Es curioso que con el auge de la narrativa del Norte casi no se hable de Carlos Montemayor, en especial porque sin duda es uno de los novelistas más potentes y críticos que han dado nuestras letras en décadas recientes.
No voy a decir que desde hace mucho he sido un lector asiduo a su obra. La verdad es que se trata de un descubrimiento reciente. Mi comentario puede sonar un tanto naïve, pero, como diría José Miguel Barajas, ¿quién de ustedes ha leído todo su Proust?
A Montemayor lo encontré por esa necesidad de fascinación: he tenido que estar hurgando donde puedo lecturas que cada día se me hacen más difíciles de encontrar interesantes. Una tarde, por pura suerte, mientras buscaba con cierta desesperación en la Biblioteca Municipal de Lerdo, me encontré con un ejemplar polvoso y maltratado de Guerra en el paraíso, publicado en 1991.
Al novelista parralense lo había oído mencionar por algunos compañeros. Uno de mis maestros fue amigo íntimo de él. La presencia de Montemayor no era tan obtusa. Lo que quiero decir es que siempre lo tuve en mente como una figura importante de nuestras letras, por sus investigaciones de las lenguas indígenas y sus traducciones de algunos clásicos grecolatinos; sin embargo, por una u otra razón no me daba a la tarea de visitar sus libros. Para ser honestos no creí que fuera tan indispensable su lectura. Me doy cuenta de que lo es para ver el desarrollo de la novela en América Latina y para comprender los procesos de violencia e ingobernabilidad en México.
En este sentido la novelística de Montemayor está más viva que nunca. Jamás bajo mi perspectiva perdió vitalidad (una novelística así difícilmente lo hará); no obstante, sus temáticas se ubicaron en el centro del debate después de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en el 2014. Su novela Guerra en el paraíso aborda la temática social, militar y paramilitar que se vive en el estado de Guerrero.
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Lo que admiró en gran medida de Carlos Montemayor es su profundidad y agudeza narrativa y de pensamiento. Es muy fácil para un narrador idolatrar a un hombre como Lucio Cabañas, inmediatamente un escritor mediocre lo convierte en una estatua. El autor parralense en ningún momento es condescendiente con el guerrillero asesinado el 2 de diciembre de 1974 por las fuerzas del Estado; lo muestra tal cual podría haber sido en cuanto a sus ideales de la revolución popular, pero sin quitarle su humanidad, con todas las contradicciones que esto significa. Por otra parte, desarrolla de un modo difícilmente superable el problema que agobia a México como sociedad (y quizá a toda América Latina), para ello toma como símbolo la guerrilla de Cabañas y el poder supresor del Estado mexicano.
Leer a Carlos Montemayor es regresar a esa capacidad narrativa que tienen los grandes escritores. Son pocos los novelistas que tienen la posibilidad de emular a figuras tan pesadas como las de generales o personajes de la Historia. Rápidamente se me vienen dos a la mente. Pienso en León Tolstoi. Al escribir Guerra y paz uno de los principales retos a los que se enfrentó fue el de personificar a Napoleón Bonaparte con verosimilitud: oírlo hablar, dar órdenes, preguntar a sus subalternos sin sentir que esa voz no le correspondía. Desde luego Tolstoi lo logra ejemplarmente (quizá sea el maestro de todos los posteriores en este aspecto). El segundo que traigo a colación es Martín Luis Guzmán, con Pancho Villa. Uno de los aspectos más notables de un libro como El águila y la serpiente es la aparición de este otro guerrillero revolucionario de un modo completamente convincente. Como lector lo disfruté, lo pude ver y en especial constaté, casi palpablemente (artificio de la literatura) sus virtudes y defectos. Carlos Montemayor logra lo mismo con Lucio Cabañas, lo cual demuestra la alta calidad literaria del texto.
En una entrevista hecha por Silvia Lemus (https://www.youtube.com/watch?v=E10yPIWvbNo), el autor comenta que una de las dificultades o búsquedas que tuvo al escribir Guerra en el paraíso, precisamente fueron las voces, las maneras de hablar de los guerrilleros, de los campesinos, de los soldados, capitanes, generales, políticos y empresarios que aparecen esta obra. Aquí se advierten todos estos registros lingüísticos e ideológicos. La voz de Lucio Cabañas es una de las mejor trabajadas. Pareciera que uno está sumergido en la selva escuchándolo hablar sobre los planes de la guerrilla o sobre las causas que seguía su revolución popular. En este aspecto, me llama la atención la forma de la novela, la cual está organizada en nueve capítulos, mismos que a su vez están separados por pequeños fragmentos de acción. Esta estructura me remite sutilmente a Pedro Páramo (es dificil para todo autor que habla del campo mexicano eludir esa novela) ya que en este texto los acontecimientos se van dando en pequeños episodios en los que más que narración se escuchan las voces de los personajes, pero esta remisión no solamente se da por la estructura sino también por el lenguaje de los campesinos y de los guerrilleros. Es una novela en la que se desarrolla el motivo trágico de nuestra cultura latinoamericana: la cual es la imposibilidad de comunicación entre una población alejada de los valores del capitalismo y de lo que se ha llamado cultura occidental y un gobierno que se dice democrático y progresista con los supuestos valores de la modernidad (aquellos de la revolución francesa), pero que en la realidad se convierte en el asesino y el enemigo número uno de esa población a la que pretende proteger.
Carlos Montemayor es de los pocos escritores que lo ven con gran lucidez, al grado de que incluso hace ver los errores de otros grandes pensadores mexicanos, como José Revueltas, Octavio Paz o Martín Luis Guzmán. En su narrativa se evidencia la falla principal la cual es no comprender la heterogeneidad de la realidad de América Latina.