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Justificar nuestras acciones resulta tentador. El hombre puede construir grandes laberintos, edificios o argumentos para excusar lo que hace. Es necesario encontrar una manera de aligerar nuestra carga y quizá al mismo tiempo nuestra soledad. Las acciones que realizamos nos dejan muchas veces vacíos, debido a que van estrechando el derrotero de la vida. Mi vida no es tan amplia como hace unos años, no está tan acompañada y se ha ido haciendo más angosta conforme me hago viejo. Ya no seré esto, ni aquello, ya no seré todas estas posibilidades, porque me he convertido en lo otro. Me encuentro abandonado en el sendero, y sé que, en la hora de mi muerte, como cuando he caído enfermo, nadie en verdad estará conmigo. Por ello es que a veces quisiéramos sentirnos acompañados, pensar que ya los demás han pasado por dicha situación, creer que no somos los responsables, así no seremos los únicos que han atravesado por tan absurda puerta. No hay nada que le aterre más al hombre común que ser distinto a los otros. Seguir leyendo