La recién lanzada Jurassic World es la película más taquillera de la historia. No cabe duda que la mercadotecnia ha avanzado brutalmente para llevar a más gente de todo el mundo a este espectáculo por demás inflado, lo cual la convertiría también en la película más engañosa de la historia. Vamos a decir por qué.
Primero hay que aclarar un punto: hay un factor extrínseco a la película que contribuyó al récord de la película con mayor dinero recaudado en la historia. Este factor es el crecimiento demográfico de la población que habita en las ciudades, y a que los mercados emergentes de países del subdesarrollo han aumentado en el número de salas de cine.
Este es un factor económico y demográfico que contribuye a que el cine tenga mayor poder de alcance, lo que sigue empujando al cine a ser el arte más popular del nuevo siglo. Aún con esto no debemos confundirnos: la taquilla nunca fue garantía de calidad cinematográfica, ni lo será en el futuro.
Los “creadores” de esta nueva bazofia cumbre del espectáculo palomero, que debieron llamar Digital World, por la lamentable pérdida de los recursos tecnológicos no computarizados, decidieron por no invertir ni un poco más para hacer unidades de tamaño real, al menos, para demostrarle al espectador que sabían cómo gastar dinero, o para demostrarse a sí mismos que estaban seguros de recuperar con creces su inversión.
A parte de la digitalización que no propicia la verosimilitud, la película manifiesta otro craso error: que los guionistas demuestran que son ellos mismos los que tanta nostalgia sienten por aquél pasado de una edad geológica y cinematográfica recién terminada de los 90’s, cuando la primera parte de Jurassic Park nos abrió con asombro la gran “de-extinción” de los dinosaurios.
La película se colma de autojustificaciones por la pérdida de fascinación de las nuevas generaciones, en la necesidad de sujetarse a los nuevos controles mercadológicos de un parque de diversiones, de crear nuevos especímenes modificados genéticamente (GMO), y se evidencian productores, guionistas y director, tal como lo hacen los manejadores del parque, que el mercado ejerce sobre ellos un terrible dominio.
¿Será una velada expiación de culpa? ¿Será un grito de auxilio escondido desde su prisión obrera? ¿Cómo lograrán atraer de nuevo la atención de nuevo a sus parques y a sus películas si los espectadores son adictos incontrolables a la acción, al susto hipersensible? ¿Odiarán tanto a sus espectadores por ser adictos a la mala diversión que se desquitan con más mierda digital?
Los visitantes del parque siempre quieren “nuevos dinosaurios” cada 2 o 3 años para que se renueve el interés; los visitantes quieren nombres sencillos para los dinosaurios, incluso un personaje hace (auto)burla de los nombres diciendo que debería de llamarse uno “Tosti-saurio” dado que los patrocinadores quieren apoyar campañas de lanzamiento de nuevos dinosaurios tal como lo haría con cualquier otro launching de nuevo producto.
Es ridícula la cantidad de veces que hacen referencia a Jurasic Park como si la nostalgia por el pasado fuera tal que el mismo director supiera que la “nueva generación” de dinosaurios sería inevitablemente repetitiva, y que quedaría debiéndoles mucho a los espectadores. Se sabe de antemano que no habrá innovación.
Destinada al olvido cinematográfico, la película no logra mostrar aquélla magia que tuvo Spielberg cuando nos dio una carrera de especímenes tumultuosa y desenfrenada, o cuando nos compadecimos con un Triceratops enfermo al cual le oímos la respiración desde su enorme abdomen rugoso.
El asombro ya no existe. Los dinosaurios se volvieron aburridos, como las nuevas películas. Por eso la necesidad de crear genéticamente nuevos afiches del entretenimiento, así como las películas tuvieron que volverse animaciones intoxicadas, los dinosaurios tuvieron que convertirse en ponys para montar o tuvieron que hacerlos extremadamente peligrosos, híbridos macabros de las mentes científicas y militares sin escrúpulos, tal como las películas de la nueva era tenían que volverse más psicodélicas, aparatosas, ruidosas y explosivas. Todos necesitan un nuevo monstruo.
Es así como surge la más temible (y tediosa) de las bestias creadas por la ambición del hombre, con lo mejor del pasado y del presente, mezcla genética de tantas especies zoológicas que parece un cóctel de Mr. Jekill, de la cual por supuesto, tiene que salir algo espantoso (o supuestamente terrible): el super-megalosaurio Indominus Rex.
Tan increíble es la nueva especie, con mezcla de tantos genes, que mágicamente resulta un animal inteligente capaz de engañar a los hombres, librarse de un implante GPS debido a su magnífica memoria – que sepamos, no le implantaron genes de elefante – como si la mezcla de razas inferiores diera por mágico salto ontológico una especie con facultades cognoscitivas y comunicativas jamás visto en ninguna especie animal.
Con toda la faramalla superlativa, los actores relucen por su incapacidad por transmitir verdaderas emociones. Tenemos por protagonista a una mujer joven y atractiva que es la encargada-gerente-directora del parque capaz de tomar decisiones verdaderamente importantes sin perder la jovialidad, la belleza ni la sonrisa tierna con tan cargada responsabilidad.
El co-protagonista en carácter de aventurero resulta ser en realidad un antiguo marine capaz de amaestrar velociraptors como si fuera el Aquaman de dinosaurios. Este background militar permanece en la película con otro actor, que plantea la idea más estúpida que he escuchado en años: usar velociraptors entrenados como ejércitos o comandos de fuerzas especiales (con la enseñanza más ancestral de la naturaleza), serían los más perfectos y viejos asesinos que han existido nunca, tan sólo para ser objeto de otra ambición armamentista.
La pareja de protagonistas permanece unida desde que el más peligroso de los dinosaurios creados por el hombre se escapa de su jaula buscando desesperadamente la muerte por diversión de cuantos hombres y dinosaurios se le crucen en el camino, como si fuera un asesino psicópata que solamente está pensando en su próxima víctima.
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Esta pareja de actores no logra jamás hacer verdadero equipo, ni encontramos tampoco ninguna escena donde demuestren su compañerismo para enfrentarse a las situaciones de extremo peligro. Más bien parece que el hombre la rescata cuantas veces sea necesario, sin pensar siquiera en que, como encargada del parque, debiera tener un conocimiento etiológico de sus especies.
El macho protagonista demuestra una fuerza y una temeridad de superhéroe, incluso patético cuando dirige a su equipo de velociraptors, no es sino la más grande jalada de nuestros tiempos, para después perder su liderazgo ridícula e instantáneamente cuando su equipo especial se enfrentan al super-T-Rex-GMO o sea Indominus Rex, el cual se comunica con ellos y los convence a gruñidos, para convertirse en el nuevo macho-alfa, y regresar el ataque a los humanos.
La gran heroína también tiene un ridículo superpoder: permanecer en tacones y falda durante toda la película, la capacidad de enseñar y mantener en orden el escote, y una falda que se rasga justo para mostrar el muslo torneado, sólo por encima de las buenas e infantiles conciencias, complaciendo así a todos los públicos familiares.
No olvidemos a los sobrinos de la protagonista, un par de hermanos sin ningún gramo de carisma. Uno es un adolescente en la etapa característica de la edad donde todo carece de interés excepto las chicas, como si esto también fuera parte de su genética modificada, es movido únicamente por la sangre de su sexo, incapaz de no quedarse viendo a cuanta adolescente se atraviesa.
El hermano menor, un niño nerd profundamente apasionado por los dinosaurios, tiene de inteligente lo que tiene de autocompasivo. Estos hermanos serán capaces de escapar con destreza insospechada a cuanto peligro se enfrenten, a diferencia de los muchos militares con entrenamiento especializado que mueren con irrisorio descuido al menor acercamiento con las bestias.
Contrariamente a los actores infantiles de Jurassic Park, estos hermanos no cuentan con gracia, no nos dejan ni una sola escena memorable, a comparación de aquellas donde la niña tiembla tanto como la gelatina verde que tiene en la cuchara, o como el niño con el colapso eléctrico sufrido por un cerco de seguridad.
En cambio, nos venden la peor escena de fraternidad protectora cuando el hermano mayor le dice a su hermano menor que él siempre lo ha cuidado y lo cuidará, ayudándose de un recuerdo de su pasado familiar. Esa escena es una parodia de sí misma, que resulta imposible de comprar.
Después de las innumerables ridiculeces, la película concluye con una secuencia de escenas insuperables: el super-homínido-macho-alfa recupera su liderazgo, los velociraptors se enfrentan en equipo al Indominus, un velociraptor entrando en la arena de lucha en cámara lenta, provocando la reminiscencia de aquéllas películas de triunfo deportivo, donde el capitán está por lanzar la pelota, en cámara lenta y con la boca abierta, para dar el triunfo de último minuto.
Doble final: el niño nerd dice “necesitamos más dientes”, como si fuera el código de alerta para abrir la puerta a una nueva arma. Entra en escena el viejo y sabio T-Rex No-GMO o sea el clásico y temido T-Rex, como resucitando de su olvido mediático en el parque, para enfrentarse al Indominus y recuperar su lugar como príncipe legendario, y simultáneamente en el correlato psicológico de los guionistas, el subconsciente cinematográfico libera la energía sublimada del pasado, resucitando al T-Rex como si quisieran despertar a su vez, el pasado maravilloso del cine donde sí nos asombrábamos. Pero la energía de la libido se desperdicia.
Triple final (como si no hubieran bastado los otros dos): el gran monstruo marino más grande que haya visto el cine, sale de su lago profundísimo, para tragarse de un bocado a su presa cuando ya está casi muerta, y lo único que pude pensar era que si su bocado transgénico no le causaría algún tipo de cáncer tal como me lo causó a mí tragarme la secuencia entera.
Así pues, una ridiculez tras otra, por fin se termina la película, y pienso si no resulta una pérdida de tiempo enumerar cada uno de los errores y terribles escenas que encontré en ella, y si al lector le importará que le digan por qué no es una buena película. Seguramente tampoco se trata de la peor película del verano, desgraciadamente hay otras peores.
En todo caso, resulta también patético para mí, tener que mencionar algunos aciertos de Spielberg, que se sostienen aún sin ayuda de los efectos especiales, y los grandes desaciertos de este nuevo proyecto, como si yo también sintiera esa nostalgia por ese pasado glorioso del cine de Spielberg, como si de verdad lo extrañara tanto.
Jurassic Park tuvo buenos aciertos y fue taquillera también, pero detrás de la ambición económica que persigue inevitablemente la industria, hubo también otra ambición por hacer una película de calidad, usando recursos narrativos y actorales que abrieron el asombro de los espectadores, usando los recursos tecnológicos disponibles en su tiempo sin convertirse en una exposición interactiva de los mismos, con investigación científica que diera verosimilitud a la historia, y no sólo un abusivo y ramplón interés circense de quitarle el dinero a la gente por tan poca y ridícula diversión.
¿Culparemos a estos nuevos realizadores por luchar y perder contra la marea fastuosa de películas de baja calidad computarizada y narrativa? ¿Culparemos al público adicto a lo falso-espectacular, por renunciar a su capacidad crítica y por brindar tanta facilidad para ser complacidos? ¿Culparemos a ambos, realizadores y público, por tenerse un amor tan ridículo y manipulador, pero a la vez tan dañino para la cultura popular?
Me causan horror tanto las posibles respuestas como los hechos: gente gastando su dinero en una mierda y unos productores que confirman sus buenas decisiones de inversión cuando la gente no puede ya, ni quiere, ni sabe cómo pedir nuevas formas originales de diversión.