Cuento

Casandra

Estacionamos el auto en medio de la noche, cerca de una esquina olvidada por el tiempo, en el centro cuarteado de la ciudad. Bajamos: Venustiano, Ruperto y yo. Yo iba en el asiento posterior mientras Venustiano manejaba y Ruperto de copiloto. Bajamos y sonaron los tres portazos: pla, pla y pla. Iba nervioso, por alguna razón la humedad de la ciudad daba la impresión de corroerlo todo. Mis amigos empezaron a caminar, abandonándome, dejándome a la desidia de la ciudad cuarteada y vacía; hueca como un gran muerto que aún dormita en ella. Los pasos húmedos empezaron a tomar rumbo. Íbamos al PALL’S; un table, prostíbulo de lujo. Ya tenía dieciocho años, pero era la primera vez que había tomado la decisión de entrar a uno de estos lugares. Ruperto, por el contrario, aunque era un año más joven que yo, ya conocía todos los sitios habidos y por haber en la ciudad. Por qué no decirlo, estaba muy nervioso. Venustiano ya había venido varias veces, estaba acostumbrado, así que para él era muy normal acercarse a la puerta llena de figuras exóticas; de luces y sombras; de mujeres desnudas. Los dos parecían estar enamorados de Casandra. Fue por eso que quise venir. Me dijeron que era la mujer más hermosa sobre la Tierra, y yo les creí. Quería acreditarlo, quería verla, quería demostrarme que había más mujeres además de las que conocía; una que fuera apasionada, sensual; una que deseara a un hombre solamente porque le apetecía, sin esperar algo que un hombre no pudiera dar; que quisiera dinero, y solamente eso. Una mujer hermosa que nos comprendiera sólo porque sí. Mis amigos me aseguraron que Casandra era como una especie de santo grial. Estábamos cansados de las muchachas de la carrera, insípidas; quienes buscaban un padre de familia, de las que no arriesgarían nada; daba la impresión de que ellas más bien se conformaban con un mayordomo, un esclavo, un muerto. Por eso fui, para estar con una mujer que aceptara a los hombres tal y como realmente somos: lujuriosos, materialistas, cobardes, perdedores, simples bestias sumisas. Seguir leyendo

Columna

Unos versos que se burlan del poeta.

Los poetas posmodernos son blanco fácil de la burla. Se ponen de a pechito. Se empinan solos. La causa es la pose de marginalidad por la que viven, ponen su choza, construyen su casa con ladrillos de material reciclado en Av. Lado Oscuro esquina con Alteridad, entre Otredad y Emergencia.

Desde la ubicación en las favelas de la cultura, niegan La Poesía, pero hacen poesía. Tú levantas una piedra y salen diez poetas. Uno de ellos experimenta desde la digitalidad. 01010101, dice en octosílabos. Una de ellos es poeta que se apellida Feminista. Habla de sangre menstrual, mastografías, ginecologías, historia feminista, escribe todas y no-todas -porque hay una lógica femenina que rechaza el género masculino y hasta el neutro en los sustantivos, o mejor dicho, sustantivas. Seguir leyendo

Columna

Sobre «Amén de mariposas».

El más reciente encuentro que tuve con el género de la poesía fue hermoso. Les cuento: estaba yo leyendo una antología de nuevos poetas jóvenes del mundo, me aburrí hasta la muerte, cerré ese libro y tomé otro cuyo autor es Pedro Mir. Eso fue lo hermoso.

Estoy pensando seriamente en deshacerme la antología de poesía actual para no leerla nunca más y, de ser necesario, dedicarme horas enteras, milenos, si se puede, a releer el bellísimo poema Amén de mariposas, incluido en el volumen del que les hablo.

Hay que entrar en contexto para que compartan mi emoción. Pedro Mir fue un poeta dominicano sumamente desconocido para el mundo. A éste, se le caen los calzones ante Mario Benedetti; se le viene una erección con García Márquez; mama a Neruda; quiere un hijo de Nicolás Guillén –lo cual no sería mala idea–; pero a Mir, solamente le dedica una mirada de soslayo, un breve chequeo de arriba hacia abajo, sin ponerle mucho corazón.

Sin embargo, Pedro Mir es, digámoslo de esta manera, el poeta que siempre hemos querido conocer en exclusiva, manteniéndolo en secreto en un librero, para luego mostrarlo majestuosamente a todo aquél que nos pida algo bueno que leer.

Pedro Mir es, también podemos decirlo de esta manera, el poeta no mainstream que podemos oponer ante todo el resto de la poesía comercial que ha dado la espalda al pueblo por vende patrias y capitalista. Seguir leyendo