Ningún cineasta italiano la tiene fácil con la tradición del neorrealismo. De hecho, mucho del cine italiano contemporáneo no sabe cómo enfrentar semejante tarea prometeica de estar a la altura de su pasado cine de oro. Muchos comentaristas y críticos, más con el ánimo de reavivar o resucitar algo imposible, han puesto a Gomorra (Matteo Garrone, 2009) como el nuevo realismo italiano, o a directores como Paolo Sorrentino (La Gran Belleza, 2013), como el nuevo Fellini, y eso es sólo un afán de novedad más que una opinión crítica.