El 12 de agosto del año 2016 después de Cristo, tuvo lugar el estreno de la obra Dulce compañía de Oscar Liera, dirigida por Martín Álvarez, en Plan B Estudio Teatro. Tal producción tiene varios puntos de interés para el análisis, los cuales me gustaría abordar a manera de apuntes.
Aquí va el primero: El nombre de la compañía “Vanguardia de tradición teatral” me divierte mucho. Plantea acertadamente la paradoja de que no hay nada más tradicional que la vanguardia. No hay nada nuevo bajo el sol. Todo aquello que se manifiesta como novedoso tiene sus orígenes concretos en los años sesentas o setentas, es decir hace cincuenta o sesenta años.
No obstante, la tradicional vanguardia o la vanguardista tradición, justifica su presencia en éste ahora, porque se vuelve necesaria una nueva lectura o reinvención, bajo la óptica del presente, cuando las mentalidades han cambiado radicalmente, lo mismo que las circunstancias que le dieron origen.
Y si no se hace ese replanteamiento, ese examen, esa confrontación con el presente, al menos es bienvenida la obra para contextualizar al público y a los demás agentes del fenómeno social llamado teatro.
En otras palabras, hay que mostrarle al mundo que hay un teatro que se escribió en los años ochenta, mucho antes de que algunos actores y público nacieran.
Segundo apunte: ¿No les ha pasado que contratan una puta o un puto para tener sexo, y que este puto o esta puta los agrede en lugar de complacerlos? ¿No? ¿A nadie? ¿Nada más al amigo de un amigo?
Como sea… de esto trata Dulce compañía, el montaje de Martín Álvarez. Nora (Rocío Luján) es una cuarentona maestra de geografía que contrata a Tipo (Mace Medina) para dárselo –sexualmente hablando-. Lo que no sabía Nora era que el Tipo le quitaría el dinero, la humillaría, y finalmente le quitaría la vida.
Sé que acabo de contar el final sin advertirles. Lo hice intencionalmente porque, cuando ustedes la vean, advertirán con facilidad que la obra de Oscar Liera no busca crear suspenso sino explorar un aspecto de la psicología de la violencia.
Estrictamente hablando, el texto de Liera no es de excelencia. Su estructura es lineal, en primer plano, de lenguaje muy sencillo –demasiado-, y se basa en un cliché –el asesino es así porque tuvo una infancia muy dolorosa-. Pero encuentra su justificación dentro de una especie de “espíritu de la época” del teatro mexicano de los ochentas que buscaba retratar la crueldad de la ciudad de México a través de personajes sórdidos. Revisen todo el teatro de Jesús González Dávila, en especial De la calle, El jardín de las delicias, La fábrica de los juguetes.
Debo consignar los siguientes datos, a manera de tercer apunte: La obra que comento se llama Dulce compañía. Oscar Liera publicó en 1987 Las dulces compañías –en plural- que es una composición de cuatro piezas: Al pie de la letra, Bajo el silencio, Un misterioso pacto, y Los negros pájaros del adiós –por la que es reconocido.
En 1996, el cineasta Oscar Blancarte realiza una película llamada Dulces compañías –sin artículo-, presentando sólo dos de las cuatro obras: Bajo el silencio y Un misterioso pacto. Las obras –y la misma película- tienen como protagonista a Tipo (Ramiro Huerta). El filme es tan ochentero que hoy causaría risa, no importa que tenga como co-protagonistas a la entonces buenona Ana Martín (Nora en Bajo el silencio) y al entonces avejentado Roberto Cobo (Samuel en Un misterioso pacto).
Lo que vemos nosotros en la dirección de Martín Álvarez es Bajo el silencio, la cual es la primera que se presenta en el filme de Blancarte.
Julio Castillo dirigió De la calle en 1985 de una manera alucinante y sumamente cruda –hay videos y estudios sobre el montaje-, y también dirigió algunas obras que integran la tetralogía de Las dulces compañías –su último montaje, de lo cual no se encuentra más que la mención del hecho, y que Eduardo Palomo interpretó a Tipo.
Las dulces compañías tiene como temática la homosexualidad, el asesinato, la soledad, la ciudad de México como caníbal. Lo que para la época era considerado tabú. Algunos jóvenes no saben que la década de los ochentas tuvo como principal impronta el no meterse con la Virgen de Guadalupe ni con el Presidente de la república. Una gran censura que Liera atacó al escribir El jinete de la divina providencia, Camino rojo a Saibaiba, por ejemplo. Y con Las dulces compañías puso de manifiesto que había homosexualidad, que había prostitución, que la sociedad mexicana no estaba muy sana que digamos.
Hoy, esto lo vemos como común, algo ya sabido, algo que se da de hecho. Ya ni nos sorprende. Por lo cual, ver Dulce compañía en la visión de Martín Álvarez, podría resultar un producto de nostalgia, o, en mayor grado, la intensa agresión que sufre la pobre mujer por parte del hombre. Como otro acercamiento al patriarcado represor y homicida.
Último apunte: Estoy hablando de un estreno. Dulce compañía tuvo tres funciones apenas. Por lo cual, es de esperar que todavía no alcance la perfección en lo que se propone, que a los actores y al director le falte “un diez pal peso” –o un tostón, cómo usted lo prefiera.
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Me pregunto seriamente si cada actor y director está buscando lograr un desempeño apoteótico en su arte. Es decir, cuál será el mejor personaje mejor interpretado por él, del cual digamos algo así como “ella es la mejor Señorita Julia que he visto aquí”; o “tal director logró el culmen de su visión en esta obra”. Lo mismo va para quienes hacemos dramaturgia, el segmento teatral más retrasado en la actualidad, comparado con la dirección, la actuación y la producción de reciente desarrollo.
He tardado mucho en referirme a las actuaciones. Pero ya lo voy a hacer. Rocío Luján y Mace Medina hacen una buena pareja. Su desempeño es bueno. Calculan cada movimiento, cada gesto, cada palabra y su resonancia.
Acarician la perfección de la interpretación –según el tono dramático que se propone a partir del texto- en el uso de la voz, en su interacción, y por último, en la afectación de la violencia. Se nota un aporte creativo de parte de los dos actores, quienes parece que comprendieron muy bien la obra de Liera y la dirección de Álvarez.
Sin embargo, queda la sensación de que les falta ese pequeño porcentaje para ser enteramente creíble, ése “quinto pal peso” –o veinte o tostón, cómo usted quiera.
Esto reside en que, en su aporte, falta consistencia, falta una más clara definición de lo que ellos quieren hacer de sus personajes, para apropiarse totalmente de los mismos.
El Tipo ‹‹de›› Mace Medina se le diluye por momentos en la estridencia. Es tanta la fuerza que le imprime para mostrar que es un agresor, que ocasiona que no se comprenda al cien por ciento las causas por las que agrede, por las que roba, por las que mata –que ya de por sí son clichés.
En principio, parece un chavo normal que tiene un romance furtivo con una mujer mayor –lo que también sólo le sucede al amigo de un amigo-, y luego pasa a ser un drogadicto –no muy convincente a pesar de los manierismos propios de un adicto a la coca- y luego suena muy afeminado y luego varonil.
Ante esto, Rocío Luján tiene que ajustar su actuación, bajándole de intensidad o aumentándola para conseguir una concordancia, y para respetar el tono de la obra.
Ya antes había destacado que los actores formados por el santo padre Rogelio Luévano cuentan con herramientas técnicas y creativas que les sirven para hacer suyo un personaje. Rocío Luján –exalumna de Luévano- casi deja de ser ella misma para adueñarse de Nora.
Llámenme anacrónico, y de otras maneras si así lo prefieren, pero considero que esto también es hacer teatro, a la antigüita, si así lo deciden. Pero también es bienvenido. Este año de la gracia del Señor, el 2016 nos permite contemplar diversos tipos de teatro: documental, del cuerpo, experimental, clásico, y demás variantes, y todas son válidas, dignas de verse y sobre todo, de comentarse, aún con el hecho de que no siempre entendamos su razón de ser en nuestro teatro.
Es la primera vez que veo actuar a Mace Medina, y quedé sorprendido. No obstante que es más joven y que cuenta con herramientas técnicas y creativas diferentes, coincide con Rocío Luján en el cuidado de los movimientos de su cuerpo, de la voz, y en la interpretación…
No me contradigo. Insisto en que sólo falta control, precisión… detalles que pueden resolverse conforme pasen las presentaciones, las cuales, por cierto, deberían darse.
En lo que respecta a la dirección, quiero comentar que se nota un trabajo de equipo. Martín Álvarez trabajó con sus actores, no sólo para cumplir con los trazos, sino en un acompañamiento para comprender el tono de la obra.
Y también le falta ese pequeño porcentaje para completar una buena producción. A mi entender, creo que confío demasiado en la caja negra, en la austeridad –o ausencia- de la escenografía, en el minimalismo de utilería. De hecho… ahora que lo pienso… ¿No estaremos confiando demasiado en el espacio vacío? ¿No estaremos dejando de lado el aspecto visual de la obra en pos de concentrar la creatividad en el trabajo de los actores? ¿No estaremos los dramaturgos escribiendo obras en primer plano, en un solo espacio y en una sola línea temporal?
Como sea… No entiendo por qué Martín Álvarez elige el título de Dulce compañía en lugar de Bajo el silencio… Puedo imaginar que es porque quiere recuperar la reminiscencia de la popularidad de la película o del conjunto de obras que fueron reeditadas por El Milagro en el 2003 que lleva ese nombre Dulces compañías.
Pero… en fin… Martín Álvarez hace una buena dirección de actores –los ha elegido bien-, crea tensión, conoce el tono de la obra y lo hace respetar, e impacta en los espectadores.
Por otro lado, hay que agradecerle mucho que monte las obras de Liera, porque realiza, quizá sin proponérselo del todo, una labor de formación para el público y los actores: el conocer y estudiar el teatro de uno de los autores más polémicos de su época.