Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

Hablemos de Jorge Luis Borges sin censura

I

Curiosamente a pesar de yo ser un hombre que empezó a leer tarde, una de mis primeras lecturas fue precisamente Jorge Luis Borges. Jamás me he considerado una persona intelectual, si alguien percibe algún tufillo en mí en ese sentido, quisiera comentar que eso tiene apenas dos o tres años. Por lo general he sido muy silvestre y eso, para los que me conocen, fue uno de los problemas que hizo que se me dificultara adaptarme al mundo literario de la Ciudad de México. Tiendo a ser bocón, desequilibrado, las formalidades me incomodan, me sudan las manos, etcétera. Podrá parecer que eso tiene poco que ver con lo que intento expresar en este escrito, pero considero que no es así, debido a que mi temperamento ha hecho que fácilmente le pierda el respeto a los grandes escritores, lo cual cuando estoy con colegas me mete en aprietos, porque por lo común los que están en el medio son muy sensibles a que se hable mal de ellos.

Ahora que se cumplen los 30 años de su muerte me pareció pertinente hacer un comentario. En ese sentido pienso que para hablar de un autor es muy importante decir desde dónde se lo lee. El lugar y la concepción previa que se tenga del escritor será definitoria para su valoración. Es una falsedad que las obras literarias son absolutas, más bien son relativas al contexto. El contexto en el que yo me encontré con Borges fue desde lo que Ángel Rama denominó en los años setenta la Ciudad Real, desde la cual la palabra escrita es poco valorada, digamos que es la generalidad de un país como México.

A Borges lo conocí en la biblioteca de mi preparatoria. Sí, desde la preparatoria comencé a buscar libros (¿será irónico entonces que diga que empecé a leer tarde?; si me comparo con el argentino no es irónico decirlo). Nadie me lo recomendó, nadie me dijo, lee a este escritor. Mis maestros de literatura en la secundaria y en la preparatoria estoy casi seguro que nunca lo leyeron (fui becario en el Tecnológico de Monterrey, y a pesar de todo no vengo de una familia adinerada). Yo había leído algunas novelas comerciales, policiacas mayormente, por influencia de mi madre, y sin mal no recuerdo por pura suerte caí con Los tres mosqueteros, porque mi madre tenía un ejemplar polvoso en pasta dura color verde, de Bruguera. Quizá ese fue el primer libro que me dejó deslumbrado, fue una revelación. La cuestión es que en los libros que estaban en la casa ninguno llamaba mi atención. Pero ciertamente desde la lectura de Dumas quedé enviciado por la literatura, necesitaba urgentemente un libro que me generara de nueva cuenta emociones que en mi existencia de provincia difícilmente podía tener (y aún no puedo). La única salida fue desde luego irme por el cliché, por lo establecido. ¿Quién era considerado el más importante escritor del siglo XX? Pues Borges o Kafka, fue lo que encontré en el incipiente internet de las conexiones telefónicas. La verdad Kafka me aburrió mucho en ese tiempo (y todavía, no he podido terminar El proceso). No me acuerdo cuándo leí la Metamorfosis, creo que la leí un poco después. La leí una vez en español y una vez en inglés, pero seguramente fue ya más tarde cuando estaba dizque estudiando la carrera. Pero de lo que sí me acuerdo es de entrar a la biblioteca del Tec de Monterrey, Campus Laguna (esa biblioteca ya no existe, la del primer piso, la cambiaron de lugar, y ahora parece más un cuarto de juegos) y buscar un libro de Borges. La verdad es que la biblioteca tampoco era un lugar tan desconocido para mí. Era común que me presentara en ese sitio en los recesos, iba para allá para dormirme un rato, pues nadie la visitaba. Me sentaba en un cubículo individual y me recostaba y dormía así, sentado. No sé por qué lo hacía, siempre fui un tanto misántropo, me daba pereza la vida, las cosas, todavía un poco, pero seguramente era porque estaba envuelto en un ambiente en el cual yo no encajaba. Una ocasión una maestra de esas materias de Ética me encontró dormido y me dio un zape. Me desperté confundido y me dijo que ese no era lugar para dormirme y me sacó de ahí. En fin, la biblioteca no era tan extraña y cuando entré ese día hasta me sentí un poco legitimado, porque iba para buscar un libro y no para dormirme. El libro que encontré de Borges, creo que era el único que tenían, era El Aleph.

¿Qué edad tendría? Como diecisiete años. Desde luego que en ese tiempo para mí la tradición no significaba nada, me gustaba o no me gustaba el libro. Por esos mismos años también había tomado de esa misma biblioteca la Ilíada (siempre me gustaron los mitos griegos, mi papá tenía un compendio de las historias resumidas de la mitología mundial, único libro de literatura que ha leído en su vida; aún tengo el volumen, de pasta dura color roja, también de Bruguera). Tenía una idea de lo que trataba la épica de Homero, pero al empezar a leerla no entendí nada y me aburrió mucho, así que decepcionado la boté (la leí después). Tampoco ninguno de mis maestros de literatura nunca me la mencionaron ni me dijeron (también estoy casi seguro de que nunca la leyeron), siempre fue por investigación mía, por lecturas de recortes o periódicos, por otros libros (era un tanto ñoño, aunque no lo crean). Esas recomendaciones se hicieron más en forma mucho después por otro tipo de maestros y amigos, los de la escritura.

Pero volviendo a Borges, ustedes saben que El Aleph abre con el cuento “El inmortal”, curiosamente también habla de Homero. Para mí Homero no significó nada, y de ahí se podrá constatar el sesgo de mi lectura, pero debo decir que leer ese cuento me gustó. No lo entendí del todo, quizá apenas hace unos meses, en este 2016, haya entrevisto y comprendido algunas cosas, por las clases de literatura que imparto en la misma institución en la que estudié; sin embargo, desde la primera vez que leí ese relato ha estado dentro de mis favoritos. En lo personal considero que es el mejor cuento de este escritor. Me acuerdo que estaba sentado en una mesa que se hallaba casi en el centro de la biblioteca (el lugar, vacío) y estaba leyendo. Lo hacía en el receso, sí, sé que es ridículo, pero no sé por qué nunca me llamó la atención la gente, (ya soy un poco más sociable), pero en esos momentos me leí algunos otros relatos. “El inmortal” me gustó pero me dejó confundido. De esa primera lectura me acuerdo que también me agradó mucho el relato “El Zahir”, trataba de esta moneda, que tenía algo extraño. No sé, a veces el estilo de Borges es cansado, aburrido, porque parece que se está leyendo una enciclopedia, pero de ese texto, aquella vez, me acuerdo que lo que me gustó precisamente fue ese tonito. Ese tonito tan distanciado, a veces pedante. Lo primero que me acuerdo fue haber pensado si ese libro era un libro de cuentos, o ¿qué cosa era? Me dije que seguramente eran artículos, pero luego también con la lectura de “El inmortal” (no era tan ingenuo) entendí que no podía ser, que se trataba de ficciones (no sabía que Borges tenía un libro titulado así, eso lo supe años después). De “El Zahir” quedé conforme, no era lo que se dice una revelación, pero fue cuando empecé a encontrarle placer a un prosa bien escrita (siempre he tenido ese conflicto de no poder emularla). Tiempo después he intentado leer ese texto, pero jamás nunca me ha atrapado como en esa ocasión. Es probable que en ese momento mi estado de ánimo estaba abierto a esa historia.

Ese fue mi primer encuentro con Borges. No me acuerdo si saqué en préstamo el libro o si luego volví a él. Si mi memoria no me falla volví a él luego. Pero los demás cuentos no me dijeron nada. Lo dejé por mucho tiempo aunque siempre me he preguntado por qué este autor es tan importante para la literatura mundial, y ese es un poco el objetivo de este comentario.

Lo dejé. “El Aleph” lo leí después (no sé si por esos meses), pero no encontré eso que se dice, una revelación. Lo he releído, pero no me convence. La idea es buena pero creo que en el texto no se cumple, como sí se cumple la idea en “El inmortal”, la de leer este manuscrito redactado por este hombre múltiple. Pasaron como dos o tres años y fue cuando me volví a topar con este autor argentino. Pasó porque yo tuve una novia a la cual le gustaba Julio Cortázar. ¿Qué lector de veinte años no lee a Cortázar? Pues yo no, nunca ha sido de mis preferidos, aunque me leí Rayuela, Bestiario y Todos los fuegos el fuego; con eso tuve para ya no volver a él. En ese tiempo yo andaba muy emocionado con Rulfo (lo había leído desde antes), un tanto con Fuentes. Había leído varias novelas de este último La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, La silla del águila, sus ensayos (de ahí pude descubrir a Thomas Mann, de lo cual para ser sincero me enorgullezco). Leía a Fuentes como por una necesidad de regurgitar Pedro Páramo. Desde luego que la potencia del jalisciense no tiene igual, pero no me bastaba con releer el libro del pueblo de Comala, necesitaba recordarlo a través de otros y el único que en mi ignorancia podía hacerlo era Fuentes y creo que no estaba tan mal, aunque luego descubrí a Faulkner y a Revueltas.

La cuestión es que esta muchacha estaba muy de parte de los argentinos (aunque nunca dijo nada de Sabato) y a mí Cortázar no me decía mucho. A ella los mexicanos tampoco. Nuestro punto medio fue Borges. Un amigo mutuo hizo que eso se reafirmara. Yo no había leído Ficciones, pero este compañero nos comentó sobre un cuento muy extraño donde había una civilización inventada, con su propio lenguaje, etcétera. Se trataba de «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius». Me llamó la atención y lo leí. Pero no lo terminé (sino muchos años después). Cosa distinta me pasó con “El sur”. De los demás relatos no me acuerdo mucho. Los he releído varias veces, especialmente estos dos libros El Aleph y Ficciones. Es decir eso es lo que me pasa con Borges lo leo pero no me acuerdo de casi nada. Lo leo porque sé que escribe de manera excelente, lo hago como para aprender cómo escribir prosa, aunque eso desde luego no se note en casi nada de lo que redacto. A mi exnovia y a mi compañero les agradó mucho «Tlon» y comentaron mucho acerca de ello. Estaba quizá en sus temperamentos, por eso digo que yo nunca me he considerado muy intelectual, me daba un poco de pereza eso de la cultura inventada. La idea era buena, pero no se cumplía en el relato, cosa que sí pasaba con “El sur”. Podemos decir que esas son mis primeras experiencias con Borges, y quizá sean las más honestas porque ocurrieron desde la ingenuidad, desde la casi completa ignorancia de la tradición. Digamos que fueron lecturas desprejuiciadas y es probable que sean las únicas válidas.

Durante esta semana retomé Ficciones y releí “La ruinas circulares”, del cual puedo decir que es una genialidad, pero en su momento no me atrapó.

II

Pasó el tiempo y yo entré a la etapa de querer hacerme escritor (aún estoy en ésta, de la que ya han pasado diez años). Me fui a México, conocí a personas verdaderamente intelectuales, a gente que había empezado a leer en la infancia, que cuando yo apenas descubría a Los tres mosqueteros ellos ya escribían. En ese aspecto conocían muy bien a Borges y la misma pregunta continuaba: ¿por qué este escritor es tan importante? Uno de los principales conflictos que tuve en mi estancia con el círculo de escritores profesionales en la Fundación para las Letras Mexicanas fue el lenguaje. Para mí antes de todo esto, el lenguaje era algo tan natural. Mis compañeros tenían una hiperconciencia del lenguaje. Borges era ese escritor que nos sacaba del problema, con sus metáforas y parábolas. Esta cuestión me parece fallida en sus relatos, es decir considero que pocas veces se solucionan. Cosa distinta sucede en sus ensayos. Mi escritura fue fuertemente criticada en la cuestión del lenguaje, de la prosa; no era la que se dice la de un escritor; era demasiado (no lo sé) quizá vulgar. Todavía lo es y este texto es la prueba de ello. Demasiado cotidiana quizá, pero que a la vez debilitaba toda sus posibilidades. Borges tiene muy buenos ensayos al respecto. Leí Las siete noches, algunos artículos aparecidos en la revista Sur. Para ser honestos es el Borges que más me gusta, el más honesto, el más revelador. En esa búsqueda por el lenguaje, tenemos la experiencia que él tuvo al pasar por el Ultraismo. Leí también su primer libro de relatos Historia universal de la infamia. A veces lo más importante de todo el libro es el prólogo que el mismo Borges escribe, y creo que este libro es un claro ejemplo de lo que digo. Ahí él habla de sus vicios como escritor, dice:

Los ejercicios de prosa narrativa que integran este libro fueron ejecutados de 1933 a 1934. Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson y de Chesterton y aun de los primeros films de von Sternberg y tal vez de cierta biografía de Evaristo Carriego. Abusan de algunos procedimientos: las enumeraciones dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas. (Ese propósito visual rige también el cuento “Hombre de las Esquina Rosada”). No son, no tratan de ser, psicológicos.

Jorge Luis Borges precisamente en ese cuento inicia un proceso definitorio en cuanto a la búsqueda del lenguaje propio de la literatura latinoamericana. En gran parte, desde ese cuento se comienza la polémica por el lenguaje nacional de la Argentina (que para Borges no existía como tal), y por ejemplo por literatura como esta, que él escribió también, tenemos el ensayo “Las alarmas del doctor Américo Castro” o “El idioma de los argentinos”. Cuando pude acceder a estos textos fue cuando empecé a comprender mejor a Borges. De ahí también el comentario que Juan José Arreola tuvo al respecto en el que comenta que Borges revolucionó el español y con esto propicio la literatura del Boom latinoamericano. Esto también lo comenta Fuentes en su libro La nueva novela hispanoamericana, publicado en los años sesenta. No hubiera sido capaz de hacerlo si primero no se mete en el costumbrismo y luego sale conociendo los vicios de esa estética. En muchos aspectos, aunque no lo parezca Borges está muy relacionado con Rulfo ya que en una primera etapa el argentino pretendió hacer lo que hizo el mexicano, y de ahí que a pesar de ser desde lejos disímiles tengamos el juicio que hizo el autor de El Aleph: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura.”

Y ahora que recuerdo otro gran cuento y en el que podemos ver una condensación de casi toda la tradición latinoamericana es “Funes el memorioso”, que por cierto aparece en Ficciones, hará falta hacer un análisis particular al respecto. En mi experiencia lectora fue en esta etapa cuando puede comenzar a responder la pregunta por qué es un escritor tan importante.

El mejor libro de Jorge Luis Borges considero que es Otras inquisiciones escrito en 1953, justo antes de quedarse ciego. Bernardo Ruiz una vez nos recomendó a sus talleristas de la FLM leer ese libro. La verdad lo dejé pasar en su momento, pero cuando lo leí me di cuenta de que es uno de esos libros que pocos podrían escribir y que se convierte en un clásico, en un clásico de nuestra lengua que puede transcender esa barrera. Me pregunto cuántos libros tienen esa posibilidad en nuestra tradición española. Lo malo es que es un libro de ensayos literarios, es decir que el público lector al que va dirigido es pequeño, y de ahí que su mejor libro sea tan poco leído. Ricardo Piglia comenta que es como su testamento (https://www.youtube.com/watch?v=im_kMvZQlv8). Sabe que después de la ceguera ya no podrá escribir igual. Piglia mismo afirma que a partir de este hecho en su vida su estilo se cae y si revisamos sus libros ciertamente pasa algo con la calidad y profundidad de sus relatos. Pero desde luego quizá eso es algo que no se puede reprochar.

Por otra parte, cuando hablamos de este autor, casi nunca se comenta nada de quizá uno de sus libros más influyentes. Nos olvidamos de que este argentino más que un escritor de ficciones es un hombre de letras y que por lo tanto realizó muchas traducciones y estudios. Me refiero a su traducción de Las palmeras salvajes de William Faulkner, publicada en 1940. Mucho se ha dicho al respecto de que fue aquí donde inició la novela del Boom latinoamericano, ya que la versión borgiana de esta obra es sensiblemente diferente a la original. Y eso ya es mucho de lo que puede hacer un escritor en su vida.

III

Y sin embargo Jorge Luis Borges se queda como lejano, porque para mí sigue siendo un escritor que leo para aprender acerca de literatura, no es un autor al que vaya como resguardo vital de mis experiencias. Es decir no es un Dostoiesvski, un Lowry o un Sabato. Escritores que dentro de la tradición son considerados incluso menores a él (a excepción de Dostoiesvski). Eso pienso que pasa por lo siguiente: el problema de Borges es que él era un hombre brillante, pero si somos honestos era un escritor mediocre. Para constatar su lucidez basta con revisar algunas entrevistas que aparecen en YouTube (https://www.youtube.com/watch?v=VPxShPjwP-g). Arreola, Elizondo, García Ponce, o cualquier otro quedan reducidos ante las argumentaciones del argentino. Escúchense sus conferencias acerca de la ceguera, de la poesía, de James Joyce y se verá a lo que me refiero. Como hombre de ideas es insuperable. No obstante, la mayoría de las veces no es capaz de llevarlas a la escritura cuando se trata de hacer ficciones, tal y como él las concibe. Las explica en sus ensayos que son muy buenos (si mal no recuerdo tiene muchas anotaciones de ideas para cuentos, que son en la simple idea muy placenteros de leer por la misma prosa depurada), pero cuando trata de hacer narraciones con estos argumentos e ideas originales, que quizá a nadie se le habían ocurrido, se queda a medias, falla, necesita el lector conformarse con que la idea era interesante, tal como sucede con «Tlon». Cosa contraria pasa con un autor como Lowry o Sabato, sus ideas no son tan interesantes, pero en la narración se potencializan alcanzando lugares no considerados hasta el momento de su concepción si tomamos solamente la idea. Por ejemplo en Bajo el volcán la idea de la anécdota pude resultar un cliché, la destrucción de un alcohólico, pero en la prosa a veces caótica ese cliché se supera y se nos revela una originalidad impensada y difícilmente superable. En Borges ocurre el efecto contrario. A Borges le pasa un poco lo que al arte contemporáneo (y sin embargo por eso ha sido tan influyente en el arte mundial), se queda en la idea en potencia pero no se hace una realidad en sí misma.

Lo que quiero decir es que Borges es mucho más poético (con esto no me refiero a cursi) en sus ensayos que en sus narraciones. Para hacer la comparación tenemos Ficciones y Otras inquisiciones. Ambos libros son las dos caras de la misma moneda. El tiempo, el universo se expresan de un modo mejor en Otras inquisiciones, cuando se supondría que la narración les daría un realce. A veces la anécdota, la metáfora oscurece la mirada de Borges. Compárense los textos «La biblioteca de Babel» y «La esfera de Pascal» o «El tiempo y J.W. Dunne» y «El jardín de lo senderos que se bifurcan» y observarán a lo que me refiero. Por supuesto, dichos textos solamente los habría podido escribir Borges, pero no lo es por su talento literario, sino por la lucidez de su mirada. En este sentido me viene a la mente una reflexión de José Miguel Barajas. ¿Para ser un gran escritor se tendría que ser malo escribiendo? ¿Digamos un tanto a la manera del Señor Teste de Paul Valery? Borges es uno de esos hombres, en los que su capacidad de escritura es mucho más inferior que su capacidad de ver nuevas realidades. Veamos dos testimonios que él mismo refiere. En el prólogo de Ficciones encontramos:

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen un comentario. Así procedió Carlyle en Sartor Resarturs; así Butler en The Fair Haven; obras que tiene la imperfección de ser libros también, no menos tautológicos que los otros. Más razonable, más inepto, más haragan, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios. Éstas son «Tlön, Uqbar, Orbis Tertuis» y el «Examen de la obra de Herbert Quain».

Muchas veces él comentó que nunca pudo escribir el poema. En su conferencia respecto a la Ceguera, incluida en Las siete noches, dice que al igual que Milton quedó ciego sin terminar o escribir el gran poema; la diferecia, nos dice Borges, es que a pesar de eso Milton escribió, o mejor dicho, terminó, Paradise Lost, dictándole a su hija los versos, pero que él definitivamente no podría y no pudo escribir el gran poema que incluyera su mirada del mundo. ¿Qué habría pasado si no queda ciego? Es algo que no podremos saber y quizá ni siquiera valga la pena conjeturar. En el poema «Mateo, XXV, 30», el mismo Borges lo comenta:

MATEO, XXV, 30
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El primer puente de Constitución y a mis pies
Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro.
Humo y silbatos escalaban la noche,
Que de golpe fue el juicio Universal. Desde el invisible horizonte
Y desde el centro de mi ser, una voz infinita
Dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras,
Que son mi pobre traducción temporal de una sola palabra):
—Estrellas, pan, bibliotecas orientales y occidentales,
Naipes, tableros de ajedrez, galerías, claraboyas y sótanos,
Un cuerpo humano para andar por la tierra,
Uñas que crecen en la noche, en la muerte,
Sombra que olvida, atareados espejos que multiplican,
Declives de la música, la más dócil de las formas del tiempo,
Fronteras del Brasil y del Uruguay, caballos y mañanas,
Una pesa de bronce y un ejemplar de la Saga de Grettir,
Álgebra y fuego, la carga de Junín en tu sangre,
Días más populosos que Balzac, el olor de la madreselva,
Amor y víspera de amor y recuerdos intolerables,
El sueño como un tesoro enterrado, el dadivoso azar
Y la memoria, que el hombre no mira sin vértigo,
Todo eso te fue dado, y también
El antiguo alimento de los héroes:
La falsía, la derrota, la humillación.
En vano te hemos prodigado el océano,
En vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman;
Has gastado los años y te han gastado,
Y todavía no has escrito el poema.

Jorge Luis Borges un hombre brillante, lúcido, con lo cual renovó especialmente la narrativa contemporanea, hecho que le basta para convertirse en un clásico; pero que no pudo desarrollar la escritura que lo contuviera; y bueno, ¿quién de nosotros remotamente lo pudo?

Posdata. Obviamente este texto queda inconcluso, especialmente porque no se dice en qué consiste la renovación que hizo Jorge Luis Borges en el ámbito del relato. Quedará pendiente (todo siempre queda pendiente) un análisis más exhaustivo. En este momento puedo comentar que la renovación está en extrapolar el universo de la ficción al universo del lector (podrá pensarse que este argumento anula lo dicho anteriormente; desde luego que no, para verificar la limitante literaria de Borges, léanse a sus sucesores, dentro de los cuales están Ray Bradbury y Stanislav Lem). Un ejemplo de esto es «La lotería en Babilonia», relato en el que lo que parece remoto de pronto por efecto de la narración se hace cercano al grado de que el lector puede tener la sensación de estar viviendo dentro de un juego como el que se describe. Este efecto sin duda influyó en gran medida a un escritor como Ernesto Sabato, su trilogía basa gran parte de su valor estético en esta circunstancia.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.