El viernes 13 de mayo de 2016 se presentó en Plan B Estudio Teatro una adaptación de Noches blancas del novelista ruso Fiodor Dostoievski (1821-1881), quien es considerado uno de los más importantes escritores de occidente. Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán, lo admiraba por considerarlo a través de sus novelas el más grande psicólogo de su tiempo. Sigmund Freud, el padre de la psicología moderna, en algún momento también mencionó la capacidad de este autor ruso para mostrar las contradicciones de las conductas humanas. Sus novelas y cuentos son en muchos aspectos una radiografía de la sociedad moderna y una base del posterior desarrollo literario mundial. Es considerado un clásico y por lo tanto sigue siendo tan novedoso como cuando fueron recién publicados sus libros. Entre muchas otras de sus obras destacan Memorias del subsuelo, Crimen y castigo, Los demonios y Los hermanos Karamázov.
La adaptación que se presentó, como ya se dijo, fue de su noveleta Noches blancas, la cual es una obra de juventud, pero no por eso menos interesante y reveladora. La puesta en escena fue dirigida por Enrique Esquivel y actuada por Carlos Villarreal en el papel de El inquilino; Ricardo Violante, como El soñador, y Ana Luisa Aguilera, como Nastenka.
En general el montaje es bueno. Lo mejor de todo es la adaptación. Me di a la tarea de releer el texto original y a veces es muy complicado hacer de una narración un texto dramático. Desde luego que con Dostoievski las cosas por un lado pueden ser más fáciles, pero por otro más complicadas. Digo que más fáciles debido a que si existe una característica de la novelística de este autor es que está basada en el diálogo y en la teatralidad, lo cual emparenta a la narrativa con la dramaturgia, pero por otro lado puede llegar a ser bastante complicado realizar la adaptación porque si el dramaturgo no es capaz de entrever los motivos ocultos de los personajes se corre el riesgo de perder las palabras más importantes de la obra. En este aspecto la adaptación del texto es muy buena. Hay diferencias, pero no pueden reprocharse. Por ejemplo la primera de ellas y la más obvia es la supresión del personaje de la abuela de Nastenka; sin embargo, esto me parece legítimo para darle agilidad a la misma teatralidad. Otra diferencia es que la muchacha, Nastenka, es mucho más triste en el original, por el efecto de la misma abuela; digamos que la joven lleva mucho tiempo sin reír, tanto que se desahoga con El soñador; ella es más anhelante en la novela, ella misma comenta ser también una soñadora, en la adaptación o quizá en la actuación aparece más autosuficiente y más bien fría. El personaje original es cálido y muy ingenuo, a tal grado que no observa, no es consciente de la maldad que ella desarrolla con el transcurso de las acciones. Ese sí es un reproche que haría al respecto. Por otro lado, considero que se pudo haber explorado más la espera por El inquilino en la penúltima y última noche. En la historia original los personajes (Nastenka y El soñador) casi llegan a la histeria, a la locura, tienen risas nerviosas, dicen ideas sin sentido, y esto en la presentación del viernes trece casi no se vio. Más bien los personajes estaban muy tranquilos quizá en exceso conscientes de lo que hacían, eso también se perdió. Asimismo el personaje de El soñador en la obra de Dostoievski no es tan autocompasivo, es más bien ácido, no tanto como los personajes posteriores del autor ruso, pero ya desde estas obras juveniles se empieza a conformar el Hombre del subsuelo, el cual es la base de toda la novelística de este escritor. Por otro lado, creo que el final de la adaptación es mejor que el de la novela, lo mismo digo de la historia de Nastenka; quizá se pierde la gran decepción de El soñador (precisamente la transformación en un Hombre del subsuelo), pero se ganó en eficacia teatral que es lo que más importa en una puesta en escena. El final fue conmovedor y eso es a lo que me refiero cuando hace falta hacer una sensación de final en el teatro, que he comentado en otros textos críticos. Si alguien estaba interesado en dicha cuestión vaya a ver esta obra.
Hubiera sido bueno que se mencionara quién hizo este trabajo (la adaptación), porque para nada resulta demeritorio y en sí no es el texto que escribió Dostoievski, sino una obra derivada y por lo tanto también con su correspondiente derecho de autor.
Hablando de la dirección, ya hemos sido testigos de las cualidades de Enrique Esquivel, en Luz de gas, Clara en la estación y ahora Noches blancas, entre otras; desde luego que se nota el trabajo, la experiencia, las tablas, el montaje, la mesura. Quizá el único defecto es la iluminación, debido a que en varias puestas se ha manejado el claroscuro, pero quizá sea un defecto del mismo espacio. De ahí en más lo que más se agradece es, como ya mencioné, la mesura, esta especie de contención que a lo largo de las obras se va constatando y lo cual hace muy disfrutable las escenas. Si el mismo director hizo la adaptación considero que poco podemos reprocharle, ya que también tengo entendido se ha dado a la tarea de formar nuevos talentos, como los son Carlos Villareal, Ricardo Violante y Ana Luisa Aguilera. Él mismo lo comentó al finalizar la obra y a este respecto concuerdo que textos como Noches blancas son idóneos para la formación de actores.
¿Por qué comento lo anterior? Porque los novelistas rusos del siglo XIX (especialmente Dostoievski y Turgueniev) indirectamente fueron los creadores del método de actuación contemporánea, al ser influencias deseadas o indeseadas de Antón Chejov. No por nada los mejores actores de principios del siglo XX fueron rusos. No por nada Konstantine Stanislavski fue ruso. Es decir, son el resultado de un proceso dentro de su propia tradición la cual impactó universalmente las artes.
Los autores rusos del siglo XIX fueron los primeros en desarrollar personajes psicológicamente complejos; para ellos era mucho más importante confrontarlos entre sus posturas e ideologías que describirlos; sus novelas tienen pocas descripciones y mucho diálogo. Más aún son los primeros novelistas en desconfiar de las palabras (herederos de los románticos alemanes y los simbolistas franceses), sus personajes en vez de decir lo que piensan, dicen lo que no piensan, dándole entender al lector que hay algo oculto más interesante y poético que se calla. Se dice que Chejov es el padre de la dramaturgia contemporánea con su obra La gaviota y con El jardín de los cerezos. Esto debido a que en dichas obras los personajes nunca tienen soliloquios en los cuales se desnuden ante el público (nunca dicen la verdad), toda la obra transcurre entre psicologías complejas y silencios, el lector se ve obligado a interpretar con agudeza las contradicciones del alma humana. Chejov renegaba de Dostoievski por considerarlo algo vulgar, pero considero que precisamente por ese comentario podemos entrever una influencia, una consecución en la tradición literaria y posteriormente de la dramática. Stanislasvki con dicho corpus, la literatura rusa del siglo XIX (¡ay nomás!), se dio cuenta de que para montar estas obras no bastaba con actores acostumbrados a los soliloquios shakeaspereanos, sino que era necesario que los actores comprendieran los motivos ocultos de los personajes, la psicología de los mismos para darle congruencia a las acciones. Para montar este tipo de textos no basta con actuar los diálogos sino también las psicologías. De ahí que sean excelentes para la formación de actores, debido a que agudizan la intuición de los motivos de la escena y de la misma actuación; no basta con que se sepan el diálogo y lo digan, también hay que vivirlo, porque muchas veces lo que permea es el silencio o una pequeña frase. Si no se dice con el tono, con la rapidez o la lentitud se pierde el mensaje, la idea, lo poético de la misma, lo teatral.
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Aplaudo este trabajo, y me fui muy contento del teatro, pero considero que los actores de esta pieza necesitan precisamente trabajar más en el aspecto comentado en el párrafo anterior; a veces no se veían los cuerpos, sólo las palabras. Debido a que el contenido de las palabras de Dostoievski es ejemplar teatralmente hablando y como el dramaturgo que hizo la adaptación logró mantenerlo, la obra tuvo acción, pero ¿qué pasa cuando el texto no es así de potente, hecho que ocurre la mayoría de los casos? Por citar un ejemplo diría que el diálogo «¿Por qué no eres él? ¿Por qué él no es como tú?» (climax de la obra) pronunciado en comedia le resta mucho. Noches blancas no es una comedia, es ridícula, pero no es una comedia, ahí está su alta valía teatral. Pronunciado en comedia evidencia que aún no hay un trabajo actoral de fondo, a la manera de Stanislavski, lo cual no me parece justo para un autor tan hondo como Dostoievski. Como ya lo dijo el padre la actuación contemporánea, el actor también se prepara, no sólo el escritor, el dramaturgo o el director.