Era un día muy hermoso, un viernes frío, un viernes de cerveza, un viernes de bobear en Facebook y de ser sorprendido con una noticia espectacular: Cony Múzquiz compartió un evento. Presentaría una obra de su propia inspiración, con el grupo de teatro de la IBERO, en la ciudad jardín, la tierra que Juan Gabriel escogió para probar la nieve Chepo. Me refiero, obviamente, a ciudad Lerdo, Dgo.
La cita sería el sábado 12 de noviembre del annus dei 2016, en el teatro Centauro. Si existe algún lector que haya seguido mis publicaciones, se habrá dado cuenta que jamás, hasta ahora, he comentado nada sobre este recinto cultural lerdinense.
Si Lerdópolis no ha aparecido en mis escritos, no ha sido por falta de interés. A veces las coincidencias no coinciden, mis deseos no hacen esquina con las posibilidades, a veces me ocupo en otros menesteres, o simplemente yo no había puesto atención.
“Haiga sido como haiga sido”, ahí me tienen el día señalado, a medio día, dispuesto a disfrutar la obra. Entonces, me doy cuenta de que estoy en un festival de teatro estudiantil del CIESLAG, que se presentarán no una, sino cuatro obras durante un lapso de dos horas… o más.
El primer grupo en salir al escenario fue el de la máxima casa de grillos, la U. A. de C. La obra se llamó Un regalo de navidad escrita por Rubén Carrillo, alumno de ese grupo, y dirigida por More “Barrette” (los que redactaron el programa se equivocaron con el apellido de More Barrett Zertuche, también directora del Teatro Nazas).
Es una comedia de equivocaciones. Un joven, en plena noche buena quiere “darle su noche buena” a su novia, no sólo con sexo, sino proponiéndole matrimonio. El problema es que al cuarto del motelucho llegan prostitutas, prostitutos, ladrones, camareras, policías y amigos, que complican la intención del joven. Las equivocaciones se resuelven de la manera más sencilla y rápidamente, provocando risa.
Luego siguió el grupo de teatro del Tecnológico de Monterrey Campus Laguna. ¿Es mi imaginación o es que de plano el Tec ya no había producido nada? Sea lo que sea, presentaron fragmentos de Raptóla, violóla y matóla de Alejandro Licona. El conjunto de la reducción fue titulado como Una serie de eventos desafortunados, y fue dirigido por Felipe Rodríguez Quintero.
Aparecieron los casos de la Tamalera diabólica, Con saña inaudita y El estrangulador de la Nativitas. Licona hace un recuento de crímenes sobresalientes cometidos en la ciudad de México, con la misma estructura de Abuelita de Batman. Con Licona nunca nadie se equivoca para hacer un buen montaje, y los muchachos del Tec supieron expresar ése sentido del humor que ha hecho de Licona uno de los mejores comediógrafos del país.
Y llegó el momento esperado, la obra que me trajo al espacio cultural lerdopolitano: Un juego peligroso. Aquí Cony Múzquiz cuenta, melodramáticamente, el trayecto trágico de un joven que anduvo jugando a la ouija sin medir las consecuencias. Esta trama tiene resonancias noventeras. Ahora, no creo que haya nadie que tenga tentación de jugarla porque ha cambiado nuestra concepción del miedo. Lo más interesante de la obra es que no hay palabras. Todo transcurre como en película muda, linealmente, con la clásica fluidez con la que Cony Múzquiz hace sus montajes.
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Pero, ya que soy católico y mi vocación es el sufrimiento, me quedé para martirizarme. Mártir viene del griego y significa testimonio. Testifico que vi Aladín, dirigida por Eduardo Nolasco, con el grupo de teatro de LASALLE; y por si no fuera suficiente, también vi Chicago. El musical, dirigido por Martín Álvarez, con el Tecnológico de Lerdo.
La primera tuvo como principal logro, la simpatía de los personajes, un buen vestuario, música en vivo. Punto. La segunda, tuvo a bien en no complicarse la existencia haciendo cantar a sus actores, y fue más dinámica en su coreografía. De hecho, casi estoy a punto de confesar que me gustó. Pero no lo haré.
¡Por supuesto que en todas y cada una de las obras hubo grandes defectos! ¡No estoy ciego como para no haberme dado cuenta!
La sofocada voz, el nerviosismo que los dejó tiesos en el escenario, caída del ritmo, falta de memorización, fallas en el sonido, sin faltar el clásico pendejo queriéndose hacer el chistoso gritando desde su butaca, y el montón de familiares que aplauden locamente cuando aparece su muchachillo o muchachilla.
¡Por supuesto que no estoy ciego! ¡Por supuesto que estoy consciente de que el teatro estudiantil que hacemos en la región es de iniciación! ¡Y quiero hacer un recuento de sus virtudes!
Estos jóvenes que integran los grupos de teatro anteriormente mencionados, pretenden ser profesionales de la comunicación, de la ingeniería, del derecho, de la psicología, etc. Ya sea por interés propio, por mera afición o porque así lograrán obtener puntos extras, se arriesgan a actuar.
Las instituciones educativas ofrecen el teatro como un complemento a una la formación humanística, dicen que hasta favorece el cultivo de valores. O sea que el perfil de sus egresados se verá enriquecido. Quién sabe si financien esta área conforme a lo pretendido.
A parte de eso, la mayor virtud del teatro estudiantil de iniciación, es la energía con la que se trabaja. La energía de la juventud, de la entrega sin remilgos “creativos”, sino remilgos estudiantiles por los exámenes, por los plazos para entrega de trabajos, por la angustia de saber si pasarán el semestre… Energía de trabajo que se traduce en alegría… ¡Juventud, divino tesoro!…
Tales características son suficientes para justificar su realización. Además, hay que darnos cuenta que de estos grupos no estamos esperando actores, sino profesionales de sus áreas. Por lo tanto, si es que sólo les interesó por cotorreo, si pasarán de noche por el arte teatral, al menos deben hacer el esfuerzo por divertirse y que nos diviertan a su vez.