No sé si haya alguien que no se haya desmayado de la impresión al leer el currículum de Hugo Dena. Es tanto lo que ha hecho en tres años que bien vale la pena ponerse de pie y aplaudir. Además de las estímulos económicos que ha ganado, de los talleres que ha impartido en Coahuila –tierra de dinosaurios- y en Costa Rica, tiene la virtud de crear talleres para capacitar a sus actores en las puestas que va a dirigir.
Veo a Hugo Dena como un director que está muy cerca de consolidar un estilo, principalmente por las obras que elige para integrar el repertorio de la compañía Desierto Teatro. Éstas tienen una gran carga social, en modo de denuncia pero sin caer en el chairismo panfletario.
El que capacite a sus actores dentro de talleres focalizados para las obras que monta, y el que escoja obras de gran contenido social son virtudes, en efecto, pero también son dos cosas que se pueden poner a discusión.
Por un lado, no puedo estar seguro de que en realidad esté creando actores -en el sentido lato de la palabra-, así como tampoco puedo estar seguro de que yo alguna vez haya inspirado a alguien a ser un escritor.
Afortunadamente el tiempo, bendito tiempo, aunado a la disciplina y talento que todo artista debe desarrollar, me golpeará la mejilla con guante blanco, o de plano me pondrá un putazo en la nariz.
El otro punto a discutir es el sentido social de las obras que escoge. Ahí anda defendiendo a la diversidad contra los crímenes de odio con El proyecto Laramie de Moisés Kaufman, lo mismo que nos lleva de paseo emocional a ciudad Juárez, Chihuahua –lugar de nacimiento del acaecido Juan Gabriel-, para recordar a sus muertas con Mujeres de arena de Humberto Robles, y recientemente nos hace saber que la infancia no es tan inocente como debería serlo con Matatena de Antonio Zúñiga, obra que motiva todo este comentario.
Lo que se puede poner a discusión es la visión de los autores y la suya. ¿Es precisa?, ¿es intensa?, ¿es cobarde?, ¿es efectista? Y esto tiene su importancia porque entonces Hugo Dena nos estaría ofreciendo una visión precisa, o intensa, o cobarde, o efectista sobre nuestra realidad local, siempre y cuando el público lagunero tenga un referente para comparar su vida con lo que se ofrece.
Presentada en Plan B Estudio Teatro, la obra nos hace partícipes del encuentro ante una cabina telefónica de Joel (Hugo Dena) y Maite (Ángeles Escamilla) antiguos amantes, ahora separados por el destino. Ellos tienen hijos por separado, y éstos muchachitos, en un pacto maléfico, hicieron que un tercer niño se tragara las piezas del juego de la matatena. Los padres, además de dejar surgir viejos rencores, debaten sobre quién tiene que contactar a los padres del niño muerto.
En este caso, el sentido social de la obra le dice al mundo que existen niños que matan, con cierto grado de inocencia o, más bien, casi con maldad.
Tanto Antonio Zúñiga como Hugo Dena, no abordan las causas de la criminalidad del niño, y hacen bien en no explicarlas ya que caerían en melodrama. Sólo les interesa mostrar la desesperación de los padres al enfrentarse a la maldad de sus hijos, lo cual ya es lo suficientemente intenso.
Es algo difícil encontrar un caso parecido en La Laguna. Habría que escarbar profundamente en nuestra historia, buscando parricidios y pactos malignos. Pero la memoria colectiva de nuestra bendita sociedad también es selectiva. Ha sabido ocultar y olvidar muy bien estos hechos aberrantes para mantener su estatus de tranquilidad.
¡Ah, pero eso sí! No creo que nadie que vea esta obra pueda sentirse ajeno a su propuesta principal: la vergüenza por la que pasa todo padre cuyo hijo ha cometido alguna falta que perturbe la sociedad.
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Se antoja el punto medio entre la intensidad y la calma. De hecho, Hugo Dena como director, es muy teatral en los momentos bajos de la obra. Sobre todo al principio, ya que crea tensión, interés, y nos anima a ver todo el trayecto de los personajes.
Hablando del texto de Antonio Zúñiga… Sí crea personajes entrañables, su anécdota es muy interesante, su lenguaje está bien cuidado, la sucesión de eventos está calculada para provocar interés… pero nos deja en un terrible cliffhanger.
El concepto cliffhanger se refiere al recurso dramático y narrativo que se utiliza para no terminar la trama, dejándonos colgados de preguntas según el tema: ¿continuará?, ¿sí se murió?, ¿fueron felices para siempre?, ¿habrá una segunda parte?, ¿entonces, quién fue el asesino?, ¿entonces, era un sueño o no?
Este recurso se aprecia frecuentemente en cine. Los guionistas y los directores, deliberadamente dejan el final abierto para que el espectador se quede pensando en la película, con las preguntas arriba mencionadas y otras parecidas.
El problema de este tipo de finales es que no siempre son buenos. De hecho, la mayoría de las veces resultan incómodos. Uno de los que más me molestan es el de The shining (Kubrick 1980), por cierto…
Si en cine son incómodos, se sienten abruptos, cortan de tajo un planteamiento sin justificación, en teatro éstas sensaciones se elevan a la décima potencia. Por lo mismo no son tan frecuentes. O se hace un final de excelencia o se hace uno mediocre. No hay más para el dramaturgo.
A mi parecer sólo Samuel Beckett logró un final abierto excepcional con Esperando a Godot. Nunca sabremos si Vladimir y Estragón lograrán encontrarse con Godot –del que nunca tenemos un dato informativo sobre su personalidad, ni si es hombre o mujer, o Dios, o el sentido de la vida-, pero no nos molesta el que Godot jamás llegue, ni el que los protagonistas se queden esperándolo.
Matatena, por el contrario, no produce ese efecto, sino que corta al vuelo la trama produciendo, en lugar de una resolución, una sorpresa. Se antoja ver un poco más… Estoy seguro que concordarán conmigo cuando vean la obra.
Y también concordarán conmigo en que la carga social con la que Hugo Dena hace teatro, aborda nuestra realidad de una manera indirecta. Pero no por ello menos válida en nuestra escena teatral, o menos necesaria para los espectadores locales.
Habrá que esperar a que la dramaturgia local –el aspecto teatral menos desarrollado, ya lo he dicho anteriormente- pueda crear un repertorio que aborde los problemas sociales propios, con una carga emocional y lenguaje auténticos.
Todavía falta un buen tramo para ello. Y espero que, una vez que se llegue el tiempo para su emergencia, no se acobarde ante su realidad, que la trate poéticamente, y que los directores, como Hugo Dena, se “echen ése trompo al uña” al montar y promover esas obras anheladas.
Sí con Matatena tenemos una grata experiencia teatral, es sumamente probable que con un material cercano se logre lo mismo… es probable…