LA PINCHE INDIA
(Teatro Alberto M. Alvarado 6 de marzo 2015)
Como ya se sabe…
“La pinche India” de Mario Cantú (también autor de “Edipo Güey” montada por grupo de teatro La Acequia en el 2009), dirección de Uriel Rangel y producción de Cecy Guerrero, cumplió cincuenta representaciones en varias ciudades y en todos los teatros laguneros.
Hoja en Blanco es una compañía de reciente creación, seleccionada para el proyecto Práctica de Vuelo 2012. En recientes fechas abrió su espacio creativo para la formación en el teatro infantil y anunció el próximo proyecto “Soliloquios de mujeres locas” de Brenda Vargas.
Su mayor mérito estriba en la dirección y producción, que hablan de un profesionalismo de rigor que se manifiesta en la elección de los actores, y en la capacidad de mantenerla en cartelera. Una vez dicho lo anterior, la obra nos permite observar algunos aspectos vitales para nuestra escena.
¿Qué va a pedir la princesa?
Gigi, personaje principal, al más puro estilo de Kafka, despierta un día convertida en una india. Una “pinche india”, según su cosmovisión. Esta gratuita metamorfosis provoca el derrumbe de lo que ella considera su pilar de realización vital: el status social. Tanto su prometido como su mejor amiga y padres, la rechazan por haberse convertido en una india, como si Gigi tuviera responsabilidad en ello.
Las palabras de esta boba niña al expresar su confrontación y sufrimiento, nos hacen pensar en las muchachitas vacuas que pueblan una gran parte de nuestra sociedad; quienes, sin esfuerzo propio, han obteniendo una paz social ficticia, basada enteramente en el apellido de abolengo, y expresada por su presencia en eventos sociales.
No obstante, la pinche india termina por aceptarse. Se convierte, en algún momento de la obra, en defensora de los derechos indígenas.
El problema es que nos lo dice pero no lo muestra. Vemos a Gigi enfrentándose a sí misma, luego contra la amiga, luego contra el prometido, y luego contra los padres, y su aceptación ocurre cuando entabla una especie de amistad con El Tripas, decadente catarrín. O sea, la modificación de Gigi se da en los cambios de escena, a oscuras, sin acceso al espectador, que se entera de tránsito emocional por alocución al iniciar la otra escena, retomada como resumen.
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Si algo nos ha enseñado Ibsen con Nora Helmer en “Casa de muñecas”, Williams con Blanche Dobouis en “Un tranvía llamado Deseo”, Strindberg con Julia en “La Señorita Julia”, o el montaje de “La historia del zoológico” de Albee, que dirigió Juan Carlos Martínez en 2014, es que necesitamos ver todo el espectro del drama para comprender los cambios emocionales y aceptarlos como reales. En esta clase de dramas, arriba mencionados, cada escena está cargada de emoción, material necesario para el trabajo del actor, por lo cual, su estructura impide la discriminación de cualquier escena.
La escena final, bien lograda en términos de recursos cómicos, en la que Gigi despierta como su amiga, como su novio, como su padre, como su madre, y como el amigo borracho, nos lleva a entender que los temas de la discriminación, respeto a la mujer y a la dignidad humana, son esenciales para convivencia social. No obstante, para nuestras coordenadas culturales, pueden resultar abstractos, con cierta lejanía a nuestras coordenadas sociales.
Guiño, guiño.
La Pinche India logra un buen equilibro en su comedia. Todos los diálogos, los chistes, las peripecias, su estructura, crean y campo semántico para su desarrollo y lo respetan evitando hacer alusiones a aspectos sociales que resulten periféricos.
Hacen varios guiños o coqueteos a probables áreas de oportunidad para la creación. Entre de los chistes de la obra, se toca un tema importantísimo en pocas líneas. Se hace referencia hacia las criadas, la ayuda, las muchachas, las famullas, las domésticas, las chachas o como usted quiera decirle.
Cabe recordar que ellas fueron parte importante de la construcción de las ciudades de la comarca lagunera. Muchas vinieron de otros estados a trabajar en las casas de los ricos, buscando estabilidad económica propia y para la familia que se dejó atrás.
Aunque no se quiera ver, ellas formaron parte de la formación familiar, supliendo en muchos casos a los padres, sin ser parte de la misma familia. Esta sección de nuestra sociedad no ha sido tomada en cuenta como se debiera, ni por los historiadores ni por los poetas. En otras palabras, les hace falta su teatro. Esta labor ya la inició Hoja en Blanco y queda como tarea para el resto de los integrantes del fenómeno social llamado teatro lagunero.
La dirección y la producción, como ya se han destacado anteriormente, nos llevan a ver un firme ejercicio teatral con características propias. La Pinche India es un proyecto que requirió de la mano de obra histriónica ya presente en nuestros escenarios, como casi todas las demás compañías, con la diferencia de llevarlos a un nivel de profesionalismo en vías de consolidación, distinto al que estamos acostumbrados.
He ahí otro guiño que se agrega a las posibilidades creativas de Hoja en Blanco: la lucha contra lo efímero respetando y promoviendo la calidad que ya generalizada en nuestras producciones. Esperemos que lo logre, ahora que se dedicará a crear actores y públicos infantiles.