Esta absurda existencia, este sufrir si remedio, esta chingadera que es la vida… ¡Oh, desgracia de desgracias! Hoy, amigos, estoy sufriendo la dolencia de una úlcera cultural. La sufro en mi propia piel pero por otros –en seguida les digo quiénes– su temblor existencial.
¡Ay, amigos!, hay cientos de miles de personas que, habiendo nacido en un lugar de este planeta, saben –por medio de una gran introspección muy reflexiva–, que no pertenecen al lugar en el que vieron la luz por vez primera.
Se dieron cuenta de ello cuando escucharon “aquella vez” un son cubano. Entonces dijeron “¡de aquí soy!”, “¡Este pinche rancho no me merece!”, “¿por qué yo no soy negro?”, “¡Llévenme a un asilo para sacar a un chingo de ancianos y ponerlos a tocar!”, “¡Armemos un Garibaldy Social Club, goey!”. Seguir leyendo