La imagen del río ha estado presente a lo largo de la historia de la literatura. Ya desde los textos más antiguos, como en la Epopeya de Gilgamesh, es posible encontrar a los ríos como símbolos de los diferentes conflictos humanos. En la mitología de la antigua Grecia en gran medida aparecen con diferentes desarrollos y planteamientos. Basta recordar los versos de Heráclito y su posterior influencia en la filosofía para constatar la importancia que han tenido dentro de la imaginación y el pensamiento occidental: “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]”.
También podemos recordar ríos mitológicos que han sido transculturados a lo largo de la Historia. Ejemplos clásicos pueden ser el río Leteo, el río Estigia y el río Cocito, los cuales se encontraban en el inframundo pagano (posteriormente en el infierno cristiano, como en la Comedia de Dante) y simbolizaban, el primero, el olvido de los hombres; el segundo, el límite entre los vivos y los muertos, y el tercero, las lamentaciones de los condenados. Por otra parte, asimismo se puede hacer mención de los ríos que aparecen en la Biblia. Uno de ellos, aunque no se pronuncia su nombre, es el que se menciona en el Apocalipsis, donde, según el texto, se encuentra sentada la prostituta de Babilonia, junto al dragón de siete cabezas; imagen que sirvió de inspiración para el célebre grabado de Alberto Durero.
Otro río que sin duda no puede ser pasado por alto en la mitología cristiana es el Jordán, lugar donde Cristo es bautizado al sumergirse en sus aguas, acto que representa el fin y el inicio de una nueva vida, con su correspondiente eco respecto al nacimiento o iniciación de otros héroes de otras culturas, como puede serlo el sumergimiento de Aquiles en las aguas por parte de Tetis, su madre.
En la mayoría de las mitologías los ríos son principalmente lugares sagrados, sitios en los que suceden cambios mágicos o existenciales, donde se encuentra lo divino, zonas que, según el contexto cultural, tienen una función de renovación o de umbral hacia otras realidades. Los ríos en cierto sentido son el caos antes de la creación y la calma antes de la tempestad, son entidades germinales. Su materialidad ligada al agua, líquido de la vida y de la muerte, es sin duda lo que propicia que la imagen del río sea contradictoria, heterogénea, con más de un sentido: así como hay un río del olvido, debe haber un río del recuerdo, así como hay un río de la vida debe haber uno de la muerte (como aparece en el cuento “El inmortal” de Jorge Luis Borges), así como hay un río del inicio del mundo, debe haber otro del final del mundo. Lo que complica la interpretación de sus sentidos, y esto bajo los esquemas metafóricos de las culturas, es que muchas veces el mismo río contiene su propia antítesis.
Si traemos a colación las teorías antropológicas de autores como Mircea Eliade, la ambivalencia de sentidos que simbolizan los ríos dentro de la literatura y la mitología no es extraña. Lo sagrado es a su vez lo profano, lo valioso y lo despreciable, cuestión que se manifiesta de una manera u otra, dependiendo de la consumación de un rito o ceremonia. Lo sagrado sólo llega a serlo cuando se sigue un protocolo, de otra manera el objeto de representación de la divinidad permanece en un nivel profano (Tratado de historia de las religiones 25-56). Así, la imagen del río se sacraliza cuando existe una visión ritual o ceremonial hacia él; es decir, se convierte en hierofanía cuando existe un sentimiento numinoso hacia su presencia; cuando se le confiere a su cauce, a su lugar en el mundo, una simbología respecto a una cultura (sin importar si se hace desde un artificio literario o si se desarrolla desde una creencia viva). El río es sagrado porque nunca es el lugar que se habita, es el lugar que se transita. No es el lugar que está dispuesto para la vivienda. Las crecidas arrasan con todo lo que se construye a sus orillas, como un recordatorio de que el hombre está a expensas de las furias de la naturaleza o la divinidad. Por otra parte, sólo puede ser cruzado por medio de puentes o embarcaciones (como en el mito de Aqueronte), por ello el río es en sí mismo un no-lugar, ya que no se puede caminar sobre sus corrientes; no se está en contacto directo con él más que a través de la muerte cuando los hombres se arrogan a sus aguas para diluirse en ellas; de ahí su posibilidad sagrada, su posibilidad distinta a cualquier otro espacio. Ahora bien, si lo analizamos detenidamente, no se puede eludir el hecho de que la imagen del río puede llegar a ser una de las manifestaciones de lo que Michel Foucault llamó “los otros espacios” .
Michel Foucault dice que el conocimiento profundo de una sociedad o una cultura se alcanza al revisar sus heterotopías. En su ensayo “De los espacios otros” se habla principalmente de los cementerios, de los psiquiátricos y de las prisiones como no-lugares que en sus interiores realzan los valores y antivalores de una sociedad; sin embargo, su enfoque abre las posibilidades para encontrar otras heterotopías en otras figuras . Las sociedades que son atravesadas por ríos encuentran en las aguas de sus corrientes un espejo (heterotopía por excelencia en la teoría de Foucault ) en el cual reconocerse, en el que encuentran su propio reflejo como algo extraño. Sin duda por ello es que en la literatura sus configuraciones son recurrentes, los ríos son heterotopías que dan pie a interpretaciones de los conflictos humanos de un momento histórico.
William Faulkner y Eduardo Antonio Parra dos autores considerados en principio regionalistas en sus distintos cánones, no podían evitar hablarnos de los ríos que recorren sus escenarios para poder expresar los dramas particulares de las sociedades de las que surgen. En la obra del primero, aunque no siempre se le da un nombre propio dentro de la narración, el río es, debido al contexto geográfico y cultural de sus historias, un eco de la referencia extraliteraria del río Mississippi . En el segundo, porque precisamente así se le llama dentro de los relatos, el río que se narra y se describe es una alusión referencial del río Bravo.
Río Bravo y río Mississippi, dos ríos que dentro de la obra de Parra y Faulkner que se convierten en motivos literarios, debido a que en sus corrientes arrastran una fuerte carga social y cultural; han sido testigos del desarrollo de Norteamérica y de algún modo son un puente, una conexión entre la cultura anglosajona y la cultura latinoamericana. El Bravo como frontera entre México y Estados Unidos, con todo lo que esto significa en cuanto al choque y la difícil convivencia entre dos países completamente distintos, no sólo en la cosmovisión, sino también en el lenguaje.
El Mississippi, un río que cruza los Estados Unidos de norte a sur hasta la cuenca del Golfo de México, espacio en el cual comienza la América Latina, con su correspondiente relación con el Caribe y las Antillas, lugar de donde mucha de la población afroamericana (en sus orígenes de habla francesa) fue literalmente capturada para ser enviada como esclavos al sur de los Estados Unidos (algo que sin duda genera un eco de la condición de los migrantes latinoamericanos en los plantíos de los estados sureños del vecino del Norte); río que es también puente entre dos cosmovisiones anglosajonas, escenario de la Guerra de Secesión estadounidense y la lucha contra la esclavitud.
Las obras de Parra y Faulkner gracias a estos elementos sociales y a la configuración del río, y por supuesto también por el cruce y la cercanía de los países que narran, se encuentran en diálogo. Son autores que dentro de su poética tienen una propensión por contar la vida de personajes marginales, aunque esto no significa que tengan una postura similar. El discurso de Faulkner se hace desde un sitio de poder y hegemonía, recordemos que es el escritor blanco por antonomasia, heredero de una familia acomodada, con un pasado militar heroico en el bando de los Confederados, con propiedades, haciendas y esclavos. No son pocos los guiños en su novelística que apuntan hacia una cosmovisión conservadora de la realidad norteamericana, que sin embargo plantea como pocos escritores las pugnas sociales históricas de los Estados Unidos.
En contrapartida, el discurso de Parra se hace desde la periferia, desde la escritura descentralizada en un país completamente centralista como México y desde la clase media en un país en vías de desarrollo; es una autor que escribe desde la cercanía y extrañeza con los sujetos que aborda, la empatía por la marginación que sufren y la asimilación de una voz ajena para contar dichas realidades . En él hay una intención de denuncia mucho más marcada que en el autor estadounidense. Sin embargo, considero que sus estéticas están fuertemente emparentadas; si no lo están directamente, al menos sí en un sentido transversal. En primer lugar los dos tienen una visión trágica y pesimista de la realidad; en segundo lugar, en ambos se advierte una obsesión por las anécdotas violentas, en las cuales se desarrollan condiciones sociales como el machismo y la marginalidad ya sea étnica o económica; y en tercer lugar, la presencia del río como metáfora y símbolo de los universos que narran.
El río en Parra es principalmente frontera, límite, barrera, marginalidad ante la utopía. Los personajes del autor mexicano por lo común son inmigrantes que buscan pasar al otro lado, a los Estados Unidos, con la creencia de que allá, en lo desconocido, encontrarán lo que están buscando, la realización económica y existencial. El río en este sentido simboliza que los que nacieron de este lado, por ese simple hecho, ya tienen otro valor en el mundo, son personas de segundo orden, no pueden alcanzar un nivel de satisfacción similar a quienes son estadounidenses. El río los mantiene aislados, encerrados, sin escapatoria, es una imagen que les demuestra lo determinada que está su vida en la pobreza; los personajes constantemente están luchando contra la figura del río -el cual se convierte en un motivo -, por no quedar muertos a sus orillas o relegados en un mundo lleno de miseria. En este primer autor, el río también es un escenario sin espacio, pareciera que los personajes se ven forzados a andar en una especie de cuerda floja. Están a punto de caer al abismo en cualquier momento y por otra parte siempre están siendo empujados hacia él, por el pasado de sus historias, por el futuro o el presente de lo que viven. Pocas veces los héroes de sus narraciones entran a las aguas del río, si lo hicieran morirían, las corrientes del Bravo están llenas de muerte, como si se tratara del río Estigia . Normalmente, los personajes de los relatos de Parra se encuentran en el borde, expectantes de lo que existe en la otra orilla, la cual a su vez se presenta como algo desconocido. Las narraciones pocas veces dicen lo que se encuentra del otro lado. Uno de los ejemplos más claros de esto es el cuento “El escaparate de los sueños” del libro Tierra de nadie (1999).
En este texto, siguiendo los supuestos de la teoría de Foucault, el río es una heterotopía. Es un no-lugar donde Reyes, el personaje que focaliza la narración, es incapaz de estar y por otro lado es el no-lugar para los marginados, los que presentan una desviación dentro de la sociedad. El cuento narra que este joven trabaja en el Puente Internacional de Ciudad Juárez, ayudando a las chiveras (mujeres que compran mercancía en los Estados Unidos), mismas que le dan unos cuantos pesos para ir sobreviviendo. Va viene de un lado a otro, en este espacio extraño, que no forma parte de nada, no es ni los Estados Unidos ni tampoco es México. Es una espacio que sólo es de transito, que carece de un significado, a pesar de su contundencia a los sentidos. Para los que han cruzado este tipo de puentes, sin duda les parecerá extraño encontrase frente a la placa divisoria entre los dos países. Es el no-lugar por excelencia, como el mismo título del libro de Parra lo dice Tierra de nadie. El río corre bajo este puente, mientras Reyes se encuentra encerrado en dicha realidad. Por otra parte, el joven ha perdido a su padre, quien ha desaparecido de su vida al internarse en eso extraño que es los Estados Unidos. Asimismo, por este hecho, su familia se ha desintegrado, su madre ha muerto, sus hermanos han desaparecido. Su pueblo natal, Guadalupe y Calvo, ya sólo es un triste caserío. No le ha quedado nada, más que esperar a las orillas del río el regreso del padre o la muerte.
A mitad del puente el sol se dejaba caer de lleno. Sin encontrar obstáculos, rebotaba en el cemento desnudo, en carrocerías y cristales, en las estructuras metálicas, creando un verdadero fuego cruzado que lo mismo lastimaba pupilas y piel. Mientras veía reír a una familia de gringos, encapsulada en el invierno de su Mercedes Benz, Reyes se secó el sudor, ahora con una mano, y supuso que si no traían cara de fastidio como los demás era porque en cuestión de minutos llegarían a su destino. Luego pensó en el sobre [una carta que fue regresada sin respuesta del último destino conocido de su padre] y se inclinó por encima del barandal para escupir al río un cuajo de resentimiento. Abajo el agua transitaba espejeante, tornasolada, absorbiendo sin resistencia los rayos solares que en ocasiones la tornaban turbia, semejante al flujo de un gran desagüe industrial. Al ver la lentitud del Bravo se reprochó por enésima ocasión su incapacidad para vencer ese pánico al agua en movimiento que había convertido en fracaso sus impulsos de cruzarlo a nado. Volvió a escupir (Sombras detrás de la ventana, 179).
En Faulkner el río tiene otras connotaciones. En su novelística no necesariamente es un límite o una barrera, es más bien una fuerza de la naturaleza y de la divinidad. En este sentido el mito del diluvio está mucho más emparentado con la figura del río. Es por lo tanto una especie de castigo divino, que contradictoriamente sucede con la ausencia de la divinidad. Es una figura irónica, que muestra cierto nihilismo ante la condición humana y ante la condición de la sociedad sureña, la cual pareciera que tiene un destino trágico, como si tuviera que expiar las culpas de su pasado. El río constantemente se desborda, constantemente se sale de su cauce para castigar a los personajes, pero por otra parte parece hacerles ver que sus pueblos, sus haciendas, su grandes plantíos de algodón, su poder sobre los esclavos, sus herencias de sangre míticas, no son más que una ilusión, no son más que un lugar y un tiempo que se están desmoronando, destruyendo bajo las aguas del mundo que los expulsa. Es de esta manera un no-lugar que extrapola los conflictos culturales que aborda.
Los personajes de Faulkner, como se sabe, por lo común son hombres blancos herederos de la derrota de la Guerra de Secesión, hombres que luchan por vivir conforme a las costumbres de un tiempo remoto en una actualidad que los rechaza. Son hombres que cargan con la culpa de los crímenes de guerra, con los incestos y la combinación de razas, que para dicha sociedad es aún tabú. Pareciera que los blancos al mezclarse con los “negros” cometen crímenes contra la divinidad imperdonables (personajes también muy presentes en su narrativa como el célebre Charles Bon, hijo del Coronel Sutpen y una mujer española de Haití). Es entonces cuando el río comienza a generar una simbología. El cuento “Delta autumn”, incluido en la novela Go down, Moses, es un ejemplo de lo que expongo.
En este texto se narra una jornada de cacería. Un grupo de hombres como los descritos en el párrafo anterior salen al bosque a cazar venados. Es interesante que la narración se concentre constantemente en el hecho de que para el tiempo interno del relato sea necesario alejarse aún más y más de las poblaciones para entrar al mundo salvaje, mundo en el cual los ancestros de estos hombres se encontraban como peces en el agua, lo cual a su vez plantea que sólo en dicha atmósfera salvaje, incivilizada, alejada de todo contacto con el exterior, pueden dichos individuos saber verdaderamente quiénes son y alcanzar su verdadero lugar en el mundo.
El bosque en este sentido es una heterotopía (como el mismo Foucault comenta en sus conjeturas ), mas en ella se encuentra también el río, otra heterotopía. El grupo de hombres (en el cual se encuentra Isaac McCaslin -quien focaliza la narración-, llamado por los otros “Uncle Ike”) llega y acampa en el Delta del río Tallahatchie y el río Sunflower –los cuales forman parte del río de la muerte de los Choctaws . Una vez ahí hablan sobre los tiempos pasados. Comentan que antes también se cazaban venadas y cervatos, a diferencia de ahora que sólo se cazan venados. Cuentan esto, y la narración así lo manifiesta, como un indicio más de que estos personajes viven en un mundo desfasado para ellos. La narración continúa y al día siguiente los hombres se internan en el bosque a la búsqueda de presas; sólo McCaslin, por su avanzada edad, se queda en el refugio. Edmund, nieto de uno de sus primos, le dice que un mensajero llegará al campamento. Le da un sobre y un mensaje de negativa. El viejo McCaslin se desconcierta, pero acepta quedarse a esperar. Es cuando llega en una balsa, atravesando el río, que los hombres atravesaron la jornada anterior, una mujer acompañada de un joven afroamericano, la cual también lleva a un niño en sus brazos. El viejo McCaslin la observa y cuando llega a la orilla les entrega el sobre (mismo que llevaba dinero) y le dice el mensaje. La mujer (con el niño en brazos) ha tenido un hijo con Edmund, el cual se niega a casarse con ella. McCaslin discute con la mujer y descubre que ella, a pesar de su apariencia de mujer blanca, es en realidad descendiente de la raza negra. “He cried [McCaslin], not loud, in a voice of amazement, pity, and outrage: ‘You’re a nigger!’ ‘Yes’, she said. ‘James Beauchamp –you called him Tennie’s Jim though he had a name- was my grandfather.” (272-273).
El río en este relato es un lugar de reconocimiento, de aceptación y de desencanto, cuestiones que quedan redondeadas con la epifanía final de McCaslin, cuando descubre que su identidad sureña está siendo destruida por los nuevos tiempos. Su encuentro con la mujer es simbólico. Él es el hombre blanco y ella es la mujer mestiza impura que puede ser pasada por una como ellos, que puede engañarlos y manchar su herencia de sangre con sangre negra; en la ideología imperante, una usurpadora de la herencia sureña. Más adelante en el cuento se dice, en relación con la palabra “Delta”, misma que según la Real Academia de la Lengua Española significa “Terreno comprendido entre los brazos de un río en su desembocadura.”
Then she [la mujer con el niño en brazos] was gone too. The waft of light and the murmur of the constant rain flowed into the tent and then out again as the flap fell. Lying back one more [McCaslin], trembling, painting, the blanket huddled to his chin and his hands crossed on his breast, he listened to the pop and snarl, the mounting then fading whine of the motor until it died away and once again the tent held only silence and the sound of rain. And cold too: he lay shaking faintly and steadily in it, rigid save for the shaking. This Delta, he thought: This Delta. This land which man has deswamped and denuded and derived in two generations so that white men can own plantations and commute every night to Memphis and black men own plantations and ride in jim crow cars to Chicago to live in millionaires’ mansions on Lakeshore Drive, where white men rent farms and live like niggers and niggers crop on shares and live like animals, where cotton is planted and grows man-tall in the very cracks of the sidewalks, and usury and mortage and bankruptcy and measureless wealth, Chinese and African and Aryan and Jew, all breed and spawn together until no man has time to say which one is which nor care… No wonder the ruined woods I used to know dont cry for retribution! he thought: The people who have destroyed it will accomplish its revenge (275).
McCaslin únicamente podía tener este tipo de reflexiones a las orillas del río que circunda la geografía que habita, sólo en un no-lugar podría haber tenido dicha revelación. Es significativo que él tenga esta epifanía, porque el relato narra que es un viejo que ha visto nacer y morir generaciones de la estirpe sureña, que incluso cabalgó junto generales en la Guerra de Secesión, como el Coronel Compson; esto en cierto sentido le da a su pensamiento y a su visión un tono mítico, dentro de la narrativa de Faulkner.
En la obra de Parra también podemos encontrar momentos epifánicos a las orillas del río. Esto ocurre incluso en “El escaparate de los sueños”. Reyes en un descuido de los aduanales estadounidenses entra a aquel país, porque descubre que su padre ya no volverá. No obstante, considero que un ejemplo más claro de esto lo podemos encontrar en el cuento “La piedra y el río”, incluido de igual manera en Tierra de nadie.
Este relato elabora una mirada mítica respecto a la identidad norteña . El cuento aborda el tema de la mujer que espera el regreso del amado. El motivo de la misma es el río Bravo. Ella se encuentra a sus orillas, viendo desde ese no-lugar los cambios sociales que se van dando con las épocas. Dolores Cerillo es una mujer atemporal, que al igual que McCaslin de “Delta autumn”, conoce las generaciones como ninguna otra: “Dicen los viejos que ella es la única que vio poblarse las dos orillas. Que ha vivido siempre en el mismo lugar desde que estas ciudades eran unos tristes caseríos. Con los años vio desparramarse por el horizonte gabacho los pastizales de los ranchos ganaderos…” (134).
Dolores Cerillo es el oráculo de quienes están a la espera de cruzar el río fronterizo. Ella les dice su futuro, su pasado y su presente. Les habla también de los que se han ido, les cuenta si van a volver o no. El río es quien le dice a ella las revelaciones, el cual a su vez está lleno de los muertos que se han ahogado al intentar cruzarlo a nado. El río en este sentido también es símbolo de identidad y pertenencia. Es una especie de cementerio en el cual los hombres pueden hablar con sus muertos y saber quiénes son. Es significativo por otra parte que un pequeño niño sea dejado con la mujer abandonada. El niño ya desde una mirada adulta es quien narra el cuento. Es hijo de uno de los que se fueron, su padre lo dejó con la anciana. Ella le enseña todo lo que necesita saber para cruzar el río. En esta sociedad los hombres en el cruce simbolizan su iniciación, porque de otra manera no tendrían un lugar en el mundo. Después de varios años de estar en los Estados Unidos regresa para buscar a su madre-abuela quien es a su vez una especie de deidad. En uno de los últimos pasajes, el río se emparenta con el diluvio. El niño, ahora ya un hombre, regresa desde el centro de la ciudad bajo un aguacero en búsqueda de Dolores. Son los muertos que se revuelven en el río. El cuento termina y los dos personajes (el hombre y la anciana) se transfiguran en deidades, como si fueran piedras que aguardan a sus orillas.
En The wild palms también podemos encontrar desarrollo del río como divinidad. Los pasajes de “The Oldman” cuentan la inundación de la geografía faulkneriana. Aquí el río es también un eco del diluvio. Por otra parte, quizá sea el desarrollo más drástico como no-lugar dentro de la narrativa de este autor. Bajo la inundación todo el condado se convierte en ese sitio inhabitable. Asimismo, se convierte en la negación de una utopía. El “recluso alto”, quien tiene la oportunidad de ser libre, no puede serlo porque el mundo está anegado de agua. La única posibilidad en la vida que tiene para escapar de la prisión se ve cancelada por la inundación. Es aquí en donde encuentro un diálogo más cercano con la narrativa de Parra. En ambos escritores el río es un impedimento para la realización de las utopías de los personajes.
El río en The wild palms también es un recinto de la muerte. En él flota la destrucción, casas, objetos, muebles, mulas hinchadas; es una desolación amarilla, como un desierto luminoso que refleja tenuemente los rayos del rol. El “recluso alto” junto con la mujer embaraza se ven forzados a encontrar un lugar que nunca encuentran. El universo está suspendido, está erosionándose al grado de que pareciera que han viajado en la corriente a otra realidad. En este sentido el pasaje en el cual la barca en la que flotan se encuentra con un barco de vapor es revelador, porque una vez en la cubierta el “recluso alto” descubre que en ella están hombres que hablan otros idiomas, como si las aguas en las que transitan ya no fueran parte de los Estados Unidos sino un mundo atemporal completamente desolado.
“I reckon I’ll wait here,” the convict said. Because now, he told them, he began to notice for the first time that the other people, the other refugees who crowded the deck, who had gathered in a quiet circle about the upturned skiff on which he and the woman sat, the grapevine painter wrapped several times about his wrist and clutched in his hand, staring at him and the woman with queer hot mournful intensity, were not white people-
“You mean niggers?” the plump convict said.
“No. Not Americans.”
“Not Americans? You was clean out of America even?
“I dont know,” the tall one said (239-240).
El río es un medio para el exterior, pero al mismo tiempo un no-lugar en el cual se es más consciente de la identidad. Es también un elemento que descubre la realidad de la zona, con la catástrofe salen a la superficie las estructuras sociales internas, aparecen los migrantes, sujetos suprimidos dentro del imaginario hegemónico de los Estados Unidos.
Las narrativas de Parra y Faulkner manejan el río como un motivo para los personajes. Es especialmente una heterotopía que connota diferentes sentidos dependiendo de algún texto en particular, que sin embargo dialoga con toda una tradición literaria. Los ríos en estos autores por su trasfondo mítico son también los ríos milenarios de la Biblia y de la mitología griega. Sus obras juegan constantemente con estos elementos. Sin embargo, por cuestiones de espacio aquí solo hemos esbozado una línea de investigación. Sin duda este texto no ha podido abarcar todas sus posibilidades que plantean estas obras literarias. Es una tarea que quedará pendiente.
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