Ironía incompleta (El tercer Fausto)

El legado teatral de Salvador Novo es impreciso. Puede agradecérsele que haya montado por primera vez en México, en la década de los cincuenta, a los dramaturgos Samuel Beckett, Sergio Magaña y Emilio Carballido; y se le debe reprochar hechos de menor importancia para la historia del teatro mexicano, como la escritura de unas lecciones de actuación que ya nadie sigue, y su dramaturgia de difícil actualización en nuestros tiempos modernos.
Para encontrar algo de vigencia en su dramaturgia hay que explorar la antología Diálogos –cuasi obras de teatro o simples conversaciones ingeniosas– hasta dar con El tercer Fausto. Sólo esta cuasi obra, escrita en 1934, puede generar interés en la actualidad por su tratamiento de la homosexualidad.

En El tercer Fausto Alberto, un hombre de modales finos y de edad madura, invoca al Diablo para ofrecerle su alma a cambio de que le cumpla un deseo. El Diablo supone que el deseo tiene que ver con dinero porque casi todos los hombres quieren obtener riquezas abundantes. No es así con el cliente que quiere transformarse en mujer porque está enamorado de Armando, su mejor amigo. El Diablo le ofrece un mejor trato: quitarle de su corazón ese amor concupiscente. Alberto no acepta porque, en sus palabras, “Dejar de amarlo sería como dejar de existir. Quiero ser suyo totalmente, y que él me pertenezca por completo”.
El maligno trata de convencer a su cliente de que puede confesarle su amor, así, como va; o entablar con el amado una conversación filosófica que, de seguro, lo va a convencer de corresponderle:

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Novo pone en boca del diablo –o al revés, sería interesante averiguarlo– un argumento importantísimo. Divaguemos sobre él. El amor entre hombres con hombres, mujeres con mujeres, hombres con mujeres y viceversa, es normal si no perjudica a alguien. De lo cual se infiere que pudiera haber alguien perjudicado. Démosle el nombre de institución social o religiosa y visualicemos la forma en que podría ser ofendida, perjudicada, dañada, lacerada. ¿Acaso la homosexualidad, en este caso, debilita la fortaleza de los seres humanos de izquierda socialista revolucionaria latinoamericana?, ¿acaso galopa a pelo en uno de los cuatro caballos de los jinetes del apocalipsis? Hasta el 2021, año en el que escribo este breve ensayo, no tenemos comprobación alguna de los dos daños posibles.
En el argumento de Novo –dicho sea de paso un inteligente homosexual provocador y tirano cultural de su tiempo– reside la vigencia de su cuasi obra porque, aunque la sociedad ha ido respetando las diferentes preferencias sexuales, sigue existiendo el miedo y la fobia. Se vuelve necesario esgrimir este argumento y otros parecidos, fuertemente fundamentados, hasta lograr la utopía; pero no con argumentos posmodernos como es el decir, sólo por decir, que existen personas no binarias. ¿No binaras? ¿Qué es eso? ¿O sea no hombre, no mujer, no humano? Lo único que está fuera de la clasificación humana son los ángeles, demonios y Dios. Pero no creo que a eso se refieran las personas que se declaran no binarias.
Es interesante el tema pero de eso no trata El Tercer Fausto que se centra en el problema de la aceptación personal de la sexualidad. Divaguemos sobre este asunto. El homosexual, dentro de las instituciones hegemónicas, ha sufrido una cruel represión. Por ello niega su preferencia sexual, tarda en aceptarla y, cuando no puede sublimarla, la desfoga en la clandestinidad para luego volver a vivir su normalidad aceptada socialmente. Sobra decir que, durante este proceso que puede durar muchos, muchos años, con frecuencia el no aceptado sí daña a los terceros más cercanos… cuando estos se dan cuenta del engaño. Antes no.
No sabemos si Alberto ha dañado a terceros. Pero sí podemos inferir que vive una íntima culpa por no cumplir con una moral aceptada socialmente. La culpa se manifiesta en su intenso deseo de convertirse en mujer. Él está empecinado en que el cambio de esencia y de existencia, le asegurará ser amado por su amigo Armando. Entiende, a fin de cuentas, que el amor heterosexual es el único que debe vivirse. El Diablo se compadece de su cliente y decide favorecerle con el cambio sin cobrar nada por sus servicios. Sólo desea estar presente, sin ser visto, en el momento en que Alberto le declare su amor a Armando.
Acto seguido nos encontramos en el estudio de Armando. Él le abre la puerta a una mujer que no conoce. Ésta –que obviamente es Alberto ya transformado– se le echa encima en un arranque de pasión. Armando la rechaza. La mujer, desconcertada, le exige explicaciones. Ante el asedio, Armando le abre su corazón:

Ahí termina la obra. Así, sin más. Novo planteó una ironía que le quedó incompleta. Le faltó demostrar su argumento diabólico con acciones dramáticas. Cualquier lector, actor o director esperaría ver las reacciones de Alberto. ¿Reconocerá su error?, ¿tratará de convencer a su amigo de que él es Armando?, ¿podrá Alberto amarlo de todos modos?, ¿una rosa con otro nombre seguiría siendo rosa?, ¿tiene validez el argumento de Novo sin la presencia de acciones dramáticas que lo demuestren? Tal parece que no… A menos que se retome el argumento y se escriba la continuación de El tercer Fausto en orden a demostrar que Alberto y Armando sí pueden amarse; o que, en cuestiones amatorias –se me ocurre– todos nos equivocamos por igual; o que, como una tercera posibilidad, todos podremos amarnos libremente. Se impone, de manera inmediata, mediata o para la posteridad, la necesidad de intentarlo.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.

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