Luis Carlos García

COLUMNA

Por Luis Carlos García

Columna

Crónica desde adentro

La Laguna, entre otras cosas, es única porque la lluvia, cuando llueve, es otra excusa para el polvo, y en ocasiones el sol, persistente latigazo, no deja de reclamar su asistencia al coro del atardecer. Así fue la tarde en la que llegué a la presentación de Historias de adentro en la Casa Aquelarre, como parte de un evento que, por lo menos, podemos llamar entusiasta: dos semanas de teatro en Torreón, en cuatro localidades, tres de ellas espacios y grupos independientes que han alzado la calidad y el número de propuestas escénicas.

El martes 19 de abril de 2016 fue el día en que la obra de Edgar Estaco adaptada por la directora Helena Reyes, se presentó en este único y particular espacio, para hacer eso que llaman teatro laboratorio, donde se explora con fuerza la interacción entre actor y el público, donde el espacio se posiciona e interviene entre el drama y el público.

La dinámica teatral que impone el espacio dividido en tres habitaciones acerca al público a un nivel personal, para lograr eso que Edgar Estaco llama función ritual del teatro. La adaptación al espacio y al drama denota, una vez más, el carácter ingenioso de Helena, pues ya lo había demostrado en otras puestas en escena, como en El amante presentada en el Centro Cultural R. Mijares, haciendo que los actores avanzaran a nivel de butaca.

Ahora, al coro de tres mujeres asesinas y sus testimonios de crimen, recreadas en la celda en la que el público entra, y queda literalmente encerrado, junto con ellas, en la acción y en su locura consecuente. Una acción que apunta al público con la mirada, con las armas imaginativas del delito, y en el poder de las actrices para usar su cuerpo.

Este juego de entrar a la sala-celda, sin un orden establecido, divide al público según el azar, y como el destino hermana, el público adquiere con sus acompañantes ese vínculo, ancestral de la horda, pero contemporáneamente vivido en un elevador, en sala de espera.

Sometidos a esta dinámica no apta para los rígidos y esquemáticos espectadores de dramas cuadrados, fue en la que alrededor de 25 personas compartimos, en tres grupos de ocho o nueve personas, las salas de exposición-espanto, que recuerdan a las “casas del terror” de las ferias o parques de atracciones.

Es un terror distinto, el terror a la realidad del testimonio, el que el público puede sentir con esas mujeres violadas y violentadas, asesinas con o sin culpa, el ser víctimas de un sistema de justicia todavía plagado de estructuras machistas, pero más allá de su carga de realidad; lo que comparte es una mirada directa donde juzgamos que tan cuerda es su locura o que tan loca es su cordura, y a la que nos sentimos llamados a participar: no hay miedo más sombrío que el miedo a lo irracional.

Las tres actrices, Diana Muela, Rocío Gonzáles Rojas y Alejandra Cabral, envuelven al público, lo amenazan con la cercanía de su cuerpo y su locura, lo intimidan. En su celda poco iluminada, ellas tienen su halo sombrío como a las personas que el crimen ha oscurecido su existencia, les deja una luz, si resta, distinta en el rostro. Las actrices exploran y explotan sus recursos para dejar al público en una adrenalina parecida a la de acercarse a la jaula de un animal salvaje.
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El coro de fondo repite con insistencia el ruegapornosotros para que identifiquemos que ninguna de ellas ruega a Dios por su perdón, son mujeres sin remordimiento, vivas y libres, cuando su pasado era muerto y esclavo de los deseos masculinos.

El público – ruegapornosotros – hermano, fraterno, se apiada de las locas asesinas, porque como ellas, tal vez nosotros pudiéramos ser demasiado sensatos e inocentes para saber que no merecemos culpa al matar al verdadero criminal: ¿Tu no lo matarías?

En ese espacio que aflige y comprime más en la conciencia que en lo físico, esa prisión de la conciencia puede ser muy chica o muy grande, según sea el lado que se escoja, pero también se vive toda la libertad y la apertura porque al fin ya no hay miedos, ni amenazas, ni peligros.

La adaptación es un juego genial no recomendado para quien tenga una celda cuadrada en su propia imaginación. La directora no pide perdón por eso, ni debería, al igual que los personajes no piden perdón ni el espacio aboga por flexibilidad, la adaptación no solicita una comprensión ilimitada ni el drama se entretiene en proporcionar interpretaciones únicas. Nosotros podemos entrar y salir –ya no tan libres – a compartir la pena de la realidad.

El público – ruegapornosotros – usualmente limitado a espectáculos ridículos del cine y la televisión, encerrado y achicado a su celda de consumos inocuos, indulgentes y preciados, donde se experimentan emociones que apenas nos tocan; este público – ruegapornosotros – sin otra capacidad y recurso para acercarse a lo inmaterial, a lo infinito (lo que Estaco pronuncia como objetivo de todo lo teatral); termina por despreciar ingenuamente las vías de su salvación. Por eso, las mujeres asesinas no nos piden que roguemos por ellas, ellas nos escupen a nosotros: rueguen por ustedes.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.