August Strindberg es un dramaturgo tan misógino como genial. Su obra La señorita Julie, escrita por él en 1888, es una muestra clara de lo afirmado anteriormente. Forma parte de su periodo naturalista que incluye El padre y Acreedores. La obra en cuestión es famosa por su prólogo, manifiesto naturalista avalado por Emilie Zolá, en el que expone su teoría sobre el arte dramático. Así inicia el prólogo:
Desde hace tiempo he considerado el Teatro, al igual que el Arte, como la Biblia Pauperum, una Biblia en imágenes para aquellos que no saben ni leer ni escribir y al autor teatral, un predicador laico que transmite las ideas de la época de forma popular, tan popular que la clase media, que es quien fundamentalmente puebla los teatros, es capaz de entender sin mayor quebradero de cabeza de qué se está hablando. El Teatro, por tanto, siempre ha sido una escuela popular para los jóvenes, los iniciados y las mujeres, quienes todavía poseen la inferior facultad de engañarse a sí mismas y de dejarse engañar, es decir, de tener un sueño, de aceptar la sugestión del autor.
Por lo que se puede leer se deduce que Strindberg tenía una firme convicción sobre la misión del teatro: llegar a las masas y educarlas, incluso a las mujeres, quienes, en este primer tratamiento estético, son seres inferiores por su ingenuidad.
Dejemos de lado el carácter social del teatro expuesto por Strindberg ya que nadie puede contradecirlo y centrémonos en su antropología teatral, si se me permite el término. Strindberg considera a la mujer como un ser inferior al hombre. ¿En qué radica esa inferioridad? En su empeño de ensoñación que la lleva a dejarse engañar por sí misma y por los demás. Pero agrega una característica más: la clase media. La mujer de clase media es un ser imperfecto, falto de voluntad:
La señorita Julie es un personaje moderno, no como si en todas las épocas no hubiera existido la figura de la media mujer que odia a los hombres, sino porque es ahora cuando se la ha descubierto, ha salido a la luz y ha hecho ruido. Víctima de una falsa creencia (que alcanza también a las mentes más fuertes), el que la mujer, esa forma humana poco desarrollada entre el hombre, señor de la creación, creador de la cultura, pudiera compararse con el hombre o convertirse en él, se involucra en una aspiración absurda, en al cual cae. Absurda porque una forma poco desarrollada, regida por las leyes de los rumores, siempre nacerá poco desarrollada y nunca podrá alcanzar al líder […] La media mujer es una clase que se abre paso, que se vende al poder, a las órdenes, a los honores, a los diplomas, del mismo modo que antes lo hacían al dinero, y que implica depravación […] y los hombres degenerados parecen elegir inconscientemente a sus compañeras de entre ellas, de modo que aumentan en número y crean criaturas de sexo indeciso que sufren en la vida; aunque afortunadamente sucumben, bien por estar falas de armonía con la realidad […] o bien porque sus esperanzas de alcanzar a los hombres quedan hechas añicos.
Strindberg plantea una mujer de clase media, sujeta a los rumores, a las órdenes de los hombres –que las eligen a ellas, inconscientemente, para perpetuar su dominio-, y más gravemente sujeta a su falsa aspiración de ser igual al hombre. De esta manera constituye el eje central de su dramaturgia de su periodo naturalista y escribe algunas de las obras más intensas que se pueden representar en los escenarios de todo el mundo.
Para descalificar a Strindbeg y degradar su genio se utiliza con frecuencia su historia familiar. Él fue el producto de la relación entre su padre, un comerciante arruinado, y su sirvienta quien falleciera en los primeros años de la infancia del mencionado autor. Cuando él tenía 13 años su padre, en calidad de viudo, se casa por segunda ocasión. Este matrimonio le provocó duros problemas a Strindberg con su madrastra. De hecho él, casi al final de su vida, se ve a sí mismo como un ser excepcional pero con una infancia tormentosa.
Strindberg por su cuenta, ya siendo mayor, contrae matrimonio con la baronesa y actriz, Siri von Essen. Lo cual lo lleva a ser miembro de la aristocracia sueca en Finlandia y a alucinar con que su esposa quiere internarlo en una institución mental. Esto resultó ser verdad y Strindberg, para comprobar su cordura, escribió El alegato de un loco. Se divorcia de ella en 1891. En esta etapa pierde la confianza en sus escritos. Viaja a Berlín en 1892 y contrae matrimonio con otra actriz, Frida Uhl, al año siguiente, pero se separan luego de tres años. Estando en París le sobreviene su crisis de esquizofrenia y practica el ocultismo. Vuelve a casarse en 1901, con Harriet Bosse, otra actriz, estando en Estocolmo, y vuelve a separarse tres años más tarde.
Un recuento de tres fracasos amorosos, crisis existenciales, esquizofrénicas y económicas que más que agravantes en su contra, explican la génesis de sus obras. Por ejemplo, como se dijo anteriormente, escribió El alegato de un loco para comprobar su cordura ya que Siri lo quería internar en una institución mental. De esta anécdota surge El padre; de su experiencia infantil surge El hijo de la sirvienta; de su crisis mental y de la práctica del ocultismo surge su novela Infierno.
Digo que el llamar a Strindberg odiador de mujeres y esquizoide no demerita en nada su obra porque su planteamiento, en esta especie de antropología teatral, carece de error. La señorita Julie creada por él es la prueba irrefutable de la existencia de mujeres medias, esclavas de su ingenuo afán de compararse con el hombre.
Vamos a detalle la obra. La acción comienza la noche del 24 de junio, festividad de San Juan. Esta fecha era especial para el pueblo sueco del siglo XIX porque la organizaba la clase adinerada para divertir a la servidumbre. De este marco espacio temporal no podrá escapar ninguno de los personajes de la obra. La fecha tiene tanto poder sobre ellos que prácticamente las estupideces que comete la señorita Julie no tendrían sentido si se realizaran durante cualquier otro día.
Julie es de clase adinerada e hija de un conde. Es tratada por sus criados con el noble título de señorita. Estos dos criados, Jean y Kristín, se encuentran alejados de la fiesta de San Juan porque quieren comentar la imprudencia de Julie destacada por Jean:
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Le dice a Kristín, casi al instante que:
El problema no es que ella baile sino con quienes lo hace: con el guarda forestal y con el empleado, criado de toda la vida, Jean. Y es éste el primero en censurar la actitud de Julie. Él está convencido de que debe respetarse la separación entre las dos clases, incluso en la noche consagrada a la unión:
Julie entra a escena porque anda buscando a Jean para que baile con ella, pero este la rechaza anteponiendo la clase social nuevamente:
El sirviente tiene un terrible medio de perder su condición social al ceder a los deseos de su patrona de formar parte de un inocente baile. Sólo accede cuando Julie ejerce su poder y le ordena bailar con ella. Acepta el mandato, no sin hacerle una advertencia:
Sucede un diálogo increíblemente genial, en el que se confrontan los sueños de ambos:
La realización de sus sueños, el de aquella por descender a lo bajo, y el del otro por ascender a un lugar más alto, se realiza por caminos divergentes dentro de la obra: la señorita Julie se entrega amorosa e ingenuamente a Jean quien, por su parte, acepta su humillación porque sabe que ella representa esa primera rama que pretende asir para ascender en la escala social, aunque sigue son sus reticencias:
Este diálogo explica a Jean, sirviente cobarde apegado a su condición, dispuesto a salir de ella sólo si adquiere un título de nobleza. Ante ello viene la sublime humillación de Julie:
Las personas somos alguien, con sin y a pesar del amor de los demás. Por otro lado, en cada uno de nosotros existe la voluntad de remediar los errores cometidos, de lidiar con el fracaso, de superar barreras y de seguir adelante con la vida.
Todos menos Julie quien, en la lógica de Strindberg, se considera un objeto, irremediablemente. Sólo un ser pusilánime puede entregarse sin medida hasta desaparecer. En Julie no hay un solo rasgo de personalidad, de juicio, de fuerza vital para salir de su embrollo. Las barreras sociales que, en una ensoñación creyó superar, se le imponen con dureza en la persona de quien ama y quien, trágicamente, la rechaza.
Strindberg tiene razón en crear un personaje tan débil. Tiene razón, además, en señalar que ese ser tan enclenque tiene que ser, por necesidad, una mujer. Es cierto, en contra parte, que la señorita Julie en cuanto personaje, no representa a todas las mujeres del mundo, las del pasado, las del presente y las del futuro. Pero también es cierto que sí hay mujeres que han actuado como ella, ayer, ahora y siempre, en todas las gamas sociales, en especial en la burguesía actual.
De la misma manera en que Strindberg ha creado un personaje así, todo autor puede crear otro parecido a Julie, mejor o peor, llegando hasta sus últimas consecuencias sin permitir que las tendencias culturales obstaculicen el drama.
Ése es el problema con el feminismo actual en una época de sensibilidad extrema en que no permite siquiera que se plantee una mujer débil. Eso es impensable conforme a su agenda feminista de retribución histórica, a pesar de que hay cientos, miles, millones de mujeres que matan, engañan, se engañan, son débiles ante sus circunstancias vitales perpetuando así su opresión social.
El feminismo actual precisa un agente opresor antes que el reconocimiento de su propia condición. Y censura gravemente todo intento por exponer lo contrario.
Si hubiera que sacar, por fuerza y a manera de conclusión, una guía que seguir sobre Strinberg, sería que el dramaturgo tuviera sus propias convicciones, que buscara comprobarlas mediante el drama, al cual deben someterse todos los recursos creativos, sin importar que de momento sean vistos como falsos. El drama mismo, confrontado con la acción de la vida, será quien termine por comprobar su certeza.