscan polemizar.
Supongamos que el crítico también es intelectual. Si esto fuera cierto, por definición debería estar en contra de lo establecido y ofrecer, mediante su análisis, oportunidades de participación y desarrollo entre él, la institución y la sociedad, antes que destruir.
Si fuera un buen artista, primero ofrecería un buen desempeño de sí mismo en su arte, convencería a sus seguidores que no es el único, reconocería una historia del arte en su estructura social. También, aunque parezca extraño, se prepararía exhaustivamente, al menos terminaría la preparatoria y quizá una licenciatura, ya que exige que los servidores públicos tengan una preparación adecuada a su cargo.
Nadie le manda poner toda su confianza en las instituciones. Tampoco, nadie le manda poner toda su desconfianza en ellas, ejercer todo su escepticismo, ni todo su apocalíptico manifiesto destructivo de la sociedad, a la que insulta, asistemáticamente, hasta en sus declaraciones triviales.
Estamos todos confundidos. Creemos en la institución y en el artista como contrarios inherentes, vemos un escenario de lucha en el cual la sociedad es una espectadora, y, lo más importante, ninguna de las tres facciones, artista, sociedad e institución, hemos sabido asumir nuestro rol en la generalización de las artes ni distinguir su orden y campo de acción.