Las tardes de domingo son un tanto silenciosas. La gente prefiere quedarse en sus casas, especialmente por el resplandor apabullante del sol lagunero. El horario de verano últimamente ha hecho que éste decline ya bien entradas las ocho de la “noche” (?). A mi llegada al Teatro Nazas, a eso de las seis, el cielo estaba todavía muy cargado de calor y luminosidad.
Se sentía un ambiente de expectativa, debido a que dentro de pocos minutos daría inicio el espectáculo clown que con dirección de Arnulfo Reveles y Ricardo Violante, y con actuaciones tanto de Violante como de Isaac Hernández como de Edson Valenzuela, estaba preparado a las puertas del Nazas.
Había desconcierto, porque el evento se llevaría a cabo en la explanada del teatro, pero precisamente ahí los rayos del sol golpeaban con más fuerza. Nos resguardamos unos minutos en el lobby mientras observábamos a través de los cristales que comenzara la función. Sólo a lo lejos a un lado del pilar de las insignias del recinto estaban acomodadas unas percusiones, tambores, sonajas, etcétera. Como a eso de las seis con diez minutos, salieron de quién sabe dónde unos individuos haciendo escándalo.
La gente al verlos inmediatamente salió del teatro y se fue acomodando donde menos le golpeara el sol (ciertamente este fue un inconveniente que en futuras programaciones se tendrá que tomar en cuenta). Muchos al principio se quedaron parados en lo que estos hombres extraños colocaban una especie de escenografía. Los tambores y sonajas le daban un tono festivo a los actos, lo cual hacía mucho más llevadero el calor y la quemazón a nuestras espaldas. El ridículo, la loquera, parecían ser algo sumamente conocido a todos los espectadores, que no tuvimos de otra más que acércanos a ver.
El clown, dentro del mundo del teatro, está subestimado. Quizá esto ocurre así porque por lo regular los actores y actrices tienen un ego un tanto elevado (lo siento, pero es verdad), ¿cómo alguien con esa galanura o belleza se va a rebajar a hacer el ridículo frente a los espectadores? Los espectáculos clown cuando está bien hechos pueden llegar a ser aún más reveladores que puestas en escena sesudas y con mensaje. El arte mientras menos comprometido, mientras más nimio sea, a veces puede llegar a ser más humano y desengañador de las fantasmagorías que la realidad moderna nos impone. El clown es poderoso, inquietante y divertido porque en él se reflejan los absurdos de nuestras conductas, lo estúpido de nuestras acciones y más aún lo pequeñas que son nuestras existencias. Desde luego el hombre moderno con todo su discurso de progreso ve en el clown algo inferior, pero no se da cuenta de que más bien lo evita, lo rechaza porque lo desenmascara de todas sus poses e ideologías impotentes frente a la realidad humana.
Desde esa perspectiva me parece muy interesante que Arnulfo Reveles y Ricardo Violante se hayan dado a la tarea de hacer este montaje.
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Respecto a la función considero que en general funciona. Sin embargo, es cierto que hubo algunos tiempos muertos en los que los actos carecían de ironía, de cinismo o de ridículo. El clown intenta ridiculizarse para de esa manera hacer ver lo estúpidas que pueden ser las conductas humanas, en este sentido la risa que genera el clown es más una risa nerviosa que la carcajada, debido a que el espectador se ve reflejado en las ridiculices que se muestran en el escenario. No se trata entonces de hacer solamente malabares o disparates, sino que es preciso que estos se vean como algo cotidiano dentro de nuestra sociedad. En este sentido aplaudo cuando se ridiculizan las excursiones en el campo, la preparación de un lonche, la venta de comida o bebidas, etcétera. Pero creo que el público se sentía distante cuando los payasos se embrollaban en acciones que no estaban contextualizadas, especialmente los malabares arbitrarios, o los saltos, o cualquier otro acto arbitrario.
El clown quizá sea una de los estilos más difíciles de comedia, debido a que no usa las palabras (o poco las usa), pero también por lo que he venido comentando líneas arriba: el actor debe ser lo suficientemente talentoso para contextualizar sin ellas y en pocos movimientos, y sobre todo para improvisar.
Un autor que se me viene a la mente quien siempre estuvo interesado por este estilo de comedia fue Samuel Beckett. El dramaturgo irlandés después de la Segunda Guerra Mundial vivió varios años con mendigos. Para Beckett la esencia del ser humano se encontraba en estos hombres, en sus manías, en sus conductas que contextualizadas en lo paródico, son ridículas, pero que por contraposición en realidad reflejan a toda una sociedad en cuanto a sus estupideces.
Las obras dramáticas que mejor ejemplifican esto son los Actos sin palabras (https://www.youtube.com/watch?v=IAV1jyoXkuw), en ellos se hace una exploración de la condición humana a través de las técnicas de clown. Es decir, el clown deja de ser algo ingenuo, para convertirse, en lo ridículo, unas de las obras más espeluznantes. Creo que esa fue la debilidad de los actores en escena. Con excepción de Ricardo Violante (el cual también a veces caía en este error, especialmente cuando se pasaba de la raya en la interacción con el público), los actores Isaac Hernández y Edson Valenzuela son todavía algo ingenuos. El talento se advierte porque, repito, el estilo clown es sumamente exigente (física y mentalmente); sin embargo, el actor que lo ejecuta a pesar de ser ridículo ante al espectador, no pude nunca ser más ingenuo que éste. El actor de clown debe estar un paso adelante que el espectador, porque el espectador ante el payaso se siente amenazado y siempre intentara confirmarse que el otro es un simple payaso, el actor debe hacerle ver sin palabras, sólo con actos, que se engaña y de que entre los dos el más tonto nunca va a ser el payaso sino el espectador mismo.
Por eso a Samuel Beckett le interesaba esta figura del payaso. En una Europa devastada por las dos guerras, las cuales recordemos fueron, en muchos sentidos, la consecuencia del progreso y los valores de la modernidad, Beckett supo que jamás iba a poder hacerle ver a la sociedad su estupidez a través de obras sesudas y filosóficas desde el punto de vista romántico (a la manera de los alemanes, digamos siguiendo la línea de Friedrich Nietzsche), sino que lo iba a hacer desde el otro lado, desde la comedia, desde el disparate, un poco más cerca a lo que el pintor Francisco Goya haría con sus disparates para criticar a la sociedad europea de principio del siglo XIX. En este sentido por eso el espectáculo de ayer gustó en momentos, pero quizá falte trabajar las intenciones y saber por qué se hacen las cosas, no basta con saltar, correr, sino que hace falta tener malicia, claro sin que esto se note, y un gran maestro de eso sin duda es Samuel Beckett y ayer tuve un tanto de nostalgia al ver que un poco lo lograban, pero todavía en largos momentos no.