PERSONAJES:
Un ANCIANO GORDO, usa bastón.
Una ANCIANA ENJUTA, usa andador.
Un ANCIANO DELGADO, que usa silla de ruedas.
Los tres ancianos –empacadores de mercancía en cualquier tienda de conveniencia– esperan a que los llamen a la caja.
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LA ANCIANA ENJUTA: (Suspira.) Apenas son las diez de la mañana.
EL ANCIANO DELGADO: Y nada más está abierta una caja.
EL ANCIANO GORDO: Y hay muy pocos clientes.
EL ANCIANO DELGADO: Más bien ninguno. Ha de ser porque es mitad de quincena. A lo mejor están en el mercado. Ahí dan más barato.
EL ANCIANO GORDO: En tiempos de Don Pioquinto, toda la gente venía a la tienda, y todas las cajas estaban abiertas, y todos los campesinos aquí vendían su siembra.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Don Pioquinto?
EL ANCIANO GORDO: El dueño de la primera tienda que se puso en el centro. Yo trabajé con él cuando era niño.
LA ANCIANA ENJUTA: ¡Ah, ya me acordé! En aquellos años supe que sacó un montón de dinero de la tienda, cuando la estaban construyendo, que se encontró una olla de barro con monedas de oro, pero que para sacarla tuvo que sacrificar a un albañil.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Nombre! ¿Cuál olla con monedas de oro? La verdad es que se hizo rico quemando las tiendas y cobrando el seguro. Tonto no era el tal señor Don Pioquinto.
EL ANCIANO GORDO: ¡Mentiras! Pioquinto hizo toda su fortuna trabajando de gallo a grillo.
LA ANCIANA ENJUTA: Pues a mí me contaron eso cuando era más joven, casi una niña. Lo de que quemaba las tiendas nunca me lo contaron. Pero sí supe que se quemaron dos o tres, hace como ocho o diez años.
EL ANCIANO GORDO: Fíjese, señora. Ahí le va la verdad. Yo trabajé aquí de niño, mi papá me puso a trabajar bajo las órdenes del mismo Don Pioquinto. Lo vi descargando costales de maíz, haciendo las cuentas, y a veces él mismo se ponía a cobrar en las cajas.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Ya nos hablan en la caja! ¡Yo primero! (Sale.)
EL ANCIANO GORDO: Señora, yo mismo ayudaba a Don Pioquinto a descargar los costales de maíz. Y no es por nada, pero siempre me trató muy bien. Era un patrón de los de antes, preocupado por sus trabajadores, y por eso lo queríamos mucho.
LA ANCIANA ENJUTA: No me diga.
EL ANCIANO GORDO: Mire, allí en la puerta está el retrato de Don Pioquinto. Tiene un marco grande y bonito, y dos veladoras que le pusieron sus hijos.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Eso hacen los hijos? ¿Ponen cuadros y veladoras?
EL ANCIANO GORDO: Nada más cuando te quieren.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Nada más cuando te quieren? (Se llena de tristeza. Baja la cabeza tratando de esconder el hecho de que está llorando.)
Entra el ANCIANO DELGADO. Trae en su regazo unas cuantas bolsas de mandado.
EL ANCIANO DELGADO: Ahorita vengo, voy a llevarle estas bolsas al carro de la seño. (Sale.)
EL ANCIANO GORDO: Mire nada más eso. ¡Qué abusón!
LA ANCIANA ENJUTA: Déjelo.
EL ANCIANO GORDO: Está bien que todos necesitamos dinero, pero él exagera.
LA ANCIANA ENJUTA: A lo mejor tiene más necesidad que una.
EL ANCIANO GORDO: Mire, ya nos hablan en la caja. ¿Quiere ir usted?
LA ANCIANA ENJUTA: No. Que vaya el señor de la silla de ruedas. Yo me espero.
EL ANCIANO GORDO: Pero ahí está el cliente. Y el viejo de las rueditas no llega. Ándele, vaya.
LA ANCIANA ENJUTA: No. De veras, yo me espero.
EL ANCIANO GORDO: Entonces, yo voy a ir. (Sale.)
Entra el ANCIANO DELGADO.
EL ANCIANO DELGADO: ¿A dónde va? ¡Hey! ¿A dónde va? (A la ANCIANA ENJUTA.) ¿A dónde fue el señor?
LA ANCIANA ENJUTA: A atender al cliente.
EL ANCIANO DELGADO: ¿Por qué? A mí me tocaba. ¿Por qué lo dejó?
LA ANCIANA ENJUTA: Yo le dije que nos esperábamos, pero el cliente ya estaba en la caja. Y usted andaba llevando bolsas.
EL ANCIANO DELGADO: ¿Es porque no me sirven las piernas? ¿Por eso? ¡Fíjese! ¡Está empacando diez bolsas! No se vale. Voy a quejarme con el gerente. Ustedes me están discriminando.
LA ANCIANA ENJUTA: No se enoje, señor.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Cállese, vieja seca! ¡Usted no sabe lo que es andar en silla de ruedas! Tengo llegas en la espalda. Me las tienen que curar en el ISSSTE. Tengo que sacar dinero de aquí porque no me alcanza la pensión.
Entra el ANCIANO GORDO.
EL ANCIANO GORDO: ¡Oiga! ¿Qué le pasa? ¿Por qué le grita a la señora?
EL ANCIANO DELGADO: Se están aprovechando de mi condición. No me dejan trabajar. Les advierto que no voy a completar para mi medicamento, y si me muero, que sobre ustedes caiga la culpa. Voy a hablar con el gerente, voy a ir a los medios, voy a ir a Cáritas. (Pausa.) Mejor voy a ir a la caja, ya llegó otro cliente.
EL ANCIANO GORDO: Usted no va a ningún lado. (Se acerca a la silla y le pone los frenos.)
EL ANCIANO DELGADO: ¿Qué hace? ¡Oiga! ¡Esto es un abuso!
EL ANCIANO GORDO: No se mueva.
LA ANCIANA ENJUTA: Por favor, señor, déjelo.
EL ANCIANO DELGADO: Se aprovechan de mí porque no puedo caminar. Si yo pudiera, lo agarraba a patadas.
LA ANCIANA ENJUTA: Le suplico que lo deje.
EL ANCIANO GORDO: No. Mire, el señor ya se va al estacionamiento. (Quita los frenos de la silla de ruedas, y empuja al ANCIANO DELGADO fuera del escenario.) ¡Lárguese, patas de hule! (A la ANCIANA ENJUTA.) Vaya a la caja, por favor.
LA ANCIANA ENJUTA: ¡Qué pena! (Sale.)
Regresa el ANCIANO DELGADO.
EL ANCIANO DELGADO: Casi me caigo de la silla.
EL ANCIANO GORDO: Oiga, está muy pesado para estar tan flaco.
EL ANCIANO DELGADO: ¡No estoy flaco porque quiera! ¡Tengo azúcar!
EL ANCIANO GORDO: Pues han de ser como treinta kilos porque pesa mucho.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Cállese! Nomás porque el gerente no ha llegado, que si no, ahorita mismo hago que lo saquen.
EL ANCIANO GORDO: Si viviera Don Pioquinto, usted ya estaría de llantitas en la calle.
EL ANCIANO DELGADO: Su muy querido Don Pioquinto usaba la báscula ratera, era un vulgar ladrón.
EL ANCIANO GORDO: Le voy a ponchar las llantas a su nave.
Entra la ANCIANA ENJUTA.
LA ANCIANA ENJUTA: Por favor, señores, ya no se peleen.
EL ANCIANO DELGADO: Usted, muérase, ladrona. ¿Cuánto le dieron de propina?
EL ANCIANO GORDO: No le diga nada.
LA ANCIANA ENJUTA: Me dieron dos pesos.
EL ANCIANO DELGADO: Quiero la mitad. Deme el peso. Rápido.
EL ANCIANO GORDO: No, señora. No le dé nada.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Ya hay clientes en la caja! ¡Son míos!
LA ANCIANA ENJUTA: Por mí no hay problema.
EL ANCIANO DELGADO: De todos modos me debe un peso.
EL ANCIANO GORDO: Espere, todavía no se vaya. (Se le acerca.)
EL ANCIANO DELGADO: ¡Aléjese de mí!
EL ANCIANO GORDO: Le voy a ayudar. (Lo empuja hacia la caja.) ¡Órale!
LA ANCIANA ENJUTA: Cómo es malo.
EL ANCIANO GORDO: ¿Yo?
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Qué no ve que está inválido?
EL ANCIANO GORDO: ¿Y usted no escuchó lo que le dijo?
LA ANCIANA ENJUTA: Que me muriera. (Pausa.) A lo mejor tiene razón.
EL ANCIANO GORDO: Claro que no la tiene.
LA ANCIANA ENJUTA: Además, él sólo quiere dinero. Ha de ser para ayudarse. Se le ve que tiene necesidad.
EL ANCIANO GORDO: Como todos, ¿qué no?
LA ANCIANA ENJUTA: Yo no tanto.
EL ANCIANO GORDO: ¿A poco a usted sí le alcanza con su pensión?
LA ANCIANA ENJUTA: Claro que no.
EL ANCIANO GORDO: ¿A poco a usted sí le ayudan sus hijos?
LA ANCIANA ENJUTA: Esos ni siquiera saben que estoy viva.
EL ANCIANO GORDO: ¿Entonces a qué viene?
LA ANCIANA ENJUTA: Para no estar si quehacer en mi casa. Si me caen unas monedas, está bien. No me hacen mucha falta porque mi pensión, pues ahí más o menos me alcanza. Yo casi no gasto en nada. Pero en realidad, lo que yo más quiero, es saludar a la gente. Me gusta empacar su mandado en las bolsas. (Pausa.) ¿Sabe por qué? Acá entre nos, yo sí me fijo en lo que llevan. Me imagino que toda esa comida que llevan en los carritos es para hacerla en familia. Y me acuerdo de cuando yo tenía una. Y siento bonito. Si me dan una moneda, está bien. Pero si me dicen “Aquí tiene, señora”, yo les contesto “gracias por su compra y que le vaya bien”. Y cuando ya se están yendo, en secreto les echo la bendición.
EL ANCIANO GORDO: (Sumamente conmovido.) ¡Ay, señora! No me diga eso.
LA ANCIANA ENJUTA: Hasta a ustedes dos les echo la bendición, cuando nos toca trabajar juntos y cada quien se va para su casa.
EL ANCIANO GORDO: Mejor siéntese a descansar.
LA ANCIANA ENJUTA: El gerente no nos deja, nos vigila por las cámaras, acuérdese. Nomás nos está viendo a ver qué hacemos. Y luego nos regaña porque según él estamos perdiendo el tiempo.
EL ANCIANO GORDO: Tiene razón. Nos grita como si él nos pagara. (Pausa.) A ese gerente le falta trato con los cerillos.
LA ANCIANA ENJUTA: También con los cerillitos. Les grita como si fuera su padre.
EL ANCIANO GORDO: Hubiera usted visto a Don Pioquinto. A todos nos trataba como iguales. Qué esperanzas de ver malos tratos. (Pausa.) Bueno, al menos recárguese bien en su andador, para que no se canse tanto.
LA ANCIANA ENJUTA: Así estoy cómoda, gracias.
EL ANCIANO GORDO: ¿Sabe qué voy a hacer? Ahorita que venga el patas de hule, me lo voy a llevar al estacionamiento y lo voy a encadenar junto a las bicicletas.
LA ANCIANA ENJUTA: (Con ternura maternal.) ¡Ande! No sea malo.
EL ANCIANO GORDO: Bueno, le propongo otra cosa. Si usted entretiene al inválido, yo voy a la caja y le doy la mitad de lo que me den. Y luego, yo entretengo al hígado sobre ruedas, usted va a la caja y me da la mitad de lo que le den.
LA ANCIANA ENJUTA: Con la condición de que no le haga nada al señor de la silla de ruedas.
EL ANCIANO GORDO: Como usted diga.
Entra el ANCIANO DELGADO.
EL ANCIANO DELGADO: Me tocaron cinco clientes seguidos. En total fueron veinte pesos. Miren. (Hace sonar las monedas en su pantalón.) De todos modos la señora me debe un peso. No se le olvide.
LA ANCIANA ENJUTA: Ahorita se lo doy. Pero antes, le tengo una pregunta. ¿Y lo suyo cómo fue?
EL ANCIANO DELGADO: ¿Qué lo mío cómo fue?
LA ANCIANA ENJUTA: Sí. Me refiero a cómo terminó en la silla de ruedas.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Qué le importa, vieja metiche!
EL ANCIANO GORDO: ¡Oiga, maldito lisiado! ¡No le hable así a la señora!
LA ANCIANA ENJUTA: No se enojen, por favor. (Al ANCIANO DELGADO.) Mire, señor. En mi caso, un día me caí en el patio de mi casa. Me lastimé la cadera, pero al principio no fui al Seguro, pero me fui con una vecina que sobaba. Y me dio una sobadota que me perjudicó la cadera mucho más. ¿Cómo la ve?
EL ANCIANO DELGADO: Ya ni la friega, señora, ¿cómo se le ocurre?
El ANCIANO GORDO aprovecha para ir a la caja.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Y luego sabe qué? Cuando fui al Seguro el doctor me regañó. Resulta que me lastimé las vértebras y que la sobadota me las terminó de arruinar. Y ahí está que puedo caminar muy poco, arrastrando los pies. Siempre recargada en el andador. ¿Cómo ve?
EL ANCIANO DELGADO: Está usted muy mal. Loca de la cabeza.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Y lo suyo cómo fue?
EL ANCIANO DELGADO: Mire, es que cuando andaba en moto, trabajaba yo de cobrador, y en una esquina un pendejo en un carrazo me chocó. Yo no me acuerdo, pero me dijeron mis hijos que me llevaron a la Cruz Roja. Uno de los paramédicos me dijo que había salido volando varios metros, que de pura suerte que traía el casco, que si no, estuviera muerto.
LA ANCIANA ENJUTA: Bendito Dios.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Cállese! ¿Cuál Dios? ¿Qué no ve cómo quedé? El que me atropelló se dio a la fuga y yo perdí me trabajo. Tengo incapacidad total permanente pero la pensión no me alcanza. Son mil quinientos pesos al mes.
LA ANCIANA ENJUTA: Mire, a usted le dan más que a mí.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Cállese! La pensión no me alcanza para nada, ya le dije. Al principio tuve que estar en un sillón porque no tenía para la silla de ruedas. Con mucho esfuerzo, ir y venir y meter y meter oficios, el DIF me la dio. Pero no puedo hacer otra cosa. Y ahí está que ando de cerillo.
LA ANCIANA ENJUTA: Pues no está mal eso. Mal que bien le caen sus moneditas.
EL ANCIANO DELGADO: No. Ni tantas. Ustedes dos me las están quitando. Quiero que me den la mitad de lo que saquen diario. Ustedes tienen ventaja sobre mí porque sus piernas sí les jalan.
LA ANCIANA ENJUTA: Oiga, pero también tenemos necesidades.
EL ANCIANO DELGADO: Tienen dos piernas que funcionan. Yo no. Deme su dinero. ¡Ándele!
Entra el ANCIANO GORDO.
EL ANCIANO GORDO: ¿De qué platican?
EL ANCIANO DELGADO: De nada.
LA ANCIANA ENJUTA: Me estaba platicando el señor que cómo fue que quedó en la silla de ruedas. Es una historia conmovedora.
EL ANCIANO GORDO: No me diga.
LA ANCIANA ENJUTA: Que le cuente mientras yo voy al baño. (Se dirige fuera del escenario, pero luego regresa y va hacia la caja.)
EL ANCIANO GORDO: Cuénteme, señor.
EL ANCIANO DELGADO: No.
EL ANCIANO GORDO: O me cuenta o lo agarro a bastonazos.
EL ANCIANO DELGADO: Que no.
EL ANCIANO GORDO: Le voy a desarmar la silla.
EL ANCIANO DELGADO: Está bien, está bien. Le voy a contar. Resulta que me caí en el patio de mi casa, y en lugar de ir al Seguro, primero fui con una vecina que sobaba. Y que me da mis sobadotas pero no me sentí bien. Cuando fui al Seguro, el doctor me regañó, me hizo estudios, que aquí traigo por si no me cree, y pasó que me lastimé gravemente las vértebras. Se me fueron muriendo poco a poco, y al año ya no pude caminar. ¿Cómo ve?
EL ANCIANO GORDO: No me diga.
EL ANCIANO DELGADO: Por eso tengo que andar pidiendo dinero en los cruceros. No. Quise decir que por eso tengo que andar de cerillo, para sostener a mi familia. No. No es eso. Quise decir que para para comprar mi medicamento.
EL ANCIANO GORDO: A mí me pasa lo mismo.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Cállese! ¡No es cierto! No es lo mismo. Yo no tengo piernas y usted sí.
EL ANCIANO GORDO: A mí también me fallan. Si no me cuido me da gota.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Cállese! Usted y la señora se aprovechan de mi condición. Quiero que me den el dinero, la mitad de lo que saquen diario. ¿Cuánto sacó ahorita?
EL ANCIANO GORDO: Nada. No he sacado nada.
EL ANCIANO DELGADO: ¿Cuánto sacó ayer?
EL ANCIANO GORDO: Ayer no vine.
EL ANCIANO DELGADO: ¿Y hoy? A ver, dígame.
EL ANCIANO GORDO: Nada. ¿Qué no entiende?
EL ANCIANO DELGADO: Bueno, pues quiero que cuando se abran las demás cajas, usted me dé la mitad de lo que saque. Y también a la señora le voy a pedir eso. Y a los niños cuando lleguen.
EL ANCIANO GORDO: ¿Está loco o que le pasa?
EL ANCIANO DELGADO: Ya le dije. Está avisado. ¿Ya salió la señora del baño? Quiero decirle eso. (Da vueltas sobre su eje.) ¡Ah, ya la vi! Está en la caja. ¡Maldita perra!
EL ANCIANO GORDO: ¡No le permito que le diga así a la señora!
EL ANCIANO DELGADO: ¡Esos clientes son míos!
Se dirige hacia la caja, pero el ANCIANO GORDO lo detiene enganchando la silla con su bastón.
EL ANCIANO GORDO: Usted no va a ningún lado.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Déjeme ir! ¡Estoy perdiendo dinero!
El ANCIANO GORDO se le pone de frente.
EL ANCIANO GORDO: Escúcheme bien, maldito lisiado. Usted se aprovecha de su condición para sacar dinero.
EL ANCIANO DELGADO: No, señor. Usted se aprovecha de que puede pararse al baño y no tiene que orinar en una bolsa y puede limpiarse solito el culo. (Le escupe en la cara.) ¡Muérase!
EL ANCIANO GORDO: Ahora sí, perro del mal. (Se limpia la cara.) Se va a arrepentir.
El ANCIANO GORDO blande su bastón y amaga con golpearlo. Mientras el ANCIANO DELGADO le echa la silla encima, tratando de atropellarlo. Durante algunos instantes no se amenazan el uno al otro, sin hacerse ningún tipo de daño, hasta que el ANCIANO GORDO se pone de espaldas al ANCIANO DELGADO y lo derriba de la silla de ruedas.
EL ANCIANO DELGADO: (Retorciéndose de dolor.) ¡Mis llagas, mis llagas! ¡Me duelen! (Se toca la espalda.) Se me acaban de reventar.
EL ANCIANO GORDO: Lo voy a moler a bastonazos.
Blande el bastón sobre la cabeza del ANCIANO DELGADO como si quisiera cortarle la cabeza. En eso entra la ANCIANA ENJUTA.
LA ANCIANA ENJUTA: ¡Señor! ¡Deténgase!
El ANCIANO DELGADO se hace el desmayado.
EL ANCIANO GORDO: Él tuvo la culpa. Me escupió en la cara.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Y nomás por eso le quiere pegar con el bastón? Mire cómo lo tiene.
EL ANCIANO GORDO: Pero si todavía ni le pego. Nomás lo tiré de la silla. (Pausa. Al ANCIANO DELGADO.) Oiga, lisiado, está usted muy pesado para ser tan flaco. Pesa más que cuarenta kilos de azúcar. ¡Eh! No se haga. (Le pica la espalda con el bastón.)
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Está bien? ¿Seguro que no lo mató?
EL ANCIANO GORDO: Todavía puedo cargar costales de maíz pero batallé mucho con esta carcacha.
LA ANCIANA ENJUTA: Revíselo. No vaya a ser que se muera.
EL ANCIANO GORDO: ¡Que va a estar muerto! Le apuesto, señora, a que ahorita se despierta para pedir la mitad de las monedas. (Le pica la panza con el bastón.) Despierte. Órale, yonke. Levántese.
LA ANCIANA ENJUTA: Póngalo otra vez en la silla.
EL ANCIANO GORDO: Mejor lo llevamos al kilo a ver cuánto nos dan. (Al ANCIANO DELGADO.) Ahí sí le doy la mitad del dinero.
LA ANCIANA ENJUTA: Si no lo levanta, llamo a la policía.
EL ANCIANO GORDO: Está bien. Ya voy. (Intenta levantarlo pero no puede.)
LA ANCIANA ENJUTA: ¿No que muy fuerte?
EL ANCIANO GORDO: Está demasiado pesado. No lo puedo creer.
Hace otro intento. Se caen muchas monedas del pantalón del ANCIANO DELGADO. Éste se despierta.
EL ANCIANO DELGADO: ¡Son mías! ¡Son mías! ¡Que nadie las toque!
LA ANCIANA ENJUTA: ¡Está vivo! ¡Es un milagro! ¡Bendito Dios!
EL ANCIANO GORDO: Viejo payaso. (Deja caer al ANCIANO DELGADO.) Miserable.
El ANCIANO DELGADO, arrastrándose, junta las monedas que hay a su alrededor.
EL ANCIANO DELGADO: Una, dos, tres, cuatro, cinco… (Se pone de pie y levanta las que están más lejos de él.) Seis, siete, ocho, nueve, diez.
Los otros están atónitos.
EL ANCIANO GORDO: ¿No que estaba malo?
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Qué no había quedado inválido porque lo atropellaron?
EL ANCIANO GORDO: ¿Qué no había quedado así porque lo sobaron mal?
LA ANCIANA ENJUTA: No, oiga. Eso me pasó a mí.
EL ANCIANO DELGADO: (Amablemente.) Este… Sí… Miren… Obviamente no son un inválido. (Pausa.) Soy el dueño de la tienda. La acabo de comprar y quería ver cómo trabajaban los cerillos y todo el personal que, por supuesto, pronto tendrán que trabajar bajo mis órdenes. Debo reconocer que ustedes son dos personas excelentes. Les voy a aumentar el sueldo, además los subiré de puesto. Señora, usted será la jefa de cerillos. Y usted, señor, se encargará de los embarques que mandamos al extranjero. Comienzan a trabajar el lunes a primera hora. Se traen su CURP, un acta de nacimiento, credencial del INE y su número de Seguro Social, en original y una copia. Es más, tráiganse una foto tamaño infantil, aquí las ampliamos y los ponemos a ambos en la pared de los empleados del mes. (Pausa.) Tómense libre el resto del día. Nos vemos hasta la próxima semana. Adiós.
Los dos ancianos lo miran detenidamente. Poco a poco se les empieza a formar un gesto de desprecio en sus rostros.
LA ANCIANA ENJUTA: ¡Mentiroso! (Al ANCIANO GORDO.) ¡Agárrelo a bastonazos!
EL ANCIANO GORDO: ¡Ahora verás, yonkeado de mentiras!
EL ANCIANO DELGADO: (Alejándose rápidamente.) ¡No, no, no! ¡Deténgase, por favor! ¡No me vaya a pegar! (Pausa. Se detiene.) Está bien. Lo reconozco. No soy el dueño de la tienda. Sólo soy un miserable. Y, si ustedes me lo permiten, me retiraré en éste mismo momento. (Sale.)
LA ANCIANA ENJUTA: (Sumamente indignada.) No lo puedo creer.
EL ANCIANO GORDO: ¿Cuánto tiempo nos hizo sufrir el desgraciado?
LA ANCIANA ENJUTA: Yo tengo aquí como dos meses.
EL ANCIANO GORDO: ¡Qué coraje! Si lo vuelvo a ver, le voy a romper el bastón en la cabeza.
El ANCIANO DELGADO regresa.
LA ANCIANA ENJUTA: ¿Ahora qué quiere, desgraciado?
EL ANCIANO DELGADO: Se me olvidó la silla de ruedas. (Va por ella.)
EL ANCIANO GORDO: ¡Llévesela! Pero, óigame bien, si lo vuelvo a ver por aquí, le voy a meter el bastón por el culo.
EL ANCIANO DELGADO: Les prometo que jamás me volverán a ver. (Camina unos pasos para salir, pero se detiene.) Pero, para estar seguro, les recomiendo no ir a las tiendas que están por todo el Miguel Alemán. Ni a Soriana los martes. Ni a Alsuper los jueves. Ni a la otra Soriana los sábados. Tampoco vayan a catedral los domingos. Y, sí me ven en carro, no me saluden y ni yo los saludo. (Pausa.) Con su permiso. Que tengan un buen día. (Sale.)
LA ANCIANA ENJUTA: Miserable. De seguro ha de ser millonario.
EL ANCIANO DELGADO: Le hubiéramos quitado la silla de ruedas para que no siguiera engañando a la gente.
LA ANCIANA ENJUTA: Vamos a dejar esto por la paz. No tiene caso seguir enojados. Mire, ya hay clientes en la caja.
EL ANCIANO GORDO: Tiene razón. Le toca a usted, señora.
LA ANCIANA ENJUTA: No. Le toca a usted. Yo fui antes de que descubriéramos al miserable. Ándele, de veras.
EL ANCIANO GORDO: Sí. Ya voy. (Pausa.) ¿Seguimos con el trato?
LA ANCIANA ENJUTA: Por supuesto que sí. Pero dese prisa, lo espera el cliente. Y al rato abren las otras cajas.
EL ANCIANO GORDO: Tiene razón. Muchas gracias.
LA ANCIANA ENJUTA: A usted, señor. Muchas gracias, de veras. (Mientras lo ve alejarse le echa una bendición).
Fin.