Albert Camus abre El hombre rebelde con el siguiente párrafo:
Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. El Código Penal los distingue, asaz cómodamente, por la premeditación. Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales ya no son aquellos jovenzuelos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces.
El libro fue publicado en 1951. En su momento fue denostado por la derecha pero especialmente por la izquierda. La amistad que supuestamente existía entre Jean Paul Sartre y Albert Camus se vino abajo. Sartre, en su revista Les temps modernes, escribió una reseña satírica, la cual no firmó. Le parecieron escandalosas las posturas de Camus. Eran totalmente heterodoxas para los principios de la izquierda de su tiempo. Camus intentó escribir una carta abierta donde defendía sus puntos, pero desistió debido a que creyó que responder a burlas personales no tenía ningún valor para el debate. Por ello dio la impresión de que Sartre había ganado la polémica, y muchos hasta la fecha continúan con la misma idea. Nueve años después, Camus murió en un extraño accidente automovilístico, justo cuando en palabras del mismo autor apenas comenzaba su obra importante. Nunca se han explicado de un modo determinante las causas del accidente. Venía a gran velocidad y en una calle desierta se estrella contra un árbol. Camus murió al instante. Muchos han comentado que esa es la ironía de su vida. El autor de novelas del absurdo como El extranjero muere bajo un estigma similar. No obstante, en lo personal considero que esa es una salida fácil. Desde que Camus escribió El hombre rebelde la izquierda se enemistó con él. Existen versiones en las que se argumenta que en realidad el autor francés de origen argelino fue asesinado por la KGB. El hecho no me sorprendería.
Independientemente de la veracidad de este último comentario, una cosa sí es evidente, es el hecho de que la figura de Camus se hizo muy incómoda para las contradicciones de la izquierda. En el maniqueísmo de los partidos, de los grupos y los fanáticos, que más bien buscan posicionarse en la opinión pública y no así alcanzar un conocimiento verdadero sobre las cosas, se ha querido ver en el Camus posterior a El hombre rebelde a un hombre de derecha. Desde luego que esta es una simplificación de la realidad. Camus fue un crítico de la modernidad, un crítico del comunismo radical, tanto como lo fue del capitalismo radical. Todavía más, fue un crítico de la misma filosofía, ya que en sus propias palabras la filosofía puede servir para justificar cualquier cosa, incluyendo los crímenes de lesa humanidad.
La filosofía, las artes no son panaceas, en especial cuando se convierten en dogmas, en posturas de grupo. Bajo este orden de ideas, la izquierda tiene una fuerte tendencia a generar grupos cerrados, facciones. Que no se me mal interprete, no niego la importancia de la teoría política económica de Karl Marx, sino el sectarismo y en especial el radicalismo, mismo que genera una especie de dogma de fe (muy a la manera de las religiones cristianas), del cual escritores como José Revueltas en México y Albert Camus en Europa sufrieron ser estigmatizados de herejes. Sin duda el hereje es el verdadero filósofo, el pensante. El hereje no puede justificar nada, su estar fuera de consenso se lo impide, pero al mismo tiempo es quien a raíz de eso mismo posee la libertad de hablar sin temor a la censura.
En nuestros días, existe una fuerte confusión por lo políticamente correcto. ¿Qué es lo que significa este concepto? La definición es casi irreductible, ya que dependiendo de la tribu a la que se pertenezca se tendrán diferentes códigos, diferentes dogmas que no pueden contradecirse; diferentes políticas que se toman como verdades últimas. En otras palabras, la censura cambia a razón del dogma. Sin embargo, independientemente del dogma del que se parta es el mismo problema. El hombre rebelde, entre otras cuestiones, es una crítica al dogmatismo que a mediados del siglo veinte la izquierda sufría. El olvido de la obra de Camus o su reducción a lo mero literario ha ocasionado que la izquierda hoy en día esté entrando en las mismas contradicciones de hace cincuenta años. Cada vez es más común encontrar en su discurso la censura, el reproche maniqueo, que las más de las veces simplifica la realidad sin ser capaz de dilucidar el origen de los problemas. Se supone que, de las dos alas, la más abierta, la más pensante era precisamente la del comunismo, la más consciente de la historia, pero quizá por una seudo-intelectualidad ocasionada por la aparición de las redes sociales, lo que está sucediendo es precisamente lo contrario. La izquierda está cada vez más cerrada y sobre todo, sus posturas son todavía más maniqueas que las del siglo pasado. La versión de lo bueno contra lo malo, no los diferencia mucho de lo que se enseñaba en las clases sabatinas de catecismo en la parroquia de mi barrio. Es contradictorio que hoy el intelectual de izquierda pierda su tiempo en discusiones por saber quién es el más santo. Si algo dieron los grandes novelistas de izquierda del siglo XIX y XX fue la consciencia de que todos los hombres estamos al borde del crimen.
Párrafos más adelante, dentro de la Introducción que Camus redactara, para El hombre rebelde, está escrito:
El objetivo de este ensayo consiste, una vez más, en aceptar la realidad del momento, que es el crimen lógico, y en examinar precisamente sus justificaciones: se trata de un esfuerzo para entender mi tiempo. Quizá se considere que una época que, en cincuenta años, desarraiga, somete o mata a setenta millones de seres humanos, debe sólo, y en primer lugar, ser juzgada. Y además es preciso que sea entendida su culpabilidad. En los tiempos candorosos en que el tirano arrasaba ciudades para mayor gloria suya, en que el esclavo encadenado al carro del vencedor desfilaba por las ciudades en fiesta, en que el enemigo era arrojado a las fieras frente al pueblo reunido, ante crímenes tan cándidos, la conciencia podía ser firme, y el juicio claro. Pero los campos de esclavos bajo el estandarte de la libertad, las matanzas justificadas por el amor al hombre o la inclinación a lo superhumano, dejan sin amparo, en cierto sentido, al juicio. El día en que el crimen se acicala con los restos de la inocencia, de resultas de una curiosa inversión que es propia de nuestro tiempo, es la inocencia la que se ve forzada a procurar sus justificaciones. La ambición del presente ensayo se cifra en aceptar y analizar este extraño reto.
Camus hace un recorrido histórico de las revoluciones, para terminar con quizá la más importante del siglo XX, que es la Revolución Rusa de 1917. En la cita arriba dice “Quizá se considere que una época que, en cincuenta años, desarraiga, somete o mata a setenta millones de seres humanos, debe sólo, y en primer lugar, ser juzgada. Y además es preciso que sea entendida su culpabilidad.” Esa época es la del nazismo y los campos de concentración, pero también es la de la Revolución de Octubre. Esa revolución que para muchos todavía sigue siendo gloriosa es precisamente la anomalía de la izquierda. Se puede entender (desde la izquierda) que el nazismo haya generado tantas muertes, pero no se puede entender (desde la izquierda) que el comunismo del mismo modo haya generado tantas muertes. En este sentido Revueltas preguntará desde Lecumberri, “¿es nuestro siglo el siglo de la Revolución de Octubre o el de las purgas de Stalin?» Camus, desde la distancia, sin saber el cuestionamiento de Revueltas, dirá que la respuesta es obvia, los cadáveres pesan mucho más que las ideas. Y es ahí donde comienza su postura hereje, con la que incluso fue etiquetado por los filósofos.
La explicación de por qué el fascismo genera tanta destrucción es hasta cierto punto evidente. En nuestros días basta con analizar a figuras como Donald Trump. La ingenuidad de la derecha es obvia, no así la de la izquierda. Sin duda la izquierda tiene un sistema filosófico más complejo y queda claro que muchas de sus corrientes han ayudado a explicar los procesos económicos de la modernidad, pero lo que no le ha permitido evolucionar y trascender anomalías, si se quiere contradicciones, como lo son las purgas de Stalin, o la expulsión de autores tan lúcidos como José Revueltas y Jorge Semprún de sus filas, es otro tipo de ingenuidad más recia a ser aceptada: Camus lo llamaría nihilismo. El nihilismo es precisamente lo que propicia considerar que todo hombre blanco es un represor y que todo hombre negro es un oprimido. El nihilismo es lo que propicia considerar la completa destrucción de los hombres en aras de un supuesto progreso. Que no se me malentienda, no soy ciego como para no ver las injusticias, pero tampoco estoy deslumbrado como para no advertir que la liberación de la sociedad no se dará poniendo bombas en los supermercados, considerados como símbolos del capitalismo.
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El nihilismo es otro concepto difícil de definir. Pero si el nihilismo no es ingenuo, al menos éste surge de una ingenuidad. Dostoievski tuvo un ojo muy agudo en el análisis de este fenómeno. En sus novelas se explica cómo es que el nihilismo surge en la época moderna. Se ha creído que el nihilismo aparece cuando los hombres no creen en nada, pero Dostoievski nos hace ver que el nihilismo más peligroso es el que surge cuando los hombres están absolutamente convencidos de que poseen la verdad. El hombre más peligroso es aquel que está convencido, aquel que cree totalmente en algo. Camus dirá en su análisis que ese hombre es mucho más peligroso porque es capaz de cometer los crímenes más terribles bajo la lógica y el raciocinio, bajo la premeditación, bajo la filosofía. La filosofía del siglo XX fue una que en gran medida se encargó de justificar lógica y racionalmente las matanzas, todo bajo el real convencimiento de que se había llegado a la solución última. Toda la filosofía alemana desembocó en Auschwitz, toda la filosofía comunista desembocó en los trabajos forzados de Siberia.
Bajo este orden de ideas se entiende que el capitalismo haya salido triunfante. El capitalismo es una corriente pragmatista, no pensante. De ahí también que los Estados Unidos sea el país más desarrollado en este esquema. Para ser un buen capitalista lo mejor es no pensar. La jaqueca de la filosofía moderna, misma que desembocó en el exterminio, generó una desconfianza en las posturas reflexivas. Esto se justifica; sin embargo, el pragmatismo no pensante es la tercera cara de la moneda. El capitalismo actual quizá no tenga campos de concentración, pero sí tiene maquilas, que es casi lo mismo. No busca la igualdad entre los hombres, como sí lo quisieron el nazismo y el comunismo desde sus posturas. Pero el problema no se soluciona, más bien se evade. Siguimos como al principio. ¿Entonces cuál fue el problema?
Camus señala que fue la ingenuidad previa al nihilismo. En este sentido será mejor corregir, porque Camus no fue quien llegó en primera instancia a esta conclusión. Quien primeramente tuvo esta lucidez (y no me sorprende que así sea) fue un personaje ficticio. El primer hombre, al menos públicamente, que entendió esto fue Iván Karamázov. Para explicarlo con mejor detalle hace falta recordar algunas cuestiones.
Iván Karamázov es el segundo hijo de Fiodor Pavlovich Karamázov. Quienes recuerdan la novela Los hermanos Karamázov, saben que el conflicto principal es el parricidio. El dilema principal es el siguiente: si Dios no existe todo es válido. Matar al padre, que tanto subyuga a los hermanos Dmitri, Iván y Aliocha, se convierte en una posibilidad. Dmitri es el bebedor empedernido, su nihilismo es pasional. Hay que vivir la vida ahora, el mañana no existe, bebamos hasta perdernos. El nihilismo de Iván es distinto, su nihilismo es racional, lógico, es la consecuencia de la filosofía moderna. Iván Karamázov, si bien no se declara comunista, al menos simpatiza fuertemente con esta corriente. Iván Karamázov tiene un proyecto: la utopía o la nada.
En uno de los capítulo de la novela Iván y Aliocha se ven en una cantina (Aliocha es el religioso, el católico, su nihilismo está en en el incumplimiento de un milagro: la no corrupción del cuerpo del monje Zósima), y ahí sostienen una conversación. Iván expone sus puntos y argumenta (cuestión que señala Camus): un mundo en el cual una niña o un niño sufren abusos terribles no merece existir. En una parte de la discusión Iván dice:
Sin embargo, Aliocha, puedo ofrecerte otros mejores, también relacionados con los niños rusos. He aquí uno de ellos. Se refiere a una niñita de cinco años a la que sus padres detestan, sus padres, que son “honorables funcionarios instruidos y bien educados”. Hay muchas personas mayores que se complacen en torturar a los niños, pero sólo a los niños. Con los adultos, tales individuos se muestran cariñosos y amables, como europeos cultos y humanitarios, pero experimentan un placer especial en hacer sufrir a los niños: es su modo de amarlos. La confianza angelical de estas indefensas criaturas seduce a las personas crueles. Estas personas no saben adónde ir ni a quién dirigirse, y ello excita sus malos instintos. Todos los hombres llevan un demonio en su interior, hijo de un carácter colérico, del sadismo, de un desencadenamiento de pasiones innobles, de enfermedades contraídas en un régimen de libertinaje, de la gota, del mal funcionamiento del hígado… Pues bien, aquellos cultos padres desahogaban de varios modos su crueldad sobre la pobre criatura. La azotaban, la golpeaban sin motivo. Su cuerpo estaba lleno de cardenales. Y aún extremaron más su crueldad: en las noches glaciales de invierno, encerraban a la niña en el retrete, con el pretexto de que no pedía a tiempo que se la sacara de la cama para llevarla allí, sin hacerse cargo de que una niña de esta edad que está profundamente dormida, nunca puede pedir estas cosas a tiempo. Le embadurnaban la cara con sus excrementos y su misma madre la obligaba a que se los comiera. Y esta madre dormía tranquilamente, sin conmoverse ante los gritos de la pobre niña encerrada en un lugar tan repugnante. ¿Te imaginas a esa infeliz criatura, a merced del frio y la oscuridad, sin saber lo que le ocurre, golpeándose con los puños el pecho anhelante, derramando inocentes lágrimas y pidiendo a Dios que la socorra? ¿Comprendes este absurdo? ¿Puede tener todo esto algún fin? Contéstame, hermano; respóndeme, piadoso novicio. Se dice que todo esto es indispensable para que en la mente del hombre se establezca la distinción entre el bien y el mal. ¿Pero para qué queremos esta distinción diabólica pagada a tan alto precio? Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños. No hablo de los dolores morales de los adultos, porque los adultos han saboreado el fruto prohibido. ¡Que el diablo se los lleve! ¡Pero los niños…! Veo en tu cara que te estoy hiriendo, Aliocha. ¿Quieres que me calle?
He decidido incluir esta larga cita, para hacer notar el argumento de Iván Karamázov. Más adelante agrega que él no está dispuesto a perdonar a los verdugos cuando llegue el día del Juicio Final (recordemos que es una novela publicada en 1880). Comenta que incluso cuando se dé la útopía del cristianismo (si es que se da) ¿cómo es que el verdugo que torturó al niño podría vivir junto al mismo niño y la madre de éste como si nada? Iván afirma que él no está dispuesto a perdonar, le parece una aberración hacerlo. A pesar del perdón y de la supuesta redención en la utopía cómo puede ser justo que las lágrimas del sufrimiento de esos infantes torturados queden en el olvido, como si nada hubiera pasado. Es ahí donde comienza el nihilismo de Iván Karamázov. Si Iván no está dispuesto a perdonar, es porque prefiere la nada. Nótese el argumento: un mundo donde hay sufrimiento no merece existir. Si Iván quiere evitar el sufrimiento de esos infantes, entonces tendría que asesinarlos, debido a que no es capaz de evitar el sufrimiento en la totalidad. Desde luego, Iván no necesitaría de mi comentario para darse cuenta, él mismo lo sabe y es así como nosotros lo advertimos. Es el primero en darse cuenta.
La novela transcurre y se sabe que Smerdiakov (el hijo bastardo) es quien verdaderamente asesina a Fiodor Pavlovich (el padre de los Karamázov); no obstante, lo hace movido por las conversaciones que tuvo con Iván. Iván sufre un colapso porque advierte que el camino que ha tomado irremediablemente lo lleva a la destrucción. Iván representa al hombre que busca la utopía, como no puede lograrla, como no le es posible acabar con el sufrimiento de los hombres, concluye que lo mejor sería matarlos, destruirlos, quedarnos con la nada. Simbólicamente es él quien, por medio de su medio hermano Smerdiakov, ha cometido el asesinato.
Desde luego la novela Los hermanos Karamázov no se reduce únicamente a este punto; sin embargo, como lo señala Camus en El hombre rebelde, es en esta novela donde se toma la conciencia de ese nihilismo racional, lógico, en el cual la filosofía, el pensamiento pueden hacer poco, más bien pareciera que la lógica no lleva a otro camino que a la muerte, al menos la lógica, el pensamiento moderno, que es aquel que casi sistemáticamente niega la metafísica.
Recordemos que Dostoievski fue comunista. Fue condenado a muerte por pertenecer a una célula que conspiraba para derrocar al Zar. Afortunadamente, la condena se le conmuta y es enviado diez años a Siberia, para realizar trabajos forzados. Podemos decir entonces que hasta cierto punto Dostoievski conoce el comunismo, se ha entregado a él y por eso es capaz de criticarlo. No como un hombre de derecha que quiera imponer otra ideología, sino como un hombre que busca la verdad de las cosas, aunque ésta sea contradictoria.
Es en este punto donde Camus basa, o mejor dicho, es partir de este hecho que pareciera que Camus queda perplejo. Pareciera entonces que la condición humana se encuentra en un callejón sin salida. Porque entonces todo intento de rebelión implica hasta cierto punto nihilismo. ¿Hasta qué punto es válido matar por una utopía? Camus llega a la conclusión de que ninguna causa justifica el asesinato, aunque hay ciertas causas por las que vale la pena morir. Y es aquí donde Camus parece haber encontrado el vicio del pensamiento comunista, el cual de entrada es un error cometido por filósofo alemán Guillermo Federico Hegel.
El error que Camus advierte, mismo que esteriliza toda la causa comunista, es la divinización de la Historia.
El problema del nihilismo racional se encuentra en un error de fondo de la filosofía de Hegel. Recordemos que el método filosófico de Marx fue tomado del alemán. Hegel a grandes rasgos le dio un sentido lineal a la Historia. Todas las cosas pasaban por algo, porque la Historia, la Realidad debía ser racional. Hegel basa su pensamiento en la causalidad. La dialéctica hegeliana asegura que entre dos partes en conflicto se dará una síntesis. Sin embargo, parece pasar por alto que entre la tesis y la antítesis, no necesariamente las dos partes se funden, sino más bien una destruye a la otra, para poder generar la síntesis. Hegel construye la teleología de que todas las cosas han pasado para que Alemania (Europa) sea el pináculo de la cultura universal. De ahí se concluye que era necesario esclavizar a los hombres originarios de América y África. Alguien tenía que ceder; sin embargo, repito, en la teleología, era un precio que se tenía que pagar. La dialéctica le dio el método y la divinización de la Historia, en la cual al final de los tiempos se habría de llegar a la utopía, es la que justifica todo el sufrimiento presente. Que los esclavos sigan sufriendo, es el precio que hay que pagar para que al final de los tiempos se llegue a la perfección de la sociedad. Esa precisamente es la excusa del Imperialismo. Contradictoriamente también es la excusa de la izquierda radical. El sacrificio de individuos que no estén alineados con el plan es el precio que se tiene que pagar para que se dé la sociedad perfecta. ¿Cuántas veces un hombre de izquierda ha despreciado al trabajador común? ¿Cuántas veces ha tenido el impulso de suprimirlo? He ahí el nihilismo.
Por otra parte, nótese el paralelo con el pensamiento cristiano, el cual a veces justifica las injusticias presentes en aras de un futuro mejor. Ese es el nihilismo de la Inquisición. El pecador debe sufrir ahora para que en la utopía sea perdonado. Todo aquel que no sea creyente merece ser destruido. No es de extrañarse, ya que, según Camus, Hegel lo que hace es secularizar al cristianismo. La izquierda radical cae en el mismo error, debido a que Marx, en todo caso el que el Partido Comunista Ruso dejó ver, toma casi al pie de la letra el método hegeliano. La Historia es lineal, y tiene un objetivo último, porque es racional, ese objetivo es la supremacía del proletariado. Todos los que no forman parte del proletariado son el enemigo.
El hecho de que la Historia se tome como un ente racional ocasiona que se le de una ontología, se le considera un ser más dentro del mundo. Hegel concibe a la Historia como una especie de consciencia, esta no puede ser otra que Dios. Marx obvia esta cuestión, pero mantiene la misma divinización, debe haber un final último, la Historia no puede ser aleatoria. Pareciera que es un error ontológico, debido a que la Historia no tiene ser en sí misma, esta es una construcción humana, interpretada dentro de un mundo.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona esto con el nihilismo racional? Cuando la Historia se superpone al individuo, este se reduce a un objeto, hombre y piedra quedan al mismo nivel ontológico. Una postura ideológica que reduce el ser a la Historia, corre el riesgo de no poder observar al mismo ser. Si el ser se reduce a la Historia, si la conciencia universal es la Historia, corremos el riesgo de olvidarnos del libre albedrío, lo que nos lleva a la negación de la libertad individual. La Historia no puede divinizarse, no se le puede dar un carácter ontológico, debido a que ésta no existe en sí misma. Para que la Historia exista el hombre tiene que construirla. Basar la comprensión de la realidad totalmente en ella, es un reduccionismo grave. Este tipo de razonamiento nos lleva a concluir que todo el ser de un individuo está reducido a su origen histórico. Esto es un determinismo. Un hombre es borracho, porque su padre fue borracho. Un mexicano es agachado porque los aztecas fueron conquistados. Las más de las veces, lo único que hace el determinismo es reforzar estereotipos, que por otro lado, con justa razón, tanto se critican. El problema es que el pensamiento ingenuo de cierta izquierda por otra vertiente los refuerza.
La divinización de la Historia, asimismo, deja las acciones de los hombres sin significado. El cristianismo fue la primera corriente de pensamiento que tuvo esta problemática. Para esta religión la Historia tiene como fin último El Día del Juicio. Ese día todas las injusticias serán erradicadas, serán perdonadas y castigadas. Sabemos que eso ha servido para neutralizar el valor de las acciones presentes. Los ricos nos han robado, pero un día serán castigados; de ahí que no haya necesidad de hacer nada ahora. El comunismo criticó esta postura del cristianismo; sin embargo, considero que el dogmatismo no ha permitido hacer una crítica (quizá Enrique Dussel haya empezado a hacer una revisión, pero en lo personal, a pesar de que considero muy valiosas sus aportaciones, considero que aún no se ha trascendido el callejón sin salida) respecto al error original de la filosofía de Hegel, que es, vuelvo a repetir, considerar a la Historia como una consciencia ontológica. El comunismo planteó que las injusticias actuales se erradicaría cuando llegara la Dictadura del Proletariado, esto es secularmente otro juicio final. El problema no sería la Dictadura del Proletariado, sino reducir el presente a un tiempo futuro utópico. Todos los sufrimientos actuales, todos los asesinatos, serán perdonados un día, ese día que será el final de la Historia. Este pensamiento, si lo consideramos bien, es una excelente justificación del nihilismo, y más aún, según Albert Camus, del terrorismo.
No se me mal interprete no niego la validez de las causas de izquierda, negarlas sería un grave problema ontológico de mi parte, ya que de no ser por ese tipo de políticas, muy probablemente yo no estaría en las condiciones como para escribir este texto. Sin embargo, he advertido, y no creo ser el único, que uno de los problemas de los movimientos sociales actuales es que una vez consolidados inmediatamente se convierten en pequeños esquemas totalitarios, donde se debe tener una postura maniquea de la realidad. Lo que intento decir es que ese maniqueísmo se da cuando a la Historia se le da un estatus ontológico; es decir cuando se le convierte en un ser por sí misma, sin ver que su ontología emana de cada uno de los individuos que pisaron la Tierra. Esa superontología (entiéndase como ser supremo, del que emanan todos los demás seres) de la Historia propicia que el individuo pierda su misma ontología. En ese supuesto un individuo pierde su identidad y se convierte en un ente producto de la injustica de la misma Historia, y de ahí que se le vea como un medio y no como fin. Los blancos, sin importar su individualidad, merecen ser erradicados para llegar a la utopía; los negros, sin importar su individualidad, merecen ser exaltados para llegar a la utopía. El problema sucede cuando en su individualidad se presenta un hombre blanco más virtuoso que un hombre negro. Que no me podrán negar es posible que suceda, como también puede ocurrir a la inversa. La divinización de la Historia, emanada de Hegel y reproducida por Marx no tiene herramientas para lidiar con este problema de la realidad. Solamente puede hacerlo mediante la Dictadura y el Totalitarismo, imponiendo según el dictador buenos y malos, culpables y víctimas abstractas en masa.
Esta contradicción desde luego que hace tiempo fue advertida. No estoy inventando el hilo negro. Más bien hago una reflexión, quizá un resumen, de las ideas expuestas por Albert Camus en El hombre rebelde. Otro autor quien lo advirtió fue el mismo José Revueltas. Él vio y expuso cómo este esquema de pensamiento deriva en que el hombre se olvide de sus virtudes individuales. Si la Historia es absolutamente determinante, por lo tanto mis vicios individuales no se originan por errores míos, sino porque nací de este modo. Más aún, todo el mal que yo pueda hacer en aras de las igualdades entre los hombres está justificado porque un día todo será solucionado y perdonado, esa es una excelente excusa para los dictadores. Esa es la situación del personaje Fidel de la excelente novela de Revueltas titulada Los días terrenales: puedo dejar morir a mi hija, abandonar emocionalmente a mi esposa; las virtudes personales son falsas, porque son el producto de una Historia injusta y, por ende, no tienen conexión obvia y directa con ese último día donde las cosas serán solucionadas. Revueltas fue capaz de ver el error ontológico. Es un error ontológico negar el ser del ahora por el no-ser del futuro; es un conflicto que desarrolló de mejor manera en Los errores. Según sus mismas palabras, esa siguiente novela fue un intento por exponer los errores del pensamiento comunista, no para erradicarlo, sino para perfeccionarlo. Es una lástima que el dogmatismo jamás haya sido muy diferente a esas señoras católicas de golpes de pecho, mismas que desprecian al prójimo y pasan toda la tarde rezando. He ahí el nihilismo cristiano.
Albert Camus no niega la existencia de la Historia, pero sí niega su divinización. La Historia contextualiza las acciones de los hombres, pero no las determina. Ciertamente un mexicano sufre muchos más obstáculos que un canadiense, pero justificar el vicio en la mexicanidad por un historicismo es un equivalente del Destino Manifiesto norteamericano, que justifica el Imperialismo. Ambas son falacias ontológicas. Camus advierte, la Historia contextualiza nuestras acciones, pero la ontología le pertenece al individuo, de esa manera podemos ver los vicios y las virtudes individuales, para Camus ese es el camino de una verdadera justicia social, ya que detiene los abusos en nombre de la libertad y por lo tanto los totalitarismos.
Continuará…