Luis Carlos García

COLUMNA

Por Luis Carlos García

Columna

Memorias de los Cineclubs

Como cinéfilo, recuerdo los cineclubs que me nutrieron, y cómo esperaba la cita anticipada, un correligionario que asiste con fervor a sus iglesias. Es un gusto rememorar las películas vistas y los lugares donde las vi, aunque a veces me falle la memoria. Puedo hacer un recorrido por aquéllos años y lugares a donde fui, y por eso me limitaré a los cineclubs de la región.

Mi experiencia como parte de un público que asiste a eventos culturales me dice que siempre que se hace cualquier evento, surge una preocupación constante por la asistencia, por la capacidad de atracción y convocatoria que se logra.

En esta ciudad, con el público no está asegurada ni la asistencia ni la puntualidad, y siempre uno se pregunta, si no hay actividad porque es poco el público o si el público es poco porque es mala la oferta, la comunicación o si no se le da continuidad a los mismos.

En el caso de los cineclubs es sui generis. La selección, la comunicación y la continuidad son esenciales para interesar al público. Da una idea de lo que el o los organizadores quieren comunicar, la responsabilidad y la entrega que tienen en ello, y sobre todo, el acervo cultural con el que cuentan y su intención de compartir el gusto por tales películas.

Para interesar al público no basta tener las películas y querer presentarlas, hay que saber elegir y ordenar, discriminar y ser objetivos, pensar mucho en el tipo de público que se quiere atraer, tener por sobre todas las cosas que la continuidad, la variedad y el soporte es vital para mantener vivo el cineclub.

Esos criterios serán la base para que el cineclub tenga éxito, no por la cantidad de gente que asista, sino por la fidelidad constante al mismo. Un cineclub crea fieles, un cineclub exitoso los tendrá hasta el final del mismo ciclo y el interés por el próximo.

Hasta hace algunos años (2005-2009 aproximadamente) en La Laguna hubo un “boom” de cineclubs que ofrecían un amplio catálogo de películas. Entre los más antiguos y que continúan hoy todavía están el cineclub del Teatro Alvarado en Gómez Palacio, el de la Sala Elías Murra del Teatro Isauro Martínez y el más reciente, el del Museo Arocena.

Podríamos decir que en la Laguna ha contado con público, no multitudinario pero si constante, que asiste a ciclos de cine. Desde que los empecé a frecuentar hace más de diez años he tratado de asistir a esos espacios que ofrecen casi siempre algo distinto al cine comercial.

En esos años, en la misma sala Elías Murra se ocupaban varios días de la semana con diferentes cineclubs organizados por diferentes personas. Estos fueron los cineclubs con mayor impacto y continuidad, con una muy buena oferta cinematográfica.

Los miércoles cada quince días, se hacía el cineclub de cine francés de la Alianza Francesa de la Laguna a cargo de Ileana Pinal, que duró varios años, en el que se proyectaron más de 250 películas francesas o francoparlantes de todas las épocas y géneros.

Se presentaron muchas películas clásicas del cine francés, unas verdaderas joyas. De este ciclo puedo recordar Las Invasiones Bárbaras (Denis Ancard, 2003), una película canadiense francoparlante o la clásica Á Bout de Souffle (Sin Aliento, Jean-Luc Godard, 1960).

Esta hazaña no es nada fácil de hacer y merece nuestro aplauso, pues hemos de decir que el público lagunero es caprichoso pero la Alianza organizaba buenos eventos culturales con buena comunicación y esto hacía que el público tuviera una referencia constante en esa institución, tanto que la Sala Elías Murra casi siempre estaba llena para el cineclub.

Los martes, en la misma sala Elías Murra, se presentó también el ciclo de cine mexicano a cargo de Don Alfonso López Vargas donde se hizo un buen recorrido por los clásicos mexicanos. De ese ciclo recuerdo haber visto Los Olvidados (Buñuel, 1958) y Canoa (Felipe Cazals, 1975).

Sabemos que Don Alfonso organizó otro cineclub en el Museo Regional de la Laguna, sobre películas de escritores y literatura, pero de ese ciclo no tuve mayor información y no asistí a ninguna presentación. Después de eso no tengo noticia de otro ciclo que haya organizado en algún otro espacio, sólo sabemos que montó una obra de teatro y que participa ocasionalmente en un programa de radio hablando sobre literatura.

Los miércoles, intercaladamente con el cineclub de la Alianza, el cineclub del Teatro Isauro en esta sala, se presentó durante esos años y continúa hasta la fecha, ahora todos los miércoles, lo que lo hace el cineclub más longevo de la región, dirigido por Luis Solares.

Desde sus inicios se planteó como un espacio con oferta amplia, para todo público. La primera vez que asistí presentaron Réquiem por un Sueño (Darren Aronofsky, 2000). Gracias a este cineclub pude nutrirme como un cinéfilo principiante, y por lo tanto no puedo estar más que agradecido. Mi madre, quien me acompañaba inicialmente en mí búsqueda, disfrutaba igualmente de asistir al cineclub, precisamente porque las películas siempre eran interesantes y nunca fue un cineclub excluyente que presentara títulos de culto o para especialistas.

Pero debemos decir que ha perdido frescura, se ha desvirtuado y ha caído en una continuidad sin sentido – tal vez ya son muchos años— y la selección se ha vuelto de pronto arbitraria, pues no se hace un ciclo temático sino que se asume que todas las películas tienen todas una propuesta atractiva, pero lamentablemente no es así.

La última ocasión en la que asistí se presentó Blue Jasmine (Woody Allen, 2013) en una versión descargada de internet y con unos subtítulos de muy mala calidad. Esto llama la atención por varias cosas: primero – y no soy un abogado de la piratería cuando se trata de presentar películas que no se consiguen tan fácilmente – es que no era un material original que se podría haber conseguido un tiempo después, contando con que la película se encontraba todavía en cartelera.

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El hecho de que los subtítulos fueran deplorables, indicaba o que el responsable no había visto la película o que no sabe inglés. En todo caso indica un descuido que provoca el rechazo inmediato del público, o al menos, así fue mi caso y el de mi novia, que fue su primera y última vez en el cineclub.

Hace poco volví a checar su cartelera y vi que se presentaría Una teoría del todo (James Marsh, 2014) cuando todavía la podíamos ver en cartelera de algunos cines comerciales, lo que indica que volvió a repetir la hazaña de presentar una película descargada de internet, de la que todavía no hay copias autorizadas. Tal vez desea el organizador presentar películas que podrían no llegar a cartelera, o que llegan a destiempo o que van a tener poca duración en la tan controlada cartelera comercial, pero creo que podría reservarse hasta encontrar una copia autorizada del material que estuvo en cartelera comercial.

Con todo, temo que si no se arman ciclos distintos, o si no se abre el espacio para nuevas personas que hagan alguna selección y presentación diferente, el cineclub podría perder a su público más fiel.

De los ciclos que se han presentado en el Teatro Alvarado desconozco en el transcurso de los años quién o quiénes fueron los responsables durante esos años o hasta la fecha. Sabemos que el ciclo cae dentro del departamento de cultura del municipio de Gómez Palacio y que en todo caso depende de su responsabilidad.

En este cineclub recuerdo un ciclo de cine negro donde vi White Heat (Raoul Walsh, 1949). Hubo otras películas a las que asistí en ese mismo ciclo pero mi memoria me falla y no quisiera darle una información errónea al lector.

Este cineclub en realidad no ha tenido una continuidad en la calidad de las películas, las propuestas de ciclos tienen una tendencia parcial o poco profunda en la elaboración de los mismos. Seleccionando películas poco relevantes e interesantes, con proyecciones de mala calidad y dándole al público poca comunicación acerca de los títulos presentados o que se presentarán.

A pesar de ser el espacio más amplio de los tres cineclubs vigentes no se aprovecha el espacio, el público, la acústica no es favorable y la proyección regular, pero lo que más debe el cineclub es precisamente la organización y la comunicación.

Por lo tanto le perdí la pista este cineclub – si le podemos seguir llamando así – pero me enteré que se presentó un “ciclo de cine mexicano” – el entrecomillado es irónico – donde se incluyó la película Suave Patria (Francisco Javier Padilla, 2012), lo cual me recuerda por qué dejé de interesarme en su cartelera.

El cineclub del Museo Arocena, llamado “Cuadro x Cuadro”, es el que mejor programa tiene de los tres vigentes. Cuenta con una buena preparación en sus ciclos, con películas de mayor validez y calidad, dado que le han otorgado importancia a complementar sus exposiciones temporales con películas seleccionadas con el tema.

Para el inicio del ciclo se prepara un comentario general que explica la relación con la exposición temporal del Museo, y se comenta entre el público su percepción de la película al final de ésta. A este cineclub le falta solamente mayor comunicación – más allá de redes sociales – pues mucha gente a la que le he comentado no sabe de las actividades alternativas del Museo y es una pena que gente interesada en cine no sepa de él o no sepa exactamente dónde buscar carteleras y horarios.

El espacio es bueno, la proyección también. Si fuera más exigente pediría que cambiaran las butacas y que entre las filas hubiera mayor espacio, sin embargo, no hay gran relevancia dado que uno puede hacer el esfuerzo y olvidarlo para ponerle atención a la película.

De sus muchos ciclos y películas tengo buenos recuerdos como Body Songs (Simon Pummell, 2003), Johnny got his gun (Dalton Trumbo, 1973) y Holy Motors (Leo Carax, 2012), que demuestran que la selección es buena y que se presentan películas realmente fuera del alcance comercial, con una pretensión de variedad, lo que caracteriza a este cineclub.

Estos son, en resumen, los cineclubs que he seguido por algún tiempo. Pero no fueron los únicos ni todos los que hubo por esos años. También hubo otros ciclos espontáneos y esporádicos como uno que se organizó en el ICOCULT – que se encontraba en ese entonces sobre la calle Colón— en el que participé como presentador de la película El Satiricón (Fellini, 1969) pero no logro recordar qué otras películas se presentaron en ese momento y si tuvo mayor continuidad.

En esa ocasión, con mi presentación aburrí a los pocos asistentes con referencias bibliográficas de la película, en realidad conocía poco la filmografía de Fellini, pero me documenté, preparé la presentación y lo hice. Al final de cuentas algunos de los asistentes salieron de la sala antes de que terminara la película. Ahí me di cuenta de que no se puede ser parcial en la selección ni mucho menos forzar al público a algo que sólo interesa a los muy apasionados o a los snobs.

Recuerdo también un ciclo de cine oriental en la que vi El Imperio de los Sentidos (Nagisa Oshima 1976) en el teatro de cámara del ahora casi abandonado CINART Pilar Rioja, pero tampoco recuerdo qué otras películas se presentaron o si sólo fue esa la única película presentada.

En el Museo Regional de la Laguna también hubo ciclos de cine – además del organizado por Alfonso López – pero tampoco tuve noticia de sus ciclos ni de sus responsables.

Con esto podemos decir, que en esos años que llamé el “boom”, teníamos oferta de cinco o más cineclubs en varios de la semana, lo que habla de que en la Laguna existió y existe todavía el público atento al cine y a las propuestas alternativas, que no es un público del todo cohibido o intermitente, sino que es asiduo.

Así, con esta revisión más nostálgica que documental, pretendo demostrar una sola cosa: urge un nuevo cineclub, la renovación de los que ya existen, y que atraigan a los perdidos y desorientados cinéfilos de la región. ¿Por qué? Porque hay público que lo requiere y estoy seguro de que es buen público, crítico y audaz, al que hace falta buscar, incitar, incluso educar y perturbar.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.