El sábado 3 de junio hubo una plática impartida por el maestro Luis de Tavira en el teatro Alfonso Garibay. Por la noche se realizó la segunda presentación de El corazón de la materia en la ciudad de Torreón. Estas son algunas reflexiones al respecto.
Luis de Tavira, como se sabe, tiene una amplia trayectoria en el ambiente del teatro mexicano. Quizá en estos momentos se le considere el maestro de maestros más importante. Sin duda su presencia es considerablemente central. A lo que voy es que Luis de Tavira, por una razón u otra, es uno de los focos del teatro contemporáneo en nuestro país. Algunos dirán que esto sucede así por el simple hecho de que por mucho tiempo fue el director de la Compañía Nacional de Teatro. Desde luego, ese es un factor a tomar en cuenta, pero no se puede negar que como teórico (ha publicado algunos libros y dado conferencias y talleres al respecto) de nueva cuenta ha adquirido relevancia. Fue fundador de las escuelas de teatro más prestigiosas en la UNAM y en Casa del Teatro. Asimismo, casi siempre se le toma como referencia. Por ejemplo, hace unos meses tuvimos la visita de los directores Patricio Villareal y Rubén Ortiz. Se sabe que sus propuestas son una contracorriente del drama tradicional; en más de una ocasión en sus conversaciones se mencionó a Luis de Tavira.
No estoy haciendo este comentario para disolverme en elogios, sino lo hago para plantear la cuestión. Luis de Tavira sin duda ha formado a muchos actores y directores que a la larga han demostrado ser buenos. Cuando he tenido la oportunidad de escuchar a alguno de sus alumnos me doy cuenta que dentro de la gente de teatro son los mejores preparados; en todo caso, es con quienes he tenido mayores posibilidades de tener diálogos respecto a estética, poética, literatura, etcétera. Yo no soy actor ni director. Es más, ni siquiera soy gente de teatro, pero me interesa el teatro como público, como espectador, y he notado esta circunstancia.
La teoría
El sábado, la conversación que se tuvo con el maestro fue productiva. Ya lo había escuchado en unas conferencias que se realizaron en la UNAM (para los interesados aquí). Me doy cuenta que adonde quiera que vaya más o menos maneja el mismo discurso. Eso es normal, extraño sería que en cada lugar dijera algo completamente diferente. La conversación se alargó por dos horas y, como él mismo lo aclaró al inicio, no tenía un tema delimitado. Por tal motivo se me dificulta resumir las muchas ideas que se expusieron, en este pequeño texto. Sin embargo, si pudiera rescatar ciertos puntos principales serían los siguientes:
a) El teatro es un hecho aquí y ahora. Es una reunión que religa. Sin esto el teatro no es teatro.
b) La consciencia del aquí y ahora del actor y el espectador es definitoria para encontrar lo que se tiene en común. Si en una reunión no se encuentra lo que se tiene en común, ésta falla. La reunión es el arquetipo del hecho teatral.
c) El creador, según Calderón de la Barca, es creador porque quiere, porque puede y porque sabe. El teatro es un acto hecho en libertad, y se realiza bajo los supuestos anteriores.
d) El espectador y el actor es la esencia del teatro. En este sentido (así lo afirmó él mismo), la generación de Luis de Tavira se preocupó casi sólo por la profesionalización del actor, pero se olvidó por la creación del espectador. La tarea que urge en la actualidad es la conformación del espectador. Público y espectador no es lo mismo. El público es la masa indefinida; el espectador, el individuo que dialoga.
e) Hay que pensar antes de actuar. El teatro es un acto deliberado con alevosía y ventaja.
f) El teatro se puede observar desde tres niveles: como lenguaje, como técnica y como arte. Todo teatro es lenguaje. Algún teatro tiene técnica. No todo teatro es arte.
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Desde luego hubo más ideas y cuestionamientos que me son imposibles incluso de recordar todos. Ahora bien, la plática estuvo llena de energía y verdaderamente considero que la mayoría de los asistentes salió satisfecha. Es evidente que Luis de Taviera es un gran maestro. Al escucharlo hablar de teatro uno puede ir relacionando las ideas que menciona con otras artes, como la literatura, e incluso con la filosofía. En ese sentido podría decir que su plática fue un hecho teatral y adelanto que hubo más poesía que en la obra que se presentó más tarde.
El evento terminó a las tres y los asistentes se quedaron platicando como es común que suceda en estas reuniones. Algunos ya habían presenciado la obra la noche anterior, el viernes 2 de junio. En lo personal pregunté opiniones acerca de la puesta. La primera reacción siempre fue la sonrisa irónica. Escuché comentarios como “está muy densa”, “es de Tavira”, “pues no me gustaron las actuaciones”. Debo aclarar que no había asistido a ninguna puesta de este director. Sólo lo había oído en estas charlas. Uno podría pensar que entre la teoría y la praxis hay cierta correlación, cierta congruencia.
La praxis
La obra de teatro en general es mala. El texto es incoherente y deja muchos cabos sueltos. Los diálogos no son dramáticos son didácticos. Los personajes no hablan entre ellos sino para que el público constate una idea. Hablan para que los escuche un tercero no para actuar en el drama. Hay tres anécdotas que nunca encuentran correlación poética ni dramática. La primera sucede en las inmediaciones de Chernóbil, una mujer nos cuenta la historia de la muerte de su marido y su hija, una periodista que luego se dirige al público en tono aleccionador es quien la escucha. La segunda anécdota es la vida del jesuita y científico Teilhard De Chardin, es una historia de éxito, de cómo este padre logra su objetivo y le demuestra al mundo lo equivocado que está. La tercera anécdota, de manera inconexa, narra lo que ocurre en Guerrero, con un incendio, con la siembra de la marihuana y el aguacate; luego al final nos lleva a Chiapas con los zapatistas, de nueva cuenta aparece la periodista. La tesis de la obra es que la modernidad capitalista no es capaz de ver el valor de la Tierra. Se apoya en la vida de Teilhard De Chardin para querer demostrarlo, pero yo en algún momento me quedé pensando que esa idolatría a héroes cientificistas, por más místicos que sean, precisamente es el origen del problema de la modernidad. Entonces, idolatrar a De Chardin para criticar a la modernidad me parece confuso y no logra el cometido.
La dramaturgia es mala. Hay monólogos en los que no hay acción, que parecen haber sido escritos para que los actores se explayaran, pero no para que las narraciones fluyan. Hace mucha falta trabajo literario. La obra es más bien un panfleto, y no es que tenga algo en contra de los panfletos. Lo que me desagrada es que me parece un panfleto que parte de bases erróneas. No hay un pensamiento verdadero de fondo, más bien son idealizaciones y maniqueísmos. Advertí una fuerte influencia del modo de hacer historias al estilo Televisa. Las actuaciones van por el mismo registro. Los actores gritaban y recitaban los textos. Los personajes son caricaturas e incluso el vestuario me pareció también caricaturesco. Las escenas no tenían el mismo lenguaje, había parodia y realismo al mismo tiempo, un actor actuaba en realismo mientras su interlocutor en farsa. Pienso que esta obra es un pastiche, de todo un poco acomodado. Y por lo mismo esta pieza está dirigida al público, a la masa informe; es decir no va dirigido a nadie, como casi todo lo que se produce en la televisión mexicana.
Mis palabras pueden resultar duras (ya veo las sonrisas, esas que se hacen cuando alguien dice en el baño, «que bueno que ya se terminó, estuvo muy aburrida»), y muchos dirán, ¿y quién es este cuate? No soy nadie, un espectador más. Quizá lo que me genera mayor contradicción es comparar la plática teórica de Luis de Tavira y su práctica teatral ya en concreto. Entiendo que estoy tomando un ejemplo para generalizar, pero me pregunto si es congruente que un maestro no siga en su quehacer ninguna de las recomendaciones que da respecto a un hecho. Es como cuando en los talleres de capacitación docente te dicen que no uses diapositivas de Power Point, pero el instructor toda la sesión ha estado usando esas mismas diapositivas. ¿No genera esto una sonrisa irónica? ¿Me tengo que aguantar esta sonrisa? Este texto es una sonrisa irónica y no lo escribo por un afán destructivo, sino es una reacción, un efecto.
Terminó la obra y el público como siempre en Torreón cuando viene algo de la Ciudad de México se paró y aplaudió con estridencia. La señora que estaba sentada a mi lado así lo hizo, pero me pareció muy extraño que aplaudiera con tanta vehemencia si se había quedado dormida como media hora. ¿Cuántos se habrán quedado dormidos y aplaudido así? Nuestra sociedad, no nos engañemos, está automatizada y realmente me parece que hace lo que le dicen sin saber las causas. En fin, sé que a los actores profesionales no les importa este comentario, pero me doy cuenta que les ocurre como a muchos actores noveles de nuestra ciudad. Se conforman con el falso aplauso, con el beso hipócrita. La diferencia es que ellos llevan años haciendolo, ¿una vida de falsedad?, y los actores noveles apenas si lo hacen de un modo un tanto ingenuo y poniendo dinero de su bolsa. En La Laguna, me doy cuenta, hay mucho más talento y calidad, mucho mejor teatro que lo que se presentó el fin de semana pasado.
Estamos solos, no hay manera de saber cómo hay que hacer el teatro, “quédese con lo que le digo no con mis ejemplos” dijo alguna vez Rodolfo Usigli a su más odiado alumno Jorge Ibargüengoitia, pues lo mismo aplica para Luis de Tavira.
Posdata: Sí, la escenografía fue lo mejor, pero para el teatro ¿eso en verdad importa?