Hay momentos en que pienso en la cantidad de fantasmas que pululan en México. Desde (los más recientes) el grupo de 43 estudiantes, siguiendo con la centena de millar del sexenio de Calderón, viajando a través de los centenares de muertas en Cd. Juárez; pasando al ir más hacia el pasado por clérigos y candidatos (El cardenal Posadas, el de Colosio que vive aún), ilusiones de elecciones fallidas, indígenas (Acteal) y universitarios (La matanza olímpica de Tlatelolco 68) hasta llegar a aquellos muertos de las luchas históricas (revolución, independencia y conquista). Muertos que regresan, que nos acechan, que aparecen en billetes, en pintas, en nombres, en actitudes y comportamientos. Quién no ha visto a alguien llorando en un árbol a lo Cortés, a un (o una) Malinche tratando de ligarse desesperadamente a la inglesa o francesa de intercambio (solo por ser extranjeras), quien no ha escuchado a un político “Peje” de tan mesiánico y sobre todo quién no ha visto a alguien actuando exactamente igual a Don Chingón.
Don Chingón por si ustedes no lo saben fue un personaje muy conocido durante la época del inicio de la colonia, sus registros aunque breves son claros y datan de época del tercer virrey de Nueva España, el excelentísimo Don Gastón de Peralta.
Su muerte fue la que le dio fama y tras ella algunos se preocuparon por indagar acerca de sus orígenes, llegando a rastrearlo casi al inicio de su vida pero quedando su nacimiento y familia todavía hundidos en el misterio. Servando Chingueras era el nombre de nacimiento de aquel joven que empezó de pinche en la cocina de la casa Ordoñez Pérez, la más poderosa de la Ciudad de la Nueva Veracruz. Ahí pasó algunos años, inmiscuyéndose y aprendiendo acerca del manejo de la casa. Según los documentos Servando fue acumulando poder poco a poco; a base de criticar negativamente el desempeño del cocinero y mostrando una actitud de perrillo faldero frente a los dueños de la casa. Debido a eso se volvió pronto jefe de cocina, igual suerte corrieron el ama de llaves y por último el mayordomo. Por aquellos años se empezó a acuñar una frase referente a sus acciones, los empleados cada vez que cometía un atropello o trataba de ponerlos en mal decían “son chinguereras”; frase que derivó más adelante en otra expresión popular.
Volviendo a nuestra historia, se detalla que mientras más poder acumulaba más servil se volvía para con los dueños de la casa, quienes por esa razón dudaban y pasaban por alto los atropellos que cometía para con el resto del personal doméstico. El tiempo pasó y para cuando él era ya un adulto se hacía cargo de todos los asuntos de la casa, lo anterior debido a la enfermedad de la madre y la muerte del dueño. Fue ahí cuando asestó el golpe traidor: forzó en la oscura noche del domingo 7 de Noviembre a la hija menor de los patrones y tuvo la fatalidad de dejarla encinta. Ahora sí la frase derivó y la madre de la niña que era de ascendencia francesa, y conservaba el acento, exclamó al enterarse “pardieu… son chingaderas”; frase que pervive en nuestro vocabulario cuando una madre dice a su hija que va saliendo “no me vayas a salir con tu domingo siete” o “no vayas a venirme con una chingadera”.
Ya para estas alturas en la ciudad se le conocía como Don Chingón, y tenía fama de tomar atribuciones que no le correspondían, dar su opinión cuando nadie la pedía, opinar como si la sabiduría misma le fuera comunicada por el altísimo. Además de eso, pedía cosas francamente sin sentido como que volvieran a cocinar un huevo duro debido a que le parecía “muy blandito”. De ahí que cuando alguien pide algo sinsentido que involucra un retrabajo inútil también se diga “son chingaderas”.
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Y así pasó la vida nuestro hombre, hasta que un día se enteró de la supuesta venida del rey de España a su ciudad. Dentro de su retorcida cabeza planeaba darle al rey el espectáculo de la más sonora y duradera flatulencia, porque pensaba que hasta en eso era mejor que todos. Planeaba al estar en sobremesa con el rey, o al verlo en una audiencia (por que no era seguro que lo invitaran a alguna comida cercana a él) ponerse de pie y emitir la flatulencia que le causaría al soberano una sonora carcajada y por tal momento de risa el rey lo premiaría con sus favores. Así fue que meses antes de la supuesta visita nuestro hidalgo mandó sólo cocinar huevos duros y frijoles. Así fue como entrenó. Su mejor registro (lo anotaba en su diario) fue, tras comer 14 huevos y 3 tazones de frijol, un sonoro flato de 47 segundos.
La noche que murió había consumido 20 huevos y 4 tazones de frijoles, el gas sulfúrico en su intestino era demasiado, lo que al momento del pujido le provocó un estallamiento interno. Y así fue como murió tras una breve agonía nuestro honorable y fétido Servando.
Y así es como termina nuestra historia y este texto. Con el recuerdo de que Don Chingón muere siempre cuando quiere expeler una flatulencia más grande que su orificio anal (vulgarmente echarse un pedo más grande que el fundillo).