Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

TRES MUJERES LOCAS

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Penúltimo día del FEL y quiero ahorrar más tiempo. Quiero decir que Casa Aquelarre es un lugar que propone nuevas formas de ver y sentir el teatro, para dejarlo por sentado en los subsecuentes comentarios que yo haga cuando me toque ver una obra allí.

Una vez dicho lo anterior, les cuento que por fin pude ver Soliloquios de mujeres locas de Brenda Vargas, dirigida por Iván Torres, por el Colectivo Imaginante Teatro.

En Casa Aquelarre las tres salas tienen que ser llenadas por voz y cuerpo. Cualquier otro elemento estaría de más, a menos que estuviera fríamente calculado y fuera esencial a la obra. Todo esto lo inferí a partir de los Soliloquios de mujeres locas. También inferí que los ‹‹unipersonales›› no tendrían cabida en esas salas. Quizá en el patio, en la cochera o en la calle.

Pero, mejor tratemos los Soliloquios. Pues ahí vamos peregrinando de sala en sala en orden secuencial, de la primera hasta la tercera. Ahí vimos tres actrices que hacen cada una a tres mujeres que nos hablan sobre sus frustraciones, alegrías fútiles, mal manejo de la soledad, y así llenan las tres salas con su voz y cuerpo.

En términos generales vi una buena dirección por parte de Iván Torres, que se reflejó en el buen desempeño de sus actrices Valentina Saldívar, Malú Cuevas y Enna Alejandra Reza, y un texto lo suficientemente aceptable de Brenda Vargas.

Soliloquios de mujeres locas es una puesta simple en su estructura, simple en sus diálogos, y simple en su tratamiento de la locura.

Por simple entiendo lo contrario a lo complejo. Es decir que la triada de factores –dirección, dramaturga y actrices- tratan el asunto de las mujeres de una manera sencilla, concreta, sin rebuscamientos retóricos, pero sin caer en la burda comedia feminista estilo Por qué los hombres aman a las cabronas, No seré feliz pero tengo marido, y demás bajezas literarias.

Tomemos la palabra “locura”. Tiene tres acepciones. La primera se refiere a una patología. El loco es alguien enfermo que merece ser recluido en una institución médica. La segunda es de la locura paradójica donde el “loco” es el más “cuerdo” de todos los seres humanos por su capacidad de ver las cosas como son verdaderamente. Ahí está el Quijote o el Bufón de El Rey Lear. Y la tercera es una locura moderna, la de nuestros tiempos, que se parece a una neurosis, o a un complejo de inferioridad, o a un delirio de persecución, o a la agorafobia, o a la claustrofobia, o una crisis nerviosa, o todas las anteriores.
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En esta última referencia a la “locura” podemos ver que no es tan difícil tratarla médicamente. Pertenece al campo de un psicólogo, de un sacerdote, de una tribuna de enfermos anónimos, más que de un psiquiatra o de un confinamiento.

Es aquí donde se concentran todos los esfuerzos del director, la dramaturga y las actrices. Y lo hacen lo suficientemente bien. Pudiéramos exigirles que se aventaran hacia lo profundo de ser humano, a la quintaesencia de la mujer, a la génesis social del problema femenino… Pero no… Imaginante Teatro tiene derecho a quedarse en este nivel siempre y cuando no lo haga por comodidad.

En lo que respecta a la dramaturgia encuentro ciertas virtudes literarias. Se nota cuidado en el diálogo, tiene remates que hacen más ligera su acepción por parte del público, y tocan de soslayo lo que es una persona.

Este último punto es algo a revisar. Dije que “tocan de soslayo lo que es una persona” porque se acercan a ella –a la persona, a la mujer de la que hablan- por encimita. Es como si la dramaturga tuviera miedo de quebrar a sus personajes al asirlos.

El espectador sabe que las mujeres sufren o gozan, pero no saben por qué. No se sabe qué les provoca ese miedo, esa alegría, esa insatisfacción, esa gama de emociones encontradas. Falta la historia que conecte la emoción para hacer un personaje más vivo, por ende más atractivo al espectador.

Algunos autores resuelven este problema insertando un relato en el monólogo. Recomiendo leer La historia del zoológico de Edward Albee, La más fuerte de August Strindberg, Antes del desayuno de O’Neal, y los monólogos de Dario Fo, porque en estas obras se ve el uso del relato como el disparador de las emociones del personaje, haciéndolo más intenso, más divertido, dándole crecimiento al monólogo que de por sí suele ser un tanto plano en su desarrollo.

Que yo sepa, todavía es responsabilidad del dramaturgo otorgar elementos escénicos desde el texto, que le proporcionen al director y a las actrices variadas posibilidades de interpretación.

Pero antes, es necesario que el mismo dramaturgo los encuentre en su escritura. De lo contrario, será el director y las actrices los que completarán la obra, poniendo demasiado de sí mismos.

En fin… eso es algo que pongo a consideración. Entre tanto, hay que estar al pendiente de los integrantes del Colectivo Imaginante Teatro, generan buena vibra… espero que generen más proyectos y les deseo que den un salto de calidad.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.