Considero que tengo una responsabilidad enorme en lo que respondo cuando me preguntan ¿qué leo? ¿por qué lees? ¿qué me recomiendas? ¿por dónde debo empezar a leer? Esas preguntas se las debo a los amigos que han venido a mí, y que han confiado en mí, con la necesidad de una respuesta. Tomo entonces esas preguntas como incentivo para escribir esto.
Creo que contestar a estas preguntas es la primera responsabilidad de todo el que se llame a sí mismo intelectual, escritor o agente cultural. Fomentar la lectura es guiarla, recomendarla, darle camino. Mucha gente no cree posible o no entiende cómo es posible hallar entretenimiento en los libros. Mucho menos que sintamos alegría, entusiasmo o pasión en ello.
Muchos encontramos en la lectura una manera de hacer llevadera la vida, aún más, hacerla posible. Con toda razón debemos preocuparnos para ayudar a que las personas que no saben qué leer tengan una respuesta, una orientación más que nada.
Antes de hablar del libro – para evitar hacer un panegírico excesivo sobre el objeto – lo que importa es hablar de la lectura. En un día en el que festejamos el libro deberíamos decir, para ser más precisos, día de la lectura. Lo que importa en realidad es el ejercicio de la lectura dado que no es conveniente perder el foco de atención en esas campañas o programas culturales, pues se corre el peligro de poner al libro como un objeto de culto, un objeto de librerías nada más, al cual hay que rendirle pleitesía, y por lo tanto, vale para hacerle ferias y ceremonias, pero no para acercársele realmente.
El libro entonces no será aquí ningún objeto de tributo en este escrito. Vamos a hablar de lecturas, de la lectura como ejercicio, hábito, gusto, placer. Nada más. Tal vez el lector podrá encontrar sus respuestas.
Cuando alguien se acerca a preguntarme ¿Qué debo leer? Pienso que podría ser una pregunta ociosa, o bien, una pregunta que en realidad solicita un motivo o justificación para la lectura, como para explicar por qué es bueno leer o bien, como verdadera duda: ¿por dónde empiezo? Contestemos entonces con orden a las preguntas:
Leer nos hace pensar, y pensar nos hace humanos. Lo mejor es leer de a poco y reflexionar acerca de lo leído. Esto nos dará oportunidad de que aquello expresado adquiera una significación. Conviene tener algo donde escribir nuestra apreciación sobre lo leído. Algunos tienen la costumbre de escribir sobre la misma página pero eso puede ser estorboso para cuando se relea o si alguien quiere leer el libro y se tenga que topar con nuestras notas.
Al autor del libro, y al libro mismo, no hay que tenerles tanto respeto, hay que tenerle más bien desconfianza. El escritor debe saber atrapar a sus lectores, mostrar su talento, antes de 30 páginas. Si no te gusta lo que estás leyendo conviene dejar la lectura en cuanto parezca tediosa, superficial o tonta. Si no te gusta lo avientas, el libro, pero no la lectura.
Si hay libros gruesos y tediosos es porque nos guardan la promesa de que el esfuerzo valdrá la pena y seremos recompensados con aquéllos secretos que el escritor nos guarda. Esto puede ser una trampa, si el escritor ya va en la página 100 y sigue sin decir nada más vale dejar el libro.
Leemos para saber que no estamos solos. Hay historias de que en los campos de concentración los presos se distribuían libros de Dostoyevsky, peleaban por los libros, incluso se mataban. El mismo Dostoyevsky fue testigo de un preso que asesinó a otro por un libro, esto cuando estuvo preso en Siberia.
Empezamos a saber qué es la vida cuando platicarnos lo que hemos vivido, cuando lo compartimos. No hay existencia sino co-existencia, no hay biografía personal sin los otros. Cuando el escritor comparte su experiencia en realidad le dice al lector que puede vivir esa experiencia junto con él. La experiencia se comparte: eso es la literatura.
Leemos porque la ficción nos prepara para la vida. La ficción o las ficciones son historias que nos ayudan a vivir nuestra vida. Cuando leemos tenemos vida proyectada en un presente virtual, la vida de los personajes transcurre en un presente que nos permite observar actuaciones, sentimientos, actitudes.
Los personajes viven su vida, y nosotros vivimos junto con ellos. Esta es la idea básica del cine y de las salas y pantallas enormes: introducir al espectador dentro de la historia. Las grandes salas de cine, el sonido fuerte y definido, la proyección en megapantalla, tan sólo son formas físicas de engrandecer la ficción. Una buena historia no necesita ni grandes pantallas, ni sonidos estruendosos ni imágenes proyectadas de 3 metros de altura.
Antes de que existiera la tecnología doméstica, que es verdaderamente abrumadora en la actualidad, la gente se contaba leyendas, mitos, historias; para poder vivir, para entretenernos, para soñar. Soñar e imaginar son atributos esenciales de lo humano.
Leer, aunque suene muy ideal, leer es vivir. La vida es elección, dicen. Pues los libros nos ayudan a elegir, y a elegir creativamente. Para elegir algo necesitamos imaginar las posibilidades, todos los caminos que pueden tomar nuestros actos. Los libros nos ayudan a imaginar y ver la posibilidad de llevar lo imaginado a lo real.
Y entonces, no hemos empezado todavía: ¿qué debemos leer si no hemos nada interesante, si todos los libros me han dormido? ¿qué recomiendo?
¿Qué leer?
No hay punto de partida, hay que leer todo lo que se te ponga enfrente, todo lo que te interese. Hay que dejarse llamar por los libros, hay que sostenerlos frente a uno. Si a la página 50 no te convence es mejor dejarlo. Siempre hay otra cosa que leer.
Hay que saltarse los prólogos largos, muchas veces es mejor iniciar la lectura sin un antecedente. Conviene dejarse llevar por el propio juicio antes de escuchar la opinión de otro lector. Tu impresión directa vale más que las teorías que esboza el prologuista para convencerte que debes leer tal libro.
Si todo lo que has leído no te ha generado curiosidad tal vez lo que sucede es que aquello que dice el libro no te signifique mucho porque no estás escuchando lo que tiene que decir, o porque estás aturdido con tanto ruido.
En nuestras vidas tenemos mucho ruido, hay ruido en la ciudad, en los medios de comunicación, en las mismas habladurías vanas que se dan entre vecinos y compañeros de trabajo. Hay ruidos interiores que no dejan escuchar lo más profundo. Hay que buscar el silencio, la lectura es una forma de silencio que nos permite escuchar de fondo.
Si siempre que lees te da sueño y te duermes eso puede indicar que la lectura es relajante y que tu cuerpo necesita descansar. Lo mejor será dormir, pero continuar con la lectura una vez despierto. Si aún después de descansar, de haber dormido plenamente durante la noche, el libro continúa aburrido y tedioso es mejor cambiar la lectura por otra de mayor interés.
Hay que leer una novela cuando necesites un mundo nuevo, cuando te aburras de ese en el que vives, en el que trabajas, buscar otro mundo no es malo, puede ser una tarea para sobrevivir. Una novela abrirá un universo paralelo donde vivirás, alegre o tristemente, pero al fin distinto.
No hay novelas para el sentimiento o para la razón solamente. La lectura tiene que ser un ejercicio de cerebro y corazón. Si la novela que lees no tiene más que frases rosas que no dicen nada, o nada más que lo necesario para resolver un acertijo, podrías estar perdiendo el tiempo.
La novela para ser buena debe crear un mundo, más profundo, más intenso, una realidad condensada, no precisamente más extensa. En la novela se simula un mundo, pero ese mundo puede ser del tamaño de 45 páginas.
Hay que leer cuentos cuando el hábito de la lectura no está muy desarrollado o cuando la atención es difícil de mantener por más de media hora. Leer cuentos no es para niños. Los cuentos no son sólo fábulas, mucho menos simples historias, mitos de animales humanizados, aunque los hay.
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El cuento deberá ser una mirada. Una mirada a un mundo perverso y sombrío si lees a Poe. Una mirada a un mundo donde la muerte es irónica y terriblemente fortuita si lees a Quiroga. Un mundo mágico, en su mejor acepción, y a la vez profundamente real si lees a Cortázar.
Un cuento es una pelea de box que se gana por nocaut, dijo Cortázar. Los cuentos nos abren abismos frente a los ojos. Uno de los cuentos que más me gusta habla una madre que murió en el hospital y de sus cuatro hijas que no la quieren sacar del cuarto donde reposa su cuerpo echado a perder. Este cuento es de Reinaldo Arenas.
Hay que leer poesía cuando algo nos duele. No todos los poemas son de amor, ¡por Dios!, les juro que no todos los poemas son cursis. Hay poesía que habla del paisaje, de la patria, del enojo, de la burla, de la insensatez. La poesía generalmente se quiere vestir con mucha seriedad y solemnidad, pero hay poesía divertida. Hay antipoesía también, como la de Nicanor Parra, hay poesía para países destruidos como la de Pedro Mir.
Seguro que la poesía no es lo que nos dijeron en la secundaria. Es un crimen dejarle a un niño la lectura del Mío Cid, Sor Juana o la Odisea. Poesía como la de Jaime Sabines, Neruda, Vicente Huidobro, Cesar Vallejo, podría ser muy buena para alguien que tuvo una mala impresión de la poesía.
Las lecturas que nos encargaron en la escuela tenían el único propósito de aburrirnos mortalmente. Pero hay lecturas que se deberían hacer en secundaria y preparatoria, incluso después, porque otra mentira es que hay “literatura adolescente”, por ejemplo, Batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, Santa María del Circo, de David Toscana, La nada cotidiana, de Zoé Valdés, En este lugar sagrado de Póli Délano o El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
Esas lecturas servirán no sólo a jóvenes sino a todos aquéllos que piensan que la literatura es aburrida, demasiado intelectual o estéril. La educación secundaria y preparatoria en este país tiene la firme intención de hacerle creer que la poesía y la literatura son materias de relleno, basura intelectualoide solamente, pero no es así.
¿Cuándo leer?
No podemos perdernos el gusto de no tener un libro favorito, lo mejor sería leer mientras esperas en la fila del banco, en la oficina, en el recreo, antes de dormir, una tarde soleada, cuando quieras descansar. Puedes leer en los lugares más inapropiados, hay gente que lee mejor en el baño, en la plaza. Solo algunos pretenciosos leen en el café para que los vean, pero podemos y debemos leer en los lugares más inesperados: en la cantina, en el club deportivo, en el transporte público, en la iglesia.
Leer puede ser el momento de mayor placer después de un día exhaustivo de trabajo. Hay que encontrar el ocio, más que el entretenimiento. El ocio es descanso del alma, el verdadero tiempo desperdiciado pero que repone.
Es nocivo ver televisión cuando lo que se quiere en realidad es descansar. Nuestra vida repleta de celulares, internet, radios, televisiones, computadoras es una contaminación de imágenes, sonidos y sensaciones.
¿Cómo leer?
Despacio, sin distracciones. Deteniéndote en cada punto que creas necesario. Con un lápiz en la mano, para subrayar o para escribir una pregunta o un comentario. También es bueno leer con alguien más. Para comentar lo que se ha leído. Prestándole el libro que te ha interesado para que te dé su opinión, para decirle que vale la pena. Siempre platicar lo que leíste para que no se te olvide.
¿Por dónde empezar?
Por donde sea. La historia personal de las lecturas no tiene por qué tener un inicio especial. Muchos lectores leen lo que encuentran en sus casas. Sólo grandes escritores como Borges o Pitol pueden presumir de haber tenido lecturas de los clásicos antes de los 10 años de edad y en su idioma original.
Para el niño común que fui, he de admitir sin vergüenza que mis primeras lecturas fueron libros de autoayuda de todo tipo, y novelas cursis. No creo que haya sido del todo nocivo, esas lecturas son iniciales y son las que estaban disponibles, sirvieron para formar el hábito, hay que considerar que son los primeros libros que llegan a tus manos y que eso sólo indica que son los primeros pero que no son las únicas lecturas.
La mala literatura se compone de historias ultrafantásticas, de morbo o de terror infantilmente oscuro. Los libros de autoayuda y superación personal no son literatura. Pueden ser engañosos porque nos hacen creer que la vida es una receta, o que sólo ese libro contiene el secreto de las relaciones personales, profesionales o amorosas. Eso es una falsedad.
Los buenos libros nos llevan y nos hablan de otros libros, de otros escritores. Vargas Llosa tiene un libro que se llama La Orgía Perpetua. Eso es la literatura, una orgía donde uno se puede enamorar de varios sin problema, ligarse a uno para luego cambiarlo a otro sin que surjan los celos. Los buenos libros no son celosos con el lector, lo dejan libre para que siga buscando lecturas, y no es cuestión que deba preocuparle a un escritor: un buen amante sabe cómo atraer a su pareja.
También debemos pensar que en muchas casas ni siquiera hay libros, ese es un problema para la lectura. Si los padres no leen mucho menos los hijos. En otras casas, como en la mía, sobraban las novelas vacías del Reader’s Digest que heredé de mi abuelo, pero también unos libros sobre partidas de ajedrez y Dostoyevsky; de mi madre las revistas de supuesta divulgación cultural que hablan los buenos consejos para el hogar, pero también algunas novelas existencialistas, como El Extranjero, que es una novela que me transformó.
De mi padre heredé algunos tomos de El Capital que debió haber leído en su juventud cuando estudiaba economía y se autonombraba socialista. Leer El Capital para mí es acercarme a mi padre. No soy comunista, ni revolucionario, economista, pero Marx cambió el mundo, tanto que lo siguen leyendo capitalistas, religiosos, filósofos, sociólogos. No creo que haya nada como el Manifiesto Comunista.
No debemos ser demasiado exquisitos en la selección de las lecturas, en todo caso debemos buscar la formación del hábito de la lectura, del gusto sobre todo: educar el gusto por leer, como lo hace el que le gusta el vino y quiere saber más de él.
Si no hay libros en tu casa recomiendo ir a las librerías de usado. Esos lugares son maravillosos porque puedes comprar hasta 10 libros por no más de 500 pesos. Para alguien que no sabe qué leer, lo peor que puede hacer es ir a librerías de nuevo, y gastarse más de 300 pesos por un libro que tal vez dejes a la segunda página, y haberlo comprado porque estaba a la entrada montado sobre un aparador, en la punta de una montaña de libros.
Lo mejor es alejarse los grandes aparadores y buscar algo al fondo de la librería. A veces hasta la sección de “recomendaciones” resulta un grave error. Los más leídos tampoco serán los mejores. Los más comprados solo indica el número de personas incautas que se dejaron atrapar por la trampa de la mercadotecnia.
Los mejores libros andan por ahí esperando ser encontrados, no hay que dejar de buscarlos.