Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

ELLA Y ÉL, NOSOTROS, USTEDES Y ELLOS…

Hablando en teatro, hay ocasiones en que vemos una obra cuyo texto es muy bueno y sus actuaciones muy malas. Otras en que el texto debería arrojarse al relleno sanitario, pero es rescatado por las actuaciones. Hay una tercera ocasión en la que el texto es buenísimo y las actuaciones se ponen a la altura, o les falta un pequeño porcentaje para lograr la excelencia.

En ésta última clasificación es donde yo veo a Ella y él de Jean Pierre Martínez, dirigida por Elena Reyes, presentada en uno de mis lugares favoritos de Torreón, Casa Aquelarre.

No me acuerdo cuándo fue que dije que el teatro que se hace en Casa Aquelarre se inclina a la cuestión de género, pero lo dije. O sea que allí veíamos puras obras protagonizadas por mujeres, y en tono de tragedia.

Pues ahora se nos ofrece un cambio. Equilibran la cuestión de género –más o menos- y exploran la comedia.

En Ella y él vemos a tres parejas de diversas edades, en circunstancias totalmente diferentes, viviendo su relación de amor –si es que eso existe.

Estrictamente hablando, es lugar común escribir sobre los problemas de las relaciones amorosas vividas en pareja. El mundo del cine norteamericano reboza de esas cursilerías, y en el teatro también la hemos padecido con pendejadas como Te amo, eres lo máximo, pero cambia o como menos se le conoce I love you, you’re perfect, now change de Joey DiPietro y Jimmy Roberts. No menciono otras que he leído y visto porque me da pena.

Afortunadamente, el texto de Jean Pierre Martínez -que no es mexicano ni naco, ¡sino francés!- resulta ser nada ingenuo, ni insulso, y sí muy inteligente porque procede por medio de silogismos -por momentos me acordé de la primera escena de La cantante calva de Ionesco-, crea su propio campo semántico cómico en el que los personajes se sienten vivos, entrañables.

Elena Reyes, de quien alguna vez me pregunté si sería una directora monotemática –pues ya me hizo ver que no-, parece que entiende con naturalidad el género de la comedia.

Según lo visto, hizo respetar al texto, propuso un rango de libertad para que los actores –y las actrices- fueran creativos y aportaran algo de sí a la puesta.

Esto es lo que sucede con los actores –y actrices- de comedia –y comedio- plenamente identificados –e identificadas.

Se me da la gana mencionar a Buster Keaton, un ejemplo fascinante. Tenía gran control sobre sus películas, la libertad de hacer lo necesario para divertir, pero también una gran disciplina que le permitía crear gags alucinantes, casi poéticos, no ex nihilo –se pronuncia ex niquilo- sino enteramente calculados.

Su creatividad y compromiso con el género, contrasta mucho con la idea de comedia que ocasionalmente venimos manejando: improvisaciones apresuradas a falta de memorización, demasiada confianza en la personalidad “graciosa”, el uso indiscriminado de groserías -me mordí la lengua-, seguimiento ciego del modelo asimilado de comedia norteamericana proveniente de las series de televisión y de películas hollywoodenses.

Bueno, pues los actores de Ella y él aportan lo suyo, respetando mayormente el texto –aunque se salen un poco del mismo refiriéndose a situaciones teatrales de nuestra época.

Estaría yo hablando de una actuación –y actuaciona- de excelencia –y excelencio- de no ser por un par de peccatas minutas -que significa pecados veniales-: atropellamiento al decir sus diálogos ocasionado por el nerviosismo en el arranque de sus actuaciones, y principalmente porque no saben reírse –o no han cuidado este aspecto o no se habían dado cuenta de él-. Se ríen pa dentro, como en una exhalación, quedando el sonido entre dientes. Eso cae gordo, molesta, se siente hipócrita. Por fortuna, son pocas las veces en que se ríen.
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Este pequeño detalle me viene molestando desde que vi El misántropo que dirigió Ignacio Escárcega, y con Vodevil de Hugo Daniel Marcos, dirigida por Cony Múzquiz, ambas presentadas en el Nazas en este glorioso año. No me acuerdo si lo dije en su momento…

De ahí en más, se agradece de rodillas a los actores Arturo Aranda, Alma Azpilcueta (¡ya tiene nombre artístico!), Kope (supongo que así le dicen de cariño) Becerra, Antonio Calderón, Cristina Badillo y Ernesto Rivera, lo mismo que a su directora no monotemática Elena Reyes, que hayan rehuido a la comedia bobalicona que vemos en programas como la Familia Peluche y los Héroes del Norte.

Ese tipo de comedia imbécil tiene su lugar de residencia en la televisión, y allí debe quedarse y jamás traerse al teatro.

En este sentido, se debe entender que la comedia se hace en serio. Es decir, se estudia, se ensaya, se pule, se expone, con la misma vehemencia con la que se trabaja la tragedia, la pieza, el teatro del absurdo, el del cuerpo.

Siguiendo esta línea de pensamiento, hay que esperar que los actores de Ella y él entiendan lo que acabo de mencionar, no porque yo lo indique sino porque así ha sido desde que el hombre es hombre y aprendió a hacer reír, y porque es así como se han constituido los más grandes comediantes y comediógrafos.

Pero aún más porque, en cuestiones de comedia, el teatro local tiene un reto: competir, en cierta manera, con las producciones comerciales que andan de gira por el interior de la república.

En nuestros territorios entraron obras como No seré feliz, pero tengo marido, Por qué los hombres aman a las cabronas, Como quieras… ¡Perro ámame!, Kada Loko con su Karma; y 23 centímetros.

En verdad, en verdad les digo que me vale madre si alguien no es feliz, tenga marido o no. Me importa un mísero cacahuate no saber por qué amamos a las cabronas. Yo no amaría a nadie que me dijera perro, a menos que me dejara hacérselo de a ídem. Por cierto, esa obra dice ser “la comedia musical de pareja más divertida”… ¿Comparada con cuál? ¡Cuántas pinches ganas de corregir ortografía al título de esa obra escrito con Kas, que además dice que es “una reflexión sobre la comedia y drama de nuestras vidas”! Mejor ir al psicólogo, a la iglesia, al lecho seco del río Nazas para meditar. De la última no quiero hablar porque ya estoy demasiado encabronado.

¿Qué les estaba diciendo? ¡Ah! Pues hay que competir con esta clase de comedia, quizá no para quitarle público. En esas obras hay un atractivo mediático: las actrices, bien buenas y los actores, bien mamados, gozan de una gran popularidad derivada de sus apariciones en la televisión.

Y nuestro querido público está muy acostumbrado a asistir a estas obras. No por nada siguen viniendo.

Queda competir en el campo de la calidad.

Como lo he dicho anteriormente, el actor local debe prepararse igual o mejor para la comedia, tanto como lo hace para los otros géneros en los que se desenvuelve, para que cada vez atraiga más respetable público a sus funciones.

Luego entonces, debe haber más presentaciones de Ella y él porque es un buen texto, y porque las actuaciones, en términos generales, son buenas.

Les invito a que vayan a Casa Aquelarre, pero no se estacionen en las cocheras de los vecinos, a menos que quieran ver sangre.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.