En la casa de ustedes, que es la mía, tengo una biblioteca como la de Babel. Ya saben, libros sobre libros que forman columnas que parecen sostener el cielo.
Entre mis posesiones más valiosas se encuentran la Biblia de Gutemberg, la edición manuscrita del Quijote y la primera versión de Cien años de soledad, cuando apenas iba en la primera década. Esa versión se llamaba Década de soledad. Más tarde se llamaría Bodas de plata de soledad, y así hasta completar la centuria.
El poseer estos tesoros de la literatura universal me ha vuelto blanco de secuestro. Por mí pueden venir por ellos y llevárselos. No me importan. Yo soy como el hermano Francisco, si es que el santo de Asís hubiera sido bibliómano. Es decir, deseo pocos libros y los libros que deseo, los deseo poco. Seguir leyendo