S T A G E 1
A cada pedaleo en su ranfla, Lacricholo sentía que debajo de sus Dickies sus muslos aumentaban en masa muscular. Bien podría ir en carro de sitio a casa de su jaina, Sagy La Güera, pero quería hacer pierna para dejarla igual que brazos y pecho, ejercitados una hora antes en el gimnasio Mijares, en donde tiraba guante.
Por ir pensando en las manos de su jaina apretándole las piernas, estuvo a punto de caer en una alcantarilla destapada. La esquivó y frenó quemando llanta. Se asomó al hoyo y le escupió. El gargajo jamás encontró el agua sucia. Si hubiera caído dentro de él, pensó, a lo mejor era lo más seguro que nadie escuchara sus gritos y que su cuerpo jamás fuera encontrado. Imaginó a su Jechu rezando de rodillas ante la alcantarilla, y a Sagy La Güera llorando sus lágrimas de rímel negro, renegando al cielo por haberlo perdido. La tristeza le invadió. Apretó entre sus manos el rosario que colgaba de su cuello y decidió poner más atención en el camino ya que no deseaba hacer sufrir a sus dos mujeres amadas.