Saludo al caudaloso
que me pide hable de él.
Angelus (frente a Blackwell Island, N. Y.)
Jaime Augusto Shelley
Cada quien tiene el maestro que se merece. Nosotros, los que integramos esta revista –por si no lo habían notado, por si sólo se han reído a carcajadas, o por si sólo se han dejado conmover con lo que hasta ahora hemos escrito-, tuvimos a Jaime Augusto Shelley.
Este dato, que no siempre incluimos en nuestras biografías literarias, ya debería habernos ganado un lugar entre la jerarquía de los santos, mártires y serafines.
No lo digo porque nuestra sangre de repente se haya pintado de azul, sino porque más bien somos sobrevivientes. Seguir leyendo