Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

Retrato esperpento de Édgar Lacolz

Ahora que resulta fácil publicar (nótese que dije que ahora es fácil publicar, que no ser leído), la pregunta por la razón de la escritura se hace más necesaria. Es decir ¿por qué alguien escribe un libro y lo publica? Con todas las posibilidades actuales, y con esto me refiero al Internet y todos sus portales de películas y videos, música y videojuegos; ahora con las consolas como el Xbox y similares, yo diría que no necesariamente se escribe para entretener. Lo que quiero decir es que ese no sería el único fin de la escritura hoy en día, ya que si así lo fuera los libros carecerían de razón de existir. Si hablamos de entretenimiento puro yo diría que una película o un videojuego tendrían la posibilidad de cubrir esa necesidad de una mejor manera, lo apunto por experiencia propia.

Ahora bien los comentarios anteriores siguen sin responder la pregunta inicial ¿por qué se escribe un libro? Lo que intentaré a continuación es esbozar una línea de pensamiento que nos permita llegar al menos a una conclusión parcial. Pienso hacerlo así porque libros como el que esta noche presentamos, Retrato esperpento de Édgar Lacolz, nos permiten una reflexión en concreto. Tomando estas consideraciones continúo con la siguiente pregunta.

¿Un libro se escribe porque de otra manera la vida del autor quedaría vacía? A lo largo del texto de Lacolz se percibe esta cuestión. Lacolz (al menos el personaje) es un joven con muchos problemas. La manera de darles sentido es convirtiéndolos en literatura, en obra de arte. En algún punto de la novela incluso se citan, a modo de invocación, las palabras de Julio Cortázar; cuando se le preguntó la razón de que escribiera Rayuela, el autor argentino, clásico de la literatura latinoamericana, comentó que de no haberlo hecho se habría lanzado a las aguas del Sena. Es significativa la idea ya que ésta se mantiene de fondo a lo largo de la obra que hoy presentamos aquí. No sé qué habría pasado con Lacolz de no haber escrito este libro, quizá se hubiera lanzado a las tierras (que no aguas) del Nazas, o en todo caso a las aguas del Canal de Sacramento.

Lacolz abre así el relato.

Supongamos que me llamo Lacolz. Seis letras: L-a-c-o-l-z. Dos sílabas: La-colz. No Lacoste. Ni Lakoulz. Tampoco Lácolz. Ele a ce o de zeta: Lacolz. Supongamos también que soy un lector. Que compro más de diez libros al año. Que leo más de diez libros al año. Y cuando la lectura se convierte en vicio, crónico o degenerativo, uno termina por adquirir otro vicio: escribir.

*

Ahora supongamos que Lacolz quiere escribir
¿Qué vas a escribir?

Según Gabriel García Márquez, “el escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no puede explicar.” Yo humildemente agregaría que un libro que no es escrito bajo esta premisa realmente no nos dice mucho que no podamos adquirir por otros medios. Porque historias ya hay demasiadas, lo que nos interesa es que alguien nos las explique a través de su mirada. Pareciera que a lo largo de las páginas, Lacolz tuviera guardado un secreto, que quizá ni siquiera él conoce. A mí no me engaña ese tono bromista y relajado, no es simple palabrería. Desde el principio del relato se advierte algo tremendamente oscuro, y esto de oscuro no lo digo como algo malo o des-meritorio como diría nuestro autor, sino como algo que justifica la lectura de esta obra; es algo que le da valor más allá del simple entretenimiento.

Que no se confunda lo que deseo decir. Para nada estoy en contra de que un libro nos proporcione ocio, el libro de Lacolz lo hace; lo que quiero afirmar, hacer ver, es que un libro que sólo se conforma con esto corre el riesgo de ser sustituido a la primera provocación. Retrato esperpento resiste la prueba. Lo que es admirable de este volumen, y no seré el primero en decírselo (ya otros se lo han reiterado), es que en él se utiliza un lenguaje sencillo, pero que expresa múltiples sentidos. La virtud es que Retrato esperpento es fácil de leer pero al mismo tiempo su narración puede llegar a ser muy cruda. Incluso más que todos esos autores que tienen la pretensión de sorprender al lector por medio de la violencia. Lacolz no desea sorprender a nadie, sino más bien explorar su existencia, la cual, digámoslo llanamente y a bocajarro, ha tenido que lidiar con el problema que significa depender en muchos sentidos de su vida a una silla de ruedas. Lacolz sin victimizarse (y esto es un gran logro, cuántos autores no erigen sus aburridas y lacrimosas obras a partir de este camino pusilánime) nos cuenta esa parte insensible o des-sensible (palabras del autor) que es la mitad de su cuerpo y por lo tanto de su existencia, y cómo a través de la palabra sencilla él intenta darle sentido. Retrato esperpento funge como un espejo para el mismo autor, pero dentro de las contradicciones del arte y la literatura, también funge como un espejo a sus lectores. Bajo este orden de ideas es muy significativa la parte en la que nos narra una rutina de terapia física. Uno podría pensar que este tipo de pasajes dentro de una novela serían superfluos. Nada más equivocado. En las acciones más nimias es donde encontramos las pequeñas revelaciones de la vida. El Lacolz del relato (y por lo tanto el autor) así nos lo hace ver. Después de hacer algunos ejercicios físicos secuenciados, en la página 70 se nos dice:

Me dejan sólo frente a una espejo de cuerpo completo (supongo que para auto-re-conocerse, tal como es uno sin Photoshop, sin maquillaje, sin eufemismos visuales, allí, de frente contigo mismo, con todas tus luxaciones de rodilla y de cadera, con todas tus contracciones mentales y musculares, sin olivar las correas y certezas y metales y miedos y aciertos e inseguridades, una especie de terapia visual, de aceptación, supongo), y al mismo tiempo subo y bajo los brazos, estando de pie, respiro y miro fijamente al espejo: como si fuera el cierre-calentamiento-y-despedida de una día más de terapia.

En este libro lo que tenemos es a un Lacolz de cuerpo entero. De ahí que se advierta el misterio de la escritura. Porque todo autor comienza quizá a escribir un relato para ocultarnos un secreto, una verdad incómoda, que se nos revelará tarde o temprano. Lacolz escribe su enigma. Escritores como Ricardo Piglia comentan que no hay cuento sin enigma. Esto es algo que muchos escritores jóvenes y no tan jóvenes no comprenden. Piensan que escribir una novela solamente consiste en escribir páginas, en llenar cuartillas y cuartillas de letritas; después de un año estará la novela. Falso. Curiosamente en la contra portada del libro dice:

Durante cinco meses registre mi día a día (noches y madrugadas), mis lecturas y manoseos, mis andanzas y (des) aciertos. Un año después desempolvo las notas. El resultado es este auto retrato esperpéntico.

He ahí la invitación. He ahí también el artificio. Y en eso Lacolz demuestra más que la gran mayoría de los escritores laguneros en boga, más incluso que aquellos que nuestro autor considera “padrinos”, que es uno de esos autores astutos, uno de esos autores que ocultan su oficio. No hay nada más engañoso que escribir una novela en forma de diario y por lo mismo no hay mayor trampa para los escritores que escribir una novela en forma de diario. Cuántos no se embarcan en dicha tarea, después de leer La nausea de Sartre, creyendo que de esa manera podrán engañar a las musas. Las musas no son tan tontas y toda novela requiere un enigma. Yo dirá que incluso a veces no basta con tener técnica o facilidad para escribir. Escribidores hay muchos, más de los que se necesitan. Yo diría que uno no puede dar lo que no tiene; por lo tanto yo diría que una novela no puede ser escrita sin que el escritor albergue en su corazón y cabeza un verdadero enigma que necesite develarse primero a sí mismo por medio de la escritura y que después la gente pueda ver a través de esa misma escritura, que se hace pública en forma de libro.

En este orden de ideas desde el principio advertí eso en este texto, y tuve temor a lo largo de la lectura de que por alguna razón Lacolz no pudiera revelar lo que traía atorado en el pecho o en la conciencia. El escritor joven a falta de recursos acude a sus maestros para que le ayuden a hablar. Era comprensible que un autor como el que tenemos aquí, con esa personalidad abierta, despreocupada, no se avergonzara de hacer esto sin pudor. Me refiero a los manoseos. Los manoseos para Lacolz según él mismo nos dice consisten en tomar un texto de un autor consagrado y manipularlo para que de esta manera exprese una situación personal diferente a la original. Considero que la voz que más le ayudó fue la de Reynaldo Arenas. La voz del escritor cubano en un fragmento nos hizo intuir la profundidad de la historia que nos contaba el autor aquí presente. He aquí un fragmento del capítulo.

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Del otro lado de las persianas, en el patio, dos niños anudan una soga y la arrojan sobre una rama de un árbol. El árbol está seco de tanto sol y es alto. Uno de los niños se llama Tico y la otra se llama Tinisia. No tienen más de cinco años.
Voz de Tinisia: ¿Y si visitamos a Lacolz?
Voz de Tico: Para qué.
Voz de Tinisia: Para que sí, ándale Tico.
Voz de Tico: No, no me caen bien los muertos que ya no saben qué hacer después de muertos y siguen viviendo.
Voz de Tinisia: ¿Y cuando se canse? ¿Entonces le visitamos?
Voz de Tico: Sólo entonces, Tinisia (Tinisia sonríe. Su semblante se encontenta)
Voz de Tico: Es más, cuando eso ocurra él nos visitará.
Demonios (en coro mientras continúan dando saltitos): guirindán, guirindán, guirindán, guirindán, guirindan.

Los manoseos de obras de autores clásicos me parecieron afortunados en la mayoría de los casos; sin embargo, para mí estos eran especies de pistas, si se quiere destellos, de lo que Lacolz andaba buscando en este libro. Debo decir que de pronto me confundía. Me decía a mí mismo ¿Vamos, Lacolz, qué es lo que ocultas? Me decía, para consolarme, sé que no es el momento de develarlo. No obstante, conforme pasaban las páginas estaba como un hombre que camina en la oscuridad a la expectativa de encontrarse con el ogro, la ansiedad me carcomía. En la vida real nadie nunca quiere toparse con el ogro en la oscuridad, pero en la literatura sí, porque es cuando la realidad se disloca, se da en su conjunto, se da la epifanía. Lacolz la encuentra en la entrada del 18 de junio.

¿Qué recuerdas? Recuerdo que pasó una noche de verano. Una del 91. En el Periférico. Cerca de Gayosso. Antes de llegar a la NARRO. Antes no había Gayosso. Tampoco había alumbrado. (Alumbra luz de lumbre!) Y tampoco alumbraba el coche. Recuerdo que nos dejó al otro lado del Periférico. Recuerdo que sólo necesitábamos cruzar la carretera, para llegar a casa. Recuerdo que además de mis dos hermanos mayores (Alba y Rael), nos acompañaba una prima (¿Mirrus?) Recuerdo que veníamos de la Victoria (la abuela vivía, vive y morirá en la Victoria). Recuerdo que por la tarde me acababan de comprar tenis. Recuerdo que eran blancos. Recuerdo que me gustaron mucho. Recuerdo que después, al despertar en el hospital, pregunté por ellos: ¿Y mis tenis?

Más adelante Lacolz continúa.

Mentiroso: tú no recuerdas nada. Todo eso es lo que te han contado los que no se quedaron dormidos en los brazos de su mamá y sí recuerdan. Todo eso, o te lo contaron o lo soñaste. Dime, ¿cómo puedo soñar con cosas que no viví y sólo me han contado?

En este pasaje, tal y como lo menciona el texto, se alumbra la historia, es la antorcha que ilumina el túnel. Pude ver al ogro, el enigma, y me quedé conforme con esta novela. Me quedé satisfecho con la búsqueda que el autor inicia. Esta novela es el ensueño de Lacolz, es su búsqueda y su incógnita. Con una voz honesta, sincera, del hombre de a pie, mejor dicho de a ruedas, Lacolz, sigue como pocos el consejo que daría Edgar Allan Poe: escribir el libro titulado Mi corazón al desnudo. De esta manera Lacolz se presenta de cuerpo entero, se levanta de la silla y empieza a caminar.


Texto leído en la presentación del libro, realizada en la UNEA, el 17 de junio de 2015

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.