I FOUGHT FOR THIS COUNTRY
Otra vez la noche ha estado llena de pesadillas. Ya no se trata de pesadillas de la guerra, ya no vienen las imágenes de cuando mutilaron tu pierna izquierda y gritaste temeroso, como un cobarde, pues creías que te mataban, sino que ahora se trata de cuando te separaron de Margaret y de tu hijo. Ves otra vez a los policías de migración sacarte del carro y no hacer caso a tus palabras. Desde entonces sueñas que no puedes hablar y que por eso te llevan. Sueñas que no puedes hablar esa lengua que creías tuya a tal grado de que ahora que despiertas no estás seguro de que eso no sea cierto. Sientes la boca trabada, mientras miras el techo cada vez más iluminado, y sientes terror de no poder hacerlo, sientes aprensión por pararte y verte en el espejo y descubrir otra vez esos rasgos latinos, ese cabello lacio de indio mestizo, ese perfil arabesco; el bigote oscuro, los ojos de pupilas aún más negras. Sientes miedo de pararte y estar en México, a dos mil setecientos kilómetros de tu familia.
Como sea cuando da el mediodía no puedes hacer otra cosa más que levantarte. Es jueves y tienes descanso en el call center. Necesitas buscar algo de comer. Sin embargo, no deseas encontrar a ninguno de los viejos de la vecindad. La vecindad está habitada por ancianos solitarios que a tus ojos se asemejan más a cadáveres, a momias que repiten las mismas ideas una y otra vez. La mayoría son hombres abandonados por sus familias que en los distintos cuartos esperan la muerte. No los soportas, quizá porque crees que, al cabo de los años, ese será tu destino en este país insólito, incluso para ti que has pisado más allá del Atlántico; que no serás capaz de salir de esta realidad enrarecida y absurda, colmada de pesadillas y de lunáticos que continuamente buscan hablar contigo, aunque los rehúyas.