Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

«Después de Talpa», narración oral y poesía en voz alta

La noche del 30 de septiembre de 2016, en Casa Aquelarre, se llevó acabo la presentación “Después de Talpa”, la cual consistió en la lectura y actuación, por parte de Raúl Esparza, de cuentos de los autores Juan Rulfo, Francisco Rojas González y B. Traven. Estas son algunas reflexiones al respecto.

En distintas ocasiones en este espacio he hablado de eventos teatrales y escénicos. Normalmente he hecho análisis de las obras y las ejecuciones. He planteado mi perspectiva en cuanto al quehacer lagunero actual en estas áreas de las artes. Casi siempre me concentro en el trabajo de los artistas. Ninguna vez, que yo recuerde, lo he hecho en relación con el público, mismo que he dejado como algo intocable, casi sagrado. En esta ocasión también quisiera hablar en algún párrafo de ese invitado ausente.

El trabajo de Raúl Esparza, como muchos lo saben, es meritorio. Tuve la suerte de conocerlo hace uno o dos años. La verdad es que nunca lo había visto en escena, jamás había presenciado ninguna de sus lecturas. A veces en las fiestas me había tocado que leyera uno o dos textos, especialmente de La tinta negra y roja, volumen donde se compendian algunos de los mejores poemas de lengua náhuatl. Pero de ahí en más no sabía qué tanto era cierto lo que se decía de Esparza. No voy a decir que verlo ejecutar las relaciones de los cuentos me sorprendió, debido a que, como ya dije, podía intuir su capacidad por lo mostrado en dichas lecturas informales; no obstante, debo decir que a pesar de que asistí más como con una intención amistosa que como un público objetivo, desde que inició la presentación, y esto debido a su talento, me sentí como uno más de esos que anda buscando un lugar, un momento original en esta ciudad completamente sistematizada e industrializada. Salí un poco renovado y también reconciliado con mi entorno. Lo que quiero decir es que en lo personal sí hubo una catarsis.

El estilo de Raúl Esparza es bastante eficaz; es decir, se nos convoca a un “cuenta cuentos”. Alguien podría pensar que no tiene ningún chiste contar un cuento, máxime si se tiene el texto escrito y si se cuenta con el soporte de autores como Rulfo. Un actor ingenuo o mejor dicho perezoso (en La Laguna son la mayoría) lo que hace es sentarse en una silla, abrir el libro y comenzarnos a leer. Bueno, eso no tendría ningún caso, porque eso lo puede hacer cualquier individuo medianamente avezado, sin tener que salir de su casa y menos sin tener que pagar un boleto. En la lectura de Esparza se nota un trabajo de fondo. Él toma el texto, el libro y nos lee alguna parte, algo esencial; luego se para y actúa, nos relata, un tanto como si la historia que nos cuenta no la hubiese leído de un libro, sino que se la hubieran relatado en el barrio. Creo que ese tono, esa manera, es lo que le da cierta vitalidad a la experiencia que presenciamos. Otro elemento importante a resaltar es que Esparza dialoga con el público. Pero no lo hace dejándole la responsabilidad al mismo (como hacen la mayoría en La Laguna, especialmente los que intentan clown) sino que más bien pareciera que busca motivos, así como Mozart hacía con el público musical del siglo XVIII, o como en los ritos religiosos de las culturas antiguas; lo hace para él posteriormente desarrollarlos mientras cuenta. No se trata nada más de leer, de contar, sino que integra y naturaliza con la oralidad la narración, dándole una directriz por medio de un leit motiv, que en el caso del viernes pasado fue la búsqueda del “después” como una utopía de redención en la existencia de los individuos.

No voy cometer la impertinencia de reducir a dos párrafos lo que Esparza con su voz y corporalidad nos transmitió en una hora. Sin embargo, su trabajo me parece sumamente pertinente en cuanto a la posibilidad de generar comunidad y público. Vuelvo a repetir que los cuestionamientos a los presentes fueron sumamente significativos y mejor aún dieron pie para que iniciara la narración. He ido a otros eventos en donde el actor con muy poca pericia quiere hacer lo mismo; lo que logra simplemente es que se pierda la intención de lo que quería hacer y lleguemos a un anticlímax que no nos saca de nuestro tiempo cronológico, no nos revela nada; en otras palabras, se convierte en tiempo perdido, que es lo peor que pueden perder las personas. Ahora bien, Esparza con su oralidad no se puso a hablarnos como cuando cuenta una anécdota en una fiesta, sino que hubo una reelaboración, pero no artificiosa, sino natural. El lenguaje, aunque oral, fue sumamente expresivo. Recuperó algunas palabras de Rulfo, de Rojas y de Traven. Es ahí donde podemos constatar que hubo una integración, una pensamiento previo, una deliberación, después una actuación, algo digno de ser representado y de ser visto.

“Después de Talpa” fue algo que se cumplió en sí mismo; sin embargo, debido a la escasez del público la experiencia en algún aspecto se sintió inconclusa. Solamente hubo cuatro asistentes. Raúl Esparza a pesar de no obtener ninguna remuneración prefirió continuar. Y es aquí donde quiero hablar del público, esa especie de fantasma que yo siempre he creído, como bien lo decía Baudelaire, que es hipócrita, falso, traicionero. Si viviéramos en una sociedad desenajenada le tendría cierto respeto; no obstante, como nuestra realidad es completamente lo contrario, desconfío de él, y por eso en estas líneas me atrevo a criticarlo.
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El público, al menos en La Laguna, ciertamente, a veces no merece a los artistas que tiene. No es que el público en La Laguna sea completamente ignorante, más bien está colonizado. Lo afirmo porque no es que no sepa o no conozca ciertos aspectos de su cultura verdadera, sino que los desdeña y desprecia; está más pendiente de los productos del consumismo, los cuales son impuestos por lo intereses ajenos al bien común. Siempre busca aculturarse. El ejemplo más claro son las películas Hollywoodenses de poca monta. No es que el teatro en La Laguna sea caro, es más caro un boleto en los cines de los malls. Lo que ocurre es que al público lagunero no le gusta ser cuestionado. Se sube a su butaca como si fuera su pequeño trono y aplaude o sobrevalora todo aquello que le ayuda a seguir con su farsa y su engaño. Por eso eventos como el que organizó Raúl Esparza tiene escaso o nulo público, porque lo que hace un artista como él es derrumbrar quimeras, realidades impuestas por intereses ajenos al bien común (y no es que sea comunista, el comunismo es otra quimera). La prueba de estos intereses es palpable en la estupidización de los contenidos televisivos. El público en La Laguna no sale de ese horizonte y niega casi sistemáticamente otra posibilidad. La crisis del teatro lagunero, al cual por lo general no le ha quedado de otra que montar obras facilonas y de chistorete, es el reflejo de ese público. El arte en ese aspecto es el reflejo, si quiere, la reacción, de lo que ocurre en la sociedad. Esa sociedad es la misma que no quiere que sus hijos estudien literatura o filosofía no tanto porque no tendrán cómo mantenerse, sino porque si lo hacen cuestionarán las verdades a medias en las que viven; es esa sociedad que les dice a los jóvenes que no tiene caso estudiar cálculo porque de nada va a servirles; es esa sociedad que contradictoriamente se pone a defender a Peña Nieto, excusando que ahora el presidente le da lástima. Seamos honestos, el público, en el sentido amplio de la palabra, parece que ya perdió la batalla contra la dominación intelectual, psicológica y emocional de esos intereses que son por lo general de caracter consumista, por no decir capitalista. Digo público, en el sentido amplio, porque sé que hay algunos que necesitan un arte más auténtico, más humano. No sé cómo llamarlo. Cuando veo trabajos como el de Esparza sé a lo que me refiero. Dentro de esos pocos me incluyo yo.

¿Y, usted, dónde se incluye?

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.