August Strindberg es un dramaturgo tan misógino como genial. Su obra La señorita Julie, escrita por él en 1888, es una muestra clara de lo afirmado anteriormente. Forma parte de su periodo naturalista que incluye El padre y Acreedores. La obra en cuestión es famosa por su prólogo, manifiesto naturalista avalado por Emilie Zolá, en el que expone su teoría sobre el arte dramático. Así inicia el prólogo:
Desde hace tiempo he considerado el Teatro, al igual que el Arte, como la Biblia Pauperum, una Biblia en imágenes para aquellos que no saben ni leer ni escribir y al autor teatral, un predicador laico que transmite las ideas de la época de forma popular, tan popular que la clase media, que es quien fundamentalmente puebla los teatros, es capaz de entender sin mayor quebradero de cabeza de qué se está hablando. El Teatro, por tanto, siempre ha sido una escuela popular para los jóvenes, los iniciados y las mujeres, quienes todavía poseen la inferior facultad de engañarse a sí mismas y de dejarse engañar, es decir, de tener un sueño, de aceptar la sugestión del autor.
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