Estos eran dos amigos que llegaron a una casa buscando a un tercero. Lo encuentran muerto –probablemente por suicidio-, y nada más porque se les hinchan los huevos se ponen a buscar la nota suicida.
Esta invasión a la privacidad de los cajones del muertito se vuelve para los dos amigos –A y B-, una odisea, unas vacaciones en el estómago de una ballena, una temporada de cuarenta días en el desierto, un viaje hacia la India, etc., donde se pondrán a prueba las nociones de amistad y de vida, dando como resultado que ambas cosas no sirven para nada.
De esto trata Nota sin título de Carlos Portillo, dirigida por Ricardo Bugarín de la compañía Gula Teatro. De eso y nada más.
Voy a dejar de lado al texto -porque no me interesó-, para concentrarme en la propuesta escénica, y principalmente en Bugarín pensado como director.
En lo provisional, la función que vi el 7 de junio del presente en el Teatro Nazas, me dejó un tanto frío. Es que los actores (el mismísimo Bugarín y Ernesto Ruiz), entraron así, fríos. Y para colmo de males, los tartamudeos, el apresuramiento en sus diálogos, el bajo volumen de voz en uno y alto en otro, me hicieron encabronar. Sentí que, en uno de los pocos momentos altos de la obra, esos defectos estorbaron para que se lograra el efecto que Bugarín buscaba darle.
No esperaba encontrar estos defectos en la función mencionada. Y aunque sigo encabronado con eso, no condeno la propuesta. De hecho, creo que es interesante, escénicamente hablando.
Bugarín aprovecha un par de personajes sumamente planos, y los convierte en algo original, algo así como charolastras beckettianos.
Creo que no hay dramaturgo que no haya intentado remasterizar a Vladimir y a Estragón –en caso de que lo hayan leído-. Pero las versiones actualizadas a veces parecen copias de copias del original, ya sea en el texto o en la escena.
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Y usted, querido lector, ¿por qué debería ver Nota sin título? Le respondo que por la propuesta escénica, por si no lo había notado.
Bugarín reviste las escenas minuciosa y creativamente, tendiendo a la simbología. Un cuaderno, una máscara, unas tijeras, etc., en manos de los actores que dirige, están a punto de expresar otra cosa, quizá, una metáfora de la vida o del sufrimiento.
Esto puede verse con mayor claridad en la plataforma que usa como escenario. Se vuelve un laberinto, un hogar, una cárcel, un cofre del tesoro. Todo eso. Es más, ¿por qué no mejor se escribe algo para esa plataforma en específico? Estaría de poca madre.
Tengo la ligera sospecha de que Bugarín es un buen director que se anda buscando pero que todavía no se encuentra. Desafortunadamente, la elección de textos para representar, no lo han beneficiado. Ni el de Nocturno de la alcoba de Mario Cantú Toscano, ni la de Carlos Portillo que ahora presenta.
Ambas obras que le he visto, tienen un tratamiento pseudo filosófico, más discursivo que otra cosa. Y esto, a mi forma de ver, distrae a Bugarín de otro tratamiento que no ha desarrollado del todo recientemente: la comedia.
Sin embargo, no debería ser una comedia digamos clásica, ni la de Carballido, ni la de Licona, ni mucho menos la de Mario Cantú Toscano. Y diré por qué. Es que Bugarín es una persona rara, cree en los unicornios, tiene una visión torcida de la vida.
Necesita –aclaro que lo que digo es parte de una sospecha-, una comedia creepy donde se explore lo más extraño del ser humano.
Si uno se fija con atención y mucho esfuerzo en los actores, en los trazos, en la misma idea de iluminación que maneja en Nota sin título, se podrá notar que –debajo de las alocuciones filosóficas- hay señales de seres creepys, ajenos a la realidad, extraños a la cordura, caóticos, enfermos mentales, unicornios negros, cosas por el estilo. De explorar esta parte, podría agregar algo a Bugarín como director, algo que le dé identidad.
Yo espero que usted vaya a ver la obra, que de ser posible compruebe si lo que digo es cierto o no, y le agradeceré mucho a Dios que Bugarín explore esta faceta que indico –si quiere, aquí no obligamos a nadie-, e iré a la Villa, con un nopal en el pecho, pidiéndole a la virgencita que jamás, jamás, jamás, Bugarín haga algo sobre Frida Kahlo y que mejor explore a Remedios Varo.