El más reciente encuentro que tuve con el género de la poesía fue hermoso. Les cuento: estaba yo leyendo una antología de nuevos poetas jóvenes del mundo, me aburrí hasta la muerte, cerré ese libro y tomé otro cuyo autor es Pedro Mir. Eso fue lo hermoso.
Estoy pensando seriamente en deshacerme la antología de poesía actual para no leerla nunca más y, de ser necesario, dedicarme horas enteras, milenos, si se puede, a releer el bellísimo poema Amén de mariposas, incluido en el volumen del que les hablo.
Hay que entrar en contexto para que compartan mi emoción. Pedro Mir fue un poeta dominicano sumamente desconocido para el mundo. A éste, se le caen los calzones ante Mario Benedetti; se le viene una erección con García Márquez; mama a Neruda; quiere un hijo de Nicolás Guillén –lo cual no sería mala idea–; pero a Mir, solamente le dedica una mirada de soslayo, un breve chequeo de arriba hacia abajo, sin ponerle mucho corazón.
Sin embargo, Pedro Mir es, digámoslo de esta manera, el poeta que siempre hemos querido conocer en exclusiva, manteniéndolo en secreto en un librero, para luego mostrarlo majestuosamente a todo aquél que nos pida algo bueno que leer.
Pedro Mir es, también podemos decirlo de esta manera, el poeta no mainstream que podemos oponer ante todo el resto de la poesía comercial que ha dado la espalda al pueblo por vende patrias y capitalista.
Su aparición en nuestro espectro literario nacional –y emocional– se la debemos a Jaime Labastida, uno de los integrantes del extinto grupo literario La Espiga Amotinada, luego de eso editor de Siglo XXI Editores. Esto según el prólogo que él mismo escribió para el libro Viaje hacia la muchedumbre, publicado por primera vez en México en 1971 y reeditado por cuarta ocasión en 1982. Tal parece que no se ha hecho una nueva edición y el que menciono ha de estar agotado, pero sí se puede encontrar el libro escaneado en formato PDF en la internet.
Entonces, por Labastida conocemos que Mir fue un poeta apenas conocido en su país. Mucho menos conocido en el nuestro hasta antes de 1963, año en que un exiliado dominicano –cuyo nombre no consigna Labastida–, leyó el hermosísimo poema Hay un país en el mundo, dentro de los trabajos del Primer Encuentro Latinoamericano de Poetas realizado en México.
Labastida se emocionó tanto que quiso saber más de Mir. Dice que anduvo preguntando por él sin obtener grandes resultados hasta 1971, cuando Arnaldo Orfila Reynal –el entonces director del FCE, fundador luego de Siglo XXI Editores y posteriormente de EUDEBA–, lo puso en contacto con un grupo de intelectuales latinoamericanos que querían tener contacto con colegas mexicanos. Entre ellos estaba el mismísimo Pedro Mir.
Comprobada la existencia del poeta dominicano, Labastida se propuso dar a conocer su obra. Gracias a este esfuerzo sabemos que Mir publicó sus poemas en plaquettes de tirada corta y circulación limitada que ni por milagro habían sido proyectados al mundo desde la hermana República Dominicana. El resultado de los trabajos del editor fue la publicación del libro mencionado, que se ha de haber distribuido al estilo mexicano, es decir, desde unas sendas bodegas junto con el arca de la alianza, el prepucio de Jesús y la calavera del hombre de las nieves.
Así se promocionan los libros en México: se distribuyen algunos y los demás se promueven, con mayor ineficacia, manteniéndolos ocultos hasta que se erosionen con el tiempo.
Bueno, pues los poemas de Mir que valen la pena leerse, según Labastida, son Contracanto a Walt Whitman (Canto a nosotros mismos), Amén de mariposas y Hay un país en el mundo. Labastida no se ha equivocado. Hay que tenerle fe a su sugerencia.
Por mi parte, conocí la obra de Mir por medio de otro poeta, Jaime Augusto Shelley, quien leyó ante los que integrábamos su taller Hay un país en el mundo, de una manera tan conmovedora que no nos quedaron más que unas ganas increíbles y desproporcionadas por encontrar su obra. Tardamos en hacerlo porque éramos unos cavernícolas para eso de la búsqueda en internet.
Como siempre, o ha de ser que pasa muy seguido, la historia personal con los autores que llegarán a ser parte de nuestra alma es como un cuento de hadas. ¡Oh, sí! ¡Cómo chingados de que no! Es que, insisto, los escritores que no somos populares somos al mismo tiempo buscadores del arca perdida, en este caso del poeta perdido. Y queremos mantenerlo cerca de nuestro corazón, agazapado, para luego asaltar como fieras al que nos pregunte qué hay bueno para leer en poesía, mostrándole un poema del aludido.
Y nos fascina que sea parte de nuestro secreto y ser los únicos que lo conocen, como si eso nos convirtiera en el mejor coleccionista del mundo; algo así como un hípster que ama lo no comercial, pero con ácido fólico.
Antes de eso, vuelvo a insistir, se da la historia de cuento de hadas. Aquí va la mía. El libro me llegó por milagro divino. Un compa andaba dando vueltas por las librerías de la ciudad de México… Aquí tengo que detenerme un poco, me siento obligado a hacerlo, para explicar que antes, un provinciano lector soñaba con ir a la ciudad de México y perderse en el mar de las librerías que allí abundan, sin importar que regresara al rancho cargado de cajas y cajas llenas, en lugar de nopales y gorditas de horno, de libros que aquí jamás se encontrarían.
Un camarada de lucha socialista, como les decía, se trajo al rancho dos ejemplares de Viaje hacia la muchedumbre, y los vendió por una corta feria, amablemente, porque así somos en La Laguna, a toda madre, chingones de a madre… Un abrazo hasta donde quieras que estés, compatriota Miguel. ¡Ah! ¡Aquí lo tengo a un lado! Perdón.
Entones fue cuando yo descubrí Amén de mariposas, uno de los más grandes poemas que ningún chairo jamás podrá lograr. Y desde ese entonces «quiero ser el amigo que recorre tu camino, que no importa la sorpresa del destino, día y noche siempre estará junto a ti», para decirle a alguien: ¡Mira, pendejo! ¡Tira ese poemario posmoderno a la basura! ¡Toma y lee a Pedro Mir!
En lo que sucede esto –con éxito, porque ya lo he intentado pero no he podido convencer a algunos cuantos de que dejen de leer pendejadas–, les cuento que Viaje hacia la muchedumbre se compone de una gran muestra de la obra de Mir. No solamente están incluidos los poemas axiales Hay un país en el mundo, Contracanto a Walt Whitman, Amén de mariposas –me pongo de pie–, sino también otros tantos poemas más, entre ellos Al portaviones intrépido, que también leyera Jaime Augusto Shelley hace ya tanto tiempo, en ése taller, como para reforzar el vicio que habíamos agarrado.
Así, con esta muestra que se integra con Meditación a orillas de la tarde, Ni un paso atrás, Concierto de esperanza para la mano izquierda –sólo por poner varios ejemplos, sin abordarlos para que usted se lance en chinga a leerlos–, se obtiene una visión de conjunto sobre un poeta de un talante enteramente social.
Así es Latinoamérica. Todo en ella huele a pueblo, a sociedad, a lucha, a denuncia contra el imperio Yanqui, sólo que con ácido fólico, sólo que con un aliento poético que involucra a todo aquél que lo lee, casi casi haciéndolo que se levante en armas para luchar, hombro con hombro, contra quien sabe quién.
El Amén de mariposas canta el doloroso hecho de la muerte de las tres hermanas Mirabal, Minerva, Patria y María Teresa, conocidas como Las Mariposas. Eran activistas en contra del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Éste las había mandado arrestar junto con sus esposos pero las liberó queriendo demostrar un gesto de humanidad, el cual contradijo el 25 de noviembre de 1960 cuando mandó a la policía secreta a interceptarlas en un camino. Las golpearon, las violaron y las molieron a palos.
Dicen que dijo Minerva “si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”. Y eso fue casi exactamente lo que sucedió. Se volvieron más fuertes. El pueblo se volvió más fuerte. El asesinato de las hermanas Mirabal provocó que la ONU ensalzó ése día como el internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer desde 1981. Y las Mariposas Mirabal son para la República Dominicana signo de la lucha por la humanidad.
El hermoso poema de Pedro Mir está escrito en dos tiempos. Sus versos de arte mayor combinados con los de arte menor, respondiendo enteramente a una intención musical, emociona desde la dedicatoria:
El autor
y bajo el título de
Amén de mariposas
A la embajada norteamericana
en México, el año de 1914
porque, durante la ocupación de Veracruz, por tropas de su propio país exclama:
“¡esta es la danza de la muerte
y creo que nosotros tocamos el violín!”
dedica
este poema
cincuenta años después,
cuando es más alegre el gatillo del violín,
cuando más tumultuoso el delirio de la danza
Es pleno 2017 y sigue siendo más alegre el gatillo del violín. Para el gran Pedro Mir la muerte de las hermanas Mirabal tiene consecuencias catastróficas. Esto nos dice en el Primer Tiempo:
Cuando supe que habían caído las tres hermanas Mirabal
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la sociedad establecida ha muerto. […]
y cuanto ha sido conocido desde entonces,
me dije
y cuanto ha sido comprendido desde entonces
me dije
es que la sociedad establecida ha muerto.
Además, Mir eleva este asesinato a una categoría mundial:
esta muerte
esta muerte
esta muerte
asume contenido universal
forzosamente adscrita a la condición
del ser humano
Y demuestra la tesis de que este asesinato tendrá consecuencias, no solamente locales como el destronamiento del dictador meses más tarde, sino universales y atemporales, perenes mejor dicho. Así lo profetiza desde el primer tiempo:
es que hay columnas de mármol impetuoso no rendidas al tiempo
y pirámides absolutos no erigidas sobre las civilizaciones
que no pueden resistir la muerte de ciertas mariposas.
Esta tesis queda más clara en el Segundo Tiempo para cerrar el poema. Esas pequeñas muertes, ese pequeño hecho rescatado por la historia quizá un tanto tarde, es lo que sacudirá el mundo:
Porque la vida entera se sostiene sobre un eje de sangre
y hay pirámides muertas sobre el suelo que humillaron
porque el asesinato tiene que respetar si quiere ser respetado
y los grandes imperios deben medir sus pasos respetuosos
porque lo necesariamente débil es lo necesariamente fuerte
cuando la sociedad establecida muere por los cuatro costados
cuando hay una hora en los relojes antiguos y los modernos
que anuncia que los más grandes imperios del planeta
no pueden resistir la muerte muerte
de ciertas ciertas
debilidades amén
de mariposas.
Sobre Amén de mariposas se han escrito recientemente algunos artículos que figuran en la red, manteniendo viva su vigencia. Hay documentales, breves y largos, y una película en la que está muy bien hecha, para mi gusto, la escena de los asesinatos.
Encontré una canción interpretada por una mujer cuyo nombre acabo de olvidar. Esa melodía me recordó el año de 1999, cuando se volvieron a poner de moda los intérpretes latinos bajo el eslogan publicitario de Canto Nuevo. El unicornio azul, Los ejes de mi carreta, que de dónde amigo vengo, de una cásita que tengo por allá en el pedregal. Además, se hizo una especie de performance, pero con características latinas, en el que se puso música a la letra del Amén, excelentemente bien orquestada. Había dramatizaciones, un tanto parecidas a las del antiguo Rescate Novecientos Once, en las que asesinos pintados como calaveras cercan a las Mariposas, justo antes de que el tenor interprete los primeros versos. Dan ganas de bailar porque la música es sabrosa. También dan ganas de llorar, porque el asesinato duele.
En la cuestión técnica, Mir recurre a la anáfora con frecuencia, pero con sentido enteramente musical, lo repito. Crece la imagen, adquiere volumen, se vuelve aplastante hacia el lector, y llena de miedo a quien es el agresor, el imperio, a la muerte misma.
A diferencia de la poesía moderna cuya repetición de palabras, palabras, palabras, intenta, intenta, intenta, solamente enumerar. Eso y nada más. Su métrica interna responde, ya no a la prosa, sino a lo publicitario, a lo novedoso –según ellos–, que corta por cortar los veros, y los acomoda como lluviecita para que caiga delicadamente sobre los paraguas de los que lo leen.
Pero, en lo que realmente ha fallado esa poesía chaira, es en atinar en el punto medular de la protesta. Esta clase de poetillas verduleros ya me estarían reclamando que por qué mejor no hablo de México, porque aquí todavía no encuentran a los 43, Tlataya, Acteal. Fue el estado. No hay nada que celebrar. Me dueles muela, me dueles cabeza, tengo migraña, denme un naproxén.
Es una tentación facilona, para quien carece de autoestima, el querer llamar la atención sobre el lugar propio, desdeñando lo que no se refiera a ello directamente. Hasta yo caí en ella en mis años chairos, cuando el mundo lloraba a raudales la muerte del no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir, y ser feliz el mi color de identidad, yo opuse a consideración de mis pocos seguidores de redes sociales, el asesinato de unos cuantos coahuilenses colgados en los puentes, o descabezados, o descuartizados… no me acuerdo… pero lo hice. Quizá lo hice principalmente porque me caga Facundo… no lo sé…
Total… esta clase de poetillos megalómanos me estarían espetando el hecho de que me fije en este poema y no en los suyos que hablan de lo que anoche pasó, un perrito muerto por muerte natural, ya de viejo, pero universal porque ellos lo pusieron en un poema posmoderno, como representación de la muerte del país por la vía del asesinato silencioso del smog.
Ciertamente, Latinoamérica huele a guerra, a militancia, a sudor agrio y lucha aciaga. Pero no por ello implica que yo me lance como el Ché a liberar Cuba. Y ni siquiera estoy seguro de que sea cierto aquello que dicen los que dizque han sido testigos de que en el sur, apenas les suben el precio de las tortillas y ya están derrocando dictadores.
Digo que esta poesía –pseudo– está fallando en atinar a su objeto, precisamente porque trae la mira chueca, enfoca lo periférico del asunto, se entretiene demasiado en lo accidental de la protesta, y no tiene el lenguaje para expresarlo.
En Pedro Mir, por el contrario, las Mariposas son cada mujer que pasa a mi lado, y soy yo, y es el mundo. Nos volvemos todos uno, por medio de estos versos que consigno a manera de final:
Roto el cráneo
Despedazado el vientre
Partida la plegaria
Oh asesinadas
Comprendí que el asesinato como una bestia incendiada por la cola
No se detendría ya
Tengamos cuidado, ¡oh, humanidad!, porque esa bestia nos tiene de frente y nos persigue.