Quizá exista algún lector de la revista registrosdevoz.com, que además de desesperarse por lo esporádico de las publicaciones, ya habrá detectado las preocupaciones literarias de cada uno de nuestros integrantes.
Suponiendo que nadie se haya dado cuenta las enunciaré en este espacio. Tenemos narradores: Alfredo Loera, Adrián Chávez y Miguel Espinoza. Tenemos poetas: Luis Carlos García Lozano, Gloria Yolanda Medina, Juan José Martínez. Por último, estoy yo, el dramaturgo. No somos muy estables que digamos, ya que pasamos de un género a otro según nuestra producción literaria. Escribimos poesía, cuento, dramaturgia, reseña y artículos en los que hacemos nuestras apreciaciones más extensas sobre cine, teatro, literatura, y el quehacer artístico literario.
No es por presumir, pero les informo que todos nosotros somos egresados del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna; algunos nos convertimos en maestros; otros pocos tuvimos la suerte de ser becarios; y, por supuesto, hemos publicado por ahí y por allá.
Pienso que nuestros lectores ya notarán la diferencia curricular entre nuestro grupo y los otros grupos que componen el espectro literario lagunero. Comparados con otros grupos o artistas individuales, ¿qué es la revista registrosdevoz.com, más allá de ser un grupo literario?
Para encontrar nuestra definición debemos fijarnos afuera, en el mismo marco artístico literario en el que estamos. Poetas que son profesores en escuelas preparatorias; narradores críticos iconoclastas que son periodistas virtuales; promotores culturales que crean círculos de lectura; representantes de familias de alta sociedad que escriben versos lindos y reflexiones morales; consumidores de queso, pan y vino en las presentaciones de libros; gente que quiere ser fan de alguien.
Hay escritores ganadores de premios nacionales de literatura; integrantes de la academia mexicana de la lengua; poetizas consagradas que dan nombres a eventos culturales; los publicados por Tierra Adentro, Sexto Piso, Tusquets, entre otras.
¿Qué somos ante ellos? De entrada, no somos tan populares (véase la cantidad de likes en la página de Facebook); no hemos ganado premios nacionales (todavía); y quién sabe si renovemos el lenguaje a tal grado que lleguemos a la academia de la lengua española.
Entre tanto, podemos decir que contamos con antiguos becarios en el estado de Coahuila en diferentes periodos (Miguel Ángel Espinoza y yo); en el DF por la Fundación para las Letras Mexicanas (Alfredo Loera en dos años consecutivos); que hemos publicado para la UA de C en la colección S. XXI Escritores Coahuilenses (Alfredo Loera y yo); que existe un libro colectivo llamado Rasgar los horizontes de narrativa (donde figuran Miguel Ángel Espinoza, Juan José Martínez, y otros alumnos más); que hubo un tiempo en que Estepa del Nazas nos abría un espacio (Gloria Yolanda, Miguel Ángel Espinoza y Juan José Martínez publicaron en ella). Luis Carlos García Lozano y Adrián Chávez sólo han aparecido en nuestra revista, por el momento.
Ahora bien, tanto nosotros como los demás grupos, ¿podemos considerarlos exitosos?, ¿en qué consiste el éxito literario?, ¿va más allá de los premios, publicaciones, tallares impartidos y recibidos?, ¿está, acaso, en el reconocimiento de una sociedad a la que irremediablemente pertenecemos?
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Nuestros lectores comprobarán nuevamente que en cuestión curricular no andamos tan perdidos. Ni nosotros ni el resto del espectro literario en La Laguna. Por lo tanto, ese criterio para definir el éxito queda invalidado de momento.
Demos por sentado que el éxito no equivale a popularidad. Eso lo he tratado más o menos a placer en mis columnas. El que un escritor joven obtenga una beca, o que el ya maduro sea publicado por una gran editorial, digamos que es normal, algo propio del oficio. Tanto que el licenciado en leyes aspira a ejercer, el médico a curar, así el escritor aspira a publicar.
En este sentido va mi noción de éxito. Me refiero a la integración en la sociedad. Si bien es cierto que el número de círculos de lectura ha aumentado en escuelas, centros culturales, y en ventas, eso no significa que el grueso de la población sienta como necesaria la actividad de leer a sus propios escritores.
Mientras un doctor, un mecánico o un bolero, le es conveniente a la sociedad por lo práctico de su labor, un escritor local le sirve para… no sé… Fuera de ambientes literarios somos inútiles.
No me engaño. Seguramente nos han leído los colegas con ocasión de la presentación del libro. Quizá, algún curioso se topó con nuestro libro o llegó a nuestro sitio web por curiosidad. De ahí en más, ¿algún poema es recitado en noches de bohemia, en las escuelas primarias, se ve escrito en paredes, luce estampado en playeras?
Así es que he ido planteando una breve noción de éxito. Es decir, la integración en una costumbre de la sociedad en la que vivimos. Bien. Convengamos en que no sucederá en esta vida que los libros de texto incluyan nuestra biografía, ni que las universidades locales den cabida a doctorados en literatura lagunera.
Convengamos también en que no atraemos a más lectores hacia nuestra obra. Pareciera que escribimos para otros escritores y no para los laguneros. ¿Cuántos poemas que hablan sobre la nada son leídos en comparación con el poema de Adela Ayala que habla sobre el padre Nazas? No faltará quien me diga que son solo viejitos, los de la estudiantina de la 18 de marzo, o sus de Gómez Palacio donde ella tenía su casa. Aun así, son más los que quieren ver al Nazas poetizado que la nada oscurecida.
Dejemos las comparaciones de lado, y centremos la atención en que más o menos voy planteando una solución, que debe ser implementada con prontitud; hay que hablarle a la sociedad de ella misma, en los términos poéticos que nuestro talento nos lo permita. Solo así lograremos el ideal en que nuestro trabajo se convierta en interés vivo.