Caminaba con el paso más lento que podía. Lo hizo así a pesar de que la distancia entre el centro y su casa era bastante larga, pero el ambiente tenía un aire opaco que no se distinguía si era debido al clima o al smog. Mientras caminaba iba dejando su mente en blanco, distraída por cosas mínimas como el vuelo de los pájaros hacia las copas de los árboles o los efectos del viento sobre las hojas. Se dejaba llevar como perdida en medio de la ciudad, pero sin perder nunca el rumbo. Tomaba decisiones imprevistas sobre la dirección que debía tomar pero sin alejarse mucho de la ruta.
Prefirió doblar hacia la plaza de Lourdes. Un montón de árboles juntos, con unas cuantas bancas pero sin nada en especial, nada colonial, sólo con una estatua en su centro. El conjunto de árboles la tranquilizó y se sentó en una banca a ver el piso repleto de hojas secas. Después de todo no era tan malo lo que le pasaba. Julián nunca fue muy atento con ella.
Esperó un poco en la plaza, un cigarro. Se levantó junto con el aire siguiendo su ritmo y su rumbo. Era un buen día para no llegar a casa. Un buen día para rodear ignorando los atajos, para fijar la mirada en las partes escondidas de las casas por las que uno pasa fingiendo que vive en ellas y en las cuales podría vivirse completamente diferente. Un día para ver las calles vacías. Las casas de por ahí eran grandes y con pocas personas en ellas. Colonia de viejos, pensó, viejos que morirían solos.
Llegó a su piso, mucho más acogedor de lo que fue nunca antes, las paredes brillaban en amarillo por la luz del atardecer. La temperatura descendía y puso agua para café. Tomó la taza de la alacena pero al darse vuelta la taza resbaló de sus manos. El ruido no la perturbó. Pareció no escuchar nada, ver la taza cayendo lento, girando en el aire, viendo cómo cada pedazo se desprendía de su lugar de origen, cómo se esparcían y daban vuelta los pedazos, cómo se deslizaban por el suelo como un chorro de agua quebradizo. Exhaló. Sacó otra taza y sirvió el agua. Sonó el teléfono. Era Julián.
Quería verla en un café para hablar. ¿Saldría caminando otra vez? Salió de su casa con la misma convicción de cuando venía. Caminaba lentamente poniendo atención el vuelo de los pájaros, al cielo, al viento y a las calles desiertas. Sí, se confirmaba para sí misma, las calles sin carros, sin gente, las calles abandonadas y oscuras eran las que más le gustaban.
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Faltaba poco para llegar al café y sintió en las plantas de los pies el cansancio. Vio el lugar desde dos cuadras antes y sus manos se pusieron frías. Empezaba a decidirse por no llegar al lugar pero no se detenía. Afuera, en la banqueta de enfrente veía una pareja que se abrazaba. Todavía antes de entrar pensó en irse pero como si la empujara el mismo aire que antes la llevaba entró al café. No estaría allí, habrá faltado a la cita. No, ahí estaba mirándola, tenía sus ojeras como siempre muy negras y fumándose un cigarrillo. Cuando ella volteó él apagó el cigarro y se levantó.
Miró la boca de Julián, cómo se abrió un poco como para decir algo pero no pudo hacerlo. Su voz se trabó en la garganta y se guardó ahí hasta que pudo salir con un trago de café. ¿Cómo has estado?- balbuceó. Ella dijo que bien de una manera rápida y cortante. Antes de que empezara la plática superficial y merodeadora ella se levantó y le dijo: Está bien, Julián. Te perdono. Él se mostró sorprendido hasta el punto de quedarse mudo de nuevo. Pudo ver su sonrisa nerviosa, él debía pensar que no pudo haber sido tan fácil. Vio como el cuerpo de Julián se relajaba, ella permaneció rígida sabiendo que no le daría ventaja. – Siéntate un poco, vamos – dijo él.
Después él actuó como si nada hubiera pasado, como si todo fuera realmente sencillo y con dos palabras cruzadas se entendieran. El pasado nunca se termina de arreglar. Ella lo notaba y él lo trataba de ignorar sacando otros temas de conversación.
Hablaron del clima como si fueran dos extraños en una parada de autobús. Después Julián habló de su trabajo y ella pretendió interesarse, no lo estaba. La plática se agotaba. Ella miró dos veces el reloj a propósito. Si te tienes que ir no te detengo, adelante, dijo él para verse retador. Ella aceptó de buena gana y se fue sin despedirse pero él la alcanzó antes de salir del café. Otra vez no supo que decir, ella espero pero no escuchó nada. Él la beso, olvidando, y ella no pudo cerrar los ojos.