Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

La modernidad de Don Quijote de la Mancha

Tenía pensado escribir un texto mucho más amplio donde explicara, con base en el pensamiento de Mijaíl Bajtín, lo que considero es la modernidad. Lo comencé a redactar hace ya varios meses; sin embargo, por cuestiones de tiempo y por cierta pereza solamente escribiré un comentario en relación con la novela de Cervantes. Considero que al menos en la región lagunera las valoraciones que se han dado, principalmente por Saúl Rosales, son poco interesantes, incluso ínfimas. Se ha querido dar un análisis erudito a esta obra, lo cual considero rompe con su naturaleza. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es una obra que precisamente parodia esta postura. Que se le dé un tratamiento academicista (que no académico) me parece contradictorio.

Ya Jorge Luis Borges comentó en su momento que el principal defecto de El Quijote era su extensión. Ciertamente leerla ocupa una cantidad considerable de tiempo. Entonces, pienso que es de suma importancia hacer ver a los lectores por qué es necesario acercarse a esta obra, por qué tendrían que pasar incluso meses analizándola. Decir que es porque en ella encontrarán palabras domingueras o darles una recomendación basada en el preciosismo del lenguaje me parece fallido, porque de hecho no se encuentra ahí la valía de la novela de Cervantes. Habría que decir que Cervantes en su tiempo fue considerado un autor vulgar. Querer verlo como un escritor de la torre de marfil sería de nueva cuenta un error.

Ya también se ha hablado mucho respecto a que El Quijote parodia las novelas de caballerías, pero tampoco se ha explicado por qué esto tendría que ser importante. No se ha dicho por ejemplo que el valor que tiene este hecho es que la escritura de Cervantes, al menos en esta novela, lo que hace es destruir las estructuras de poder que existen en su época. Para entenderlo mejor, hay que recordar que la épica, la exaltación de héroes, la construcción de pasados míticos, ha servido a aquellos que detentan el poder en turno. El ejemplo más claro es la Eneida de Virgilio. Sin duda este poema épico es una de las glorias de la literatura, pero sirvió a Cesar Augusto para que éste se legitimara como emperador. Virgilio por medio del poder de la poesía se encargó de hacer creer a la gente de la antigua Roma que Julio Cesar (tío abuelo y ascendiente político de Cesar Augusto) no era un simple mortal, sino que era heredero de los dioses, descendiente de Venus, quien era madre de Eneas, héroe de Troya y fundador de la Nueva Troya, es decir Roma. La épica, las obras literarias donde se exalta a héroes míticos, por lo común apelan al nacionalismo e intentan establecer una sola versión o posibilidad de existencia (aquella del héroe), lo cual siempre ha ayudado a los gobiernos tiránicos a ideológicamente legitimarse. Siempre que se necesita la unidad nacional, camino que normalmente toman los dictadores para mantenerse en el poder, se intenta construir una épica (véase Trump, Maduro, Franco, Perón, Chávez, Castro, Mussolini, Hitler, Osama Bin Laden); se busca que la población intente recordar un supuesto pasado glorioso, en el cual la nación, el pueblo era libre y en el cual había héroes tales como Aquiles, Eneas, El Cid, Sigfrido, quienes destruían al extranjero, esto es al bárbaro y salvaban a la civilización, a la cultura de la cual emanaba este símbolo de identidad. Bueno, pues Cervantes lo que hace en El Quijote, y por eso es que funda el género de la novela, es destruir todos estos esquemas de pensamiento, desacraliza el pasado, a los héroes y a la realidad y, lo más importante, permite la existencia de dos versiones de realidad contradictorias en una mismo instante. Hace que convivan Don Quijote, como personaje, y Sancho Panza. Aristotelismo y Platonismo se unen en un movimiento dialéctico; es ahí donde se encuentra el ser de la novela, le da al lector una realidad contradictoria, más compleja, pero más verdadera. Esta es la valía de Don Quijote, no lo está en las palabras domingueras, ni en un supuesto lenguaje preciosista.

Decir que en El Quijote hay una lenguaje pulcro y estilizado es de nueva cuenta traicionarlo. El Quijote es el lenguaje de la calle, el lenguaje popular, el lenguaje soez de la España del Siglo de Oro. Es el lenguaje del pueblo. El castellano culto del siglo XVII se encuentra quizá en Pedro Calderón de la Barca, en Lope de Vega; por el contrario, el lenguaje real se encuentra en esta obra de Cervantes. No es la primera obra literaria que hace esto; sin embargo, es quizá la que de una vez por todas autoriza y demuestra que se puede escribir gran literatura sin necesariamente utilizar un lenguaje culto, un lenguaje de las élites.

Anteriormente la literatura se escribía en verso. Se ha dicho que esto ocurrió así debido a que no existía la imprenta y que de esta manera los textos podían recordarse de mejor manera. Algo hay de eso; no obstante, no podemos reducirlo sólo a ese hecho, porque entonces perderíamos de vista las posibilidades que Cervantes abre con su novela. La verdad es que el verso fue una manera que los escritores tuvieron para mantener una élite. Eso quizá todavía suceda en nuestros días. Sólo el que podía escribir en verso merecía ser considerado poeta, sólo el que escribía en verso había sido tocado por la musas, sólo el que escribía en verso tenía autorización para hablar frente a la audiencia. Ahora bien, para escribir en verso, casi necesariamente (y me refiero al verso latino, al verso del Siglo de Oro, el cual quería emular al latín de los poetas épicos romanos) se debía tener una formación clásica. ¿Quiénes eran los que accedían a esta tradición? Aquellos que tenían dinero, las élites sociales. Un hombre del pueblo casi que estaba condenado a jamás ser un poeta reconocido, uno que escribiera gran literatura. Primero porque la mayoría no aprendía a leer y escribir; segundo, porque si se lograba aprender a leer y escribir, no aprendía a versificar con las reglas latinas del verso. El Quijote destruye esta estructura de élite cultural, debido a que la obra cumbre de la lengua española está escrita en prosa, en un lenguaje llano y popular, dejando a la sombra todas las pretensiones estéticas de los latinistas.
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Decir que en El Quijote hay preciosismo de la palabra es no entenderlo. Ahí hay vulgaridad, anticlímax, antipoesía (un hombre como Nicanor Parra es su mejor heredero), pero no por eso no es una gran obra de arte. Es la apertura de la modernidad. La apertura del pensamiento crítico, que por desgracia en la posmodernidad se ha ido perdiendo. Don Quijote y Sancho dialogan, casi como lo harían Sócrates y sus discípulos (ese el origen de la novela; en otro texto, si me da tiempo, hablaré de ello), sólo que acá ninguno de los dos es el maestro y el discípulo. Ambos tienen la misma autoridad. Es ahí donde se encuentra lo moderno de esta obra. No hay una palabra autorizada, ni tampoco hay una palabra desautorizada. Es la postura crítica, la voz auténtica, la prosa sin adornos, tal cual como es.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.