DALIA
Caminamos sobre el río. Desde el amanecer lo hacemos. Los hombres del pueblo nos forzaron. Andamos sobre esta tierra que despacio resplandece con la luz del sol. El cielo aún es oscuro; el alba, un tibio balbuceo grisáceo en el horizonte.
Llevamos ya algún tiempo y la arena ha cubierto nuestros ojos y cabellos, nuestros pies descalzos que en el cauce no generan ningún ruido. A veces nos detenemos para reagruparnos, y después nos ponemos de nuevo en marcha perfiladas a contraluz.
Para nosotras sólo está la otra orilla, con sus mezquites que se balancean en los vestigios de la noche. Ahí tendremos que esperar. Es lo convenido, una tradición de Paredones.
A pesar de las angustias, a pesar de la aridez, tomamos el camino. A nuestras espaldas son densas las miradas.
Somos las mujeres de las tres noches, somos las mujeres que espantamos a los pájaros, las mujeres que dan sombra, las que echamos raíces en suelo estéril, las de la uva, del algodón, de los dátiles; las mujeres de los pozos de agua inalcanzables, de las lágrimas; las mujeres de las tonaditas nocturnas, de la soledad; las mujeres de piel de mediodía, de las rocas pulverizadas, las mujeres del agua imaginaria. Las mujeres de los que atraviesan el llano, las que sueñan con fuego, las de ojos de gato, las que se convierten en lechuzas, las que saben los corridos, las mujeres de a centavo, las de tres canciones; mujeres abandonadas, mujeres de mil rostros, mujeres pacientes, cómplices, repartidas; mujeres deseadas, mujeres reliquias, mujeres casi vírgenes, mujeres con hambre, cansadas, que duermen en las mesas de los rincones, mujeres borrachas, mujeres celosas, mujeres serviciales, mujeres orgullosas, mujeres expuestas, mujeres exigentes, mujeres desprendidas, mujeres usurpadoras, mujeres que caminamos sobre el río el día de la muerte de Cristo.