Uno
Eso de ponerle nombre a un libro es una de las fases más interesantes de la literatura, ya que el autor invierte la misma energía creativa en intitular su obra que en hacerla, porque de ello dependerá el éxito de ventas.
La sociedad coincide en considerar exitosos libros como Cien años de soledad, Gringo viejo, Pedro Páramo, Como agua para chocolate, 20 poemas de amor y una canción desesperada, El romancero gitano, La insoportable levedad del ser, Harry Potter y la cámara secreta, El código Da Vinci, etc. Si lo pensamos un poco, está tan bien logrado el título que por sí mismo conocemos al autor.
A mí me fascinan los siguientes nombres: Los amores difíciles de Italo Calvino, Alexis o el tratado del inútil combate de Marguerite Yourcenar, Crónicas de pobres amantes de Vasco Pratolini, Muerte al filo de obsidiana de Eduardo Matos Moctezuma, Música para camaleones de Truman Capote.
Me atraen por cómo suenan. Aunque quisiera un día lograr algo parecido (por poco y digo que me da una envidia terrible), todavía no me atrevo a jugar con ellos para darle nombre a alguna de mis obras de teatro.
Sería ridículo hacer algo como Crónica de lindos errantes, Muerte al hilo de hebras, Partitura para lagartijas, La insoportable hilaridad del rey.
Dos
Revisé mi biblioteca. Pasé el dedo índice por los lomos de los libros en sus estantes. Tengo una sección dedicada a autores laguneros, sobre historia, poesía, novela, cuento.
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Tres
El número de reglas para ponerle nombre a un libro es equivalente al número de escritores que hay en el mundo. Como siempre, cada quien hace lo que quiere.
En mi caso, primero elaboro un título provisional, casi al mismo tiempo en que me viene la idea de la obra o el ensayo que pretendo escribir. Lo mantengo hasta que termino el escrito y muchas veces lo cambio.
Mi obra Tres tristes vírgenes se llamó en principio Desde lo hondo. Aquiles obeso tuvo como cuatro nombres (esta obra está incluida en el libro que me publicó la UA de C. en la colección Siglo XXI Escritores Coahuilenses. Tercera Serie). Mi columna se llama Materia de distintos días desde que me uní al proyecto de registrosdevoz.com y proviene de un poema que jamás pude terminar.
Les anuncio que tengo una nueva obra con la que pienso darle título a todo un libro, se llama Gusano barrenador (farsa buchona en un acto) que en un inicio se llamó Balada romántica norteña.
Los títulos que yo escojo son meramente racionales y no tan íntimos como para decir, al igual que Flaubert y Paz, “Gusano barrenador soy yo”, y quizá no sean tan buenos como lo podría ser el contenido.
Cada ocasión que hago taller con los integrantes de la revista, me critican de todo menos el título, salvo la vez que escribí Amor literario… mi primer amor… porque en un principio no notaron el sarcasmo con el que me refería a las relaciones maestro-alumno. Cuando terminé de leer el texto quedaron conformes, aunque, ciertamente, no los sacudí en sus fibras más sensibles con el título, cosa que según algunos maestros debes cuidar desde esa primera línea.
En fin… No es por autocomplacencia pero creo que los que integramos ésta revista no andamos tan mal en eso de ponerle nombre a sus escritos. Aunque si bien no tenemos el éxito tan necesario para otros compañeros del gremio, al menos no nos han dicho “quédate con el título”, y no nos hemos puesto a llorar por dentro, largándonos de la reunión literaria, como cierto colega que conozco.